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Teatro del Soho Caixabank | Antonio Banderas
Málaga/El origen de todo esto se remonta, tal y como recordaba recientemente Antonio Banderas, a hace veinte años. Fue entonces cuando, por primera vez, el actor malagueño puso sobre la mesa la idea de construir un teatro en su ciudad natal. Había varias claves que explicaban su determinación: por una parte, su deseo de reforzar su vinculación con Málaga, conquistada ya la cima de Hollywood y convertida su figura en un reclamo de popularidad sin mucho parangón en el mundo del cine; por otra, su intención de volver al teatro después de no pocos años de consagración al séptimo arte. El empeño resultaba razonable por cuanto Banderas echaba de menos ambas cosas, un lazo más firme con una Málaga de la que no quería desentenderse (lazo que tuvo también su traducción con la dimensión de Banderas como hombre de negocios, especialmente interesado en el sector hostelero) y el teatro con el que tanto disfrutó durante su periodo de formación en Málaga y sus primeros años en Madrid (una espinita que, eso sí, pudo quitarse Banderas en Broadway en el año 2000 con el musical Nine, que le valió una nominación al Tony al mejor actor). Lanzado el órdago, fue la Diputación Provincial de Málaga la primera institución que movió ficha para adjudicarse el tanto. Se constituyó una fundación para recabar apoyos económicos y se localizó la ubicación en el Puerto, junto al suelo ya reservado para la construcción del Auditorio por el consorcio competente. Pronto cundieron las noticias sobre la identidad del proyecto: Banderas quería un teatro que pudiera acoger representaciones y también actividades formativas, para lo que, aseguraba, contaba ya con no pocas estrellas de Hollywood dispuestas a impartir masterclasses. Sin embargo, en 2005, con los planos bien definidos y a la espera de la luz verde, el nonato Teatro del Puerto pasó a mejor vida. En su momento, el actor, que acababa de rodar en Málaga El camino de los ingleses, explicó que el proyecto se disparó hasta adquirir una dimensión inasumible, en la que querían estar todas las instituciones públicas y que arrastraba demasiados condicionantes. “Yo quería algo mucho más pequeño: algo parecido al Actor’s Studio”, afirmó entonces.
Para el siguiente envite hubo que esperar casi tres lustros: en 2017, la alianza de Banderas con el arquitecto José Seguí ganó el concurso público para la construcción de un equipamiento cultural en la manzana de los cines Astoria y Victoria, en la Plaza de la Merced. El proyecto ganador incluía, además de restaurantes y otras propuestas de ocio, un teatro con una capacidad para unos seiscientos espectadores. Todo parecía ir viento en popa cuando las acusaciones (especialmente desde la oposición municipal) de que el proyecto superaba con mucho la altura legal permitida en el centro, y de que la exigencia de anonimato para los concurrentes había quedado violada con la concurrencia de Banderas, hicieron mella. En el mismo mayo de 2017, Banderas y Seguí renunciaron al proyecto y el actor explicó con duras palabras su decisión de renunciar a la inversión pública para cumplir su sueño. Poco después, Banderas comenzó a buscar emplazamiento para un teatro que habría de ser sostenido exclusivamente con fondos privados y, tal varias tentativas, acordó un acuerdo con los propietarios del Teatro Alameda para una cesión a largo plazo. Tras la prescriptiva reforma que alumbró una renovada sala con 840 butacas y un equipamiento ciertamente moderno, el significativo fichaje de Lluís Pasqual como director del centro, la entrada en juego de Caixabank como patrocinador principal y la denominación del Teatro del Soho Caixabank, el sueño quedaba, al fin, cumplido: Antonio Banderas inauguró su teatro este viernes con el estreno absoluto de A Chorus Line y una alfombra roja digna de los estrenos de Broadway por la que desfilaron cómplices como Pedro Almodóvar, Pasión Vega, Ainhoa Arteta, Carlos Álvarez, Rossy de Palma y Loles León y muchos otros. Después de tan larga gestación, el Teatro del Soho ya está aquí: hoy comenzarán las funciones para el público general del musical de Michael Bennett, que se prolongarán hasta el 19 de enero con el propio Antonio Banderas en escena. Corresponde ahora a la ciudad hacerlo suyo y disfrutarlo.
La inauguración tuvo este vierens, ciertamente, hechuras de evento de Gran Manzana, con una alfombra roja que se extendía desde el Hotel Room Mate Valeria hasta la misma puerta del teatro y la implicación de la Orquesta Sinfónica Provincial de Málaga, que tocaba las partituras de A Chorus Line y de otras obras maestras al lado justo de la tarima habilitada para el photocall. A la hora en la que se esperaba la llegada de Antonio Banderas (con anterioridad al resto de invitados, dada su necesaria preparación para la función), el cielo se tiñó de nubes y cayeron algunas gotas que, afortunadamente, no fueron a mayores. El hombre del momento apareció embutido en una chaqueta de cuero, sin concesiones ni declaraciones y con el posado justo de cara a la galería; y, aunque compartió con los presentes la emoción de la noche, estuvo más bien contenido, seguramente concentrado y con toda la intención puesta en la inminente representación. Para entonces, la calle Córdoba llevaba ya varias horas cortada y el entorno de la alfombra roja se había llenado de curiosos apretujados junto a las vallas. Una señora que calibraba con esmero su teléfono móvil a la espera de los selfies daba buena cuenta del ambiente: “Deberían traernos un pacharán, que tenemos los pies helados”. Pero semejante ocasión bien lo valía, maldita sea. Llegaron más melodías después con la Banda de Música de La Paz, que hizo su pasacalles y se plantó en la puerta del teatro para tocar, también, por A Chorus Line. Entre quienes seguían esperando con paciencia cundía el rumor de que la procesión de Lágrimas y Favores haría estación de penitencia frente al Teatro del Soho en la próxima Semana Santa. Cabría decir, con Jardiel Poncela: humor o muerte.
El mismo Lluís Pasqual inauguró con su legendaria discreción el paseíllo del photocall. Desfilaron después aliados diversos, lo mismo Fran Perea que Miguel Poveda, Santiago Segura, Pasión Vega, Ainhoa Arteta, Carlos Álvarez, Juan Diego, Rossy de Palma y Loles León, Enrique Ponce, Javier Conde, Natalia de Molina, Baayork Lee, Diana Navarro, Nuria Fergó, Remedios Cervantes, José Luis Puche, las hermanas Nicole y Barbara Kimpel, Antonio Cortés, María Casado y Paula Echevarría, entre otros, además de toda una legión de famosos televisivos de diversa proyección. La presencia institucional fue también notoria, con el presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, y el alcalde, Francisco de la Torre, al frente. Pero quien más luz propia arrojó en la noche, a pesar de sus gafas de sol, fue Pedro Almodóvar, que se deshizo en atenciones al público aunque reaccionó ante la presencia de los reporteros ansiosos de una declaración con un bonito hasta luego Lucas. Después, en el photocall, eso sí, Almodóvar se despachó a gusto, seguido muy de cerca por un Francisco de la Torre a quien parecía hacer especial ilusión compartir plano con el director.
Hubo, lástima, ausencias notables entre los confirmados. Para empezar, la de Pablo Alborán, cuya presencia se anunció pocas horas antes de la inauguración aunque finalmente no compareció. Tampoco estuvieron Bibi Andersen, ni Pepón Nieto, ni Miguel Ríos, ni Estrella Morente. Pero todo esto es lo de menos: queda un teatro abierto con la promesa de brindar a Málaga una referencia única en las artes escénicas. Y un sueño cumplido, al cabo, lo que nunca está mal. Ahora, a por el siguiente.
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