Antonio de la Torre, un Goya para hacer justicia por ‘El reino’
Premios Goya
El actor malagueño se hizo con su segundo premio gracias a su trabajo en el filme de Rodrigo Sorogoyen, que ganó siete trofeos. ‘Campeones’ se llevó el Goya a la mejor película
Málaga/Trece años después del Goya como mejor actor de reparto por Azuloscurocasinegro, y trece nominaciones después de aquella, en doblete o en solitario, ha sido El reino, la película de Rodrigo Sorogoyen, la que prodigó un nuevo premio para el malagueño Antonio de la Torre, esta vez como actor protagonista, en la gala celebrada este sábado en Sevilla. Se cumplieron así los pronósticos y las quinielas que daban el premio por cantado después de que el intérprete se hiciera con toda la remesa de galardones previos, del Feroz al Forqué pasando por el Asecan del Cine Andaluz. En gran medida, el Goya a De la Torre vino a ser un acto de justicia al reconocer el aclamado trabajo del malagueño en una gran película como El reino, que además se llevó otros siete cabezones, aunque Campeones, de Javier Fesser, se llevó el Goya a la mejor película. Ya Sorogoyen agradeció especialmente a De la Torre su entrega y su generosidad a la hora de implicarse en proyectos como el de su película, tributo que obtuvo su respuesta cuando el mismo Antonio de la Torre, Goya en mano, afirmó que “este Goya se queda en esta tierra de pasión y talento que se llama Andalucía, que siempre ha sido tierra de acogida y lo seguirá siendo”. De la Torre evocó estos años de nominaciones y al niño que fue, en su Málaga natal, “que lloraría si supiera lo que ha pasado hoy. El adulto también”. Y valoró la importancia de la palabra compartir, cuya importancia aprendió también de niño. Y se despidió con un guiño “a mi tierra y a la generación que supo convertir en comedia la tragedia que le tocó vivir”, antes de decir adiós con una pataíta y un recuerdo a Chiquito. Aunque Luis Zahera, su compañero de reparto en El reino, le arrebató el Goya al mejor actor de reparto (al que optaba por La noche de 12 años). El Goya para la mejor actriz protagonista tuvo también sabor malagueño al ir para Susi Sánchez por la película La enfermedad del domingo, de Ramón Salazar.
Por lo demás, la gala reunió buena parte de los ingredientes fundamentales que han caracterizado la entrega de los Goya en los últimos años, desde el compromiso político (nada menos que Pedro Almodóvar y Alejandro Amenábar tuvieron palabras para Vox ya en los prolegómenos, desde el ninguneo hasta la crítica abierta) hasta la reivindicación feminista en pro de una mayor presencia de las mujeres en la industria del cine español, como en los discursos de agradecimiento las actrices Carolina Yuste y Eva Llorach al recoger sus premios (respectivamente, el de mejor actriz de reparto por Carmen y Lola y el de mejor actriz revelación por Quién te cantará). Andreu Buenafuente y Silvia Abril condujeron un espectáculo que transcurrió con agilidad, fluidez, humor y buen tono, con una medida de los tiempos y una resolución organizativa (salvo algún problema técnico, como el que malogró la actuación de Amaia, Rozalén y Judit Nedderman) que, más allá del acierto casi general de los ganadores a la hora de optar por la brevedad en la recepción de sus trofeos, deja a Sevilla en muy buena posición por la eficacia demostrada en Fibes.
Independientemente de los premios, hubo momentos emocionantes, como la memorable actuación de Rosalía (recién llegada del rodaje de una escena para Dolor y gloria, la nueva película de Pedro Almodóvar) en su emocionante y coral revisión de Me quedo contigo de Los Chunguitos, la reivindicación de la integración de la discapacidad que brindó Jesús Vidal al recibir su Goya al mejor actor revelación por su trabajo en Campeones (por más que mandara los límites de tiempo a hacer gárgaras) y, muy especialmente, el tributo a Narciso Ibáñez Serrador, Goya de Honor en este 2019, que reunió en el escenario a los ocho jefazos del cine fantástico en España: Alejandro Amenábar, Álex de la Iglesia, Juan Antonio Bayona, Jaume Balagueró, Rodrigo Cortés, Paco Plaza, Juan Carlos Fresnadillo y Nacho Vigalondo. Por no hablar, como cada año, del recuerdo a los profesionales que el cine español ha perdido en el último año (mecido esta vez por el piano de James Rhodes), con un especial calor en el recuerdo a la que fuera presidenta de la Academia de Cine, Yvonne Blake. Memorable resultó también el ex ministro de Cultura Màxim Huerta calificándose a sí mismo como “breve” ante la sonrisa de su sucesor, José Guirao. Otros momentos, como el número colgante de David Broncano y Berto Romero para entregar el Goya a los mejores efectos especiales, resultaron por el contrario tediosos e innecesariamente prolongados. Aunque, afortunadamente, fueron los menos.
Otro clásico necesario fue el discurso del presidente de la Academia, Mariano Barroso, que incidió en la intención de la misma institución de incluir las series de televisión en los Goya del año que viene: “Durante el año pasado, 17,5 millones de espectadores acudieron a las salas de cine a ver películas españolas. Pero otros muchos lo hicieron, en todo el mundo, en pantallas más pequeñas. Y sería un error que el cine viera a estas pantallas pequeñas como el enemigo. El mundo del cine debería dar una respuesta a esta realidad, y por nuestra parte sólo podemos decir que somos una Academia en la que participan y han participado artistas que trabajan tanto para el cine como para la televisión. Contamos historias para todo tipo de pantallas, y nuestro deber como cineastas es, ante todo, hacer buenas películas, siempre”. Para que no quedaran dudas de esta fortaleza, Barroso dio la enhorabuena a Juan Antonio Bayona por haber situado su Jurassic World: El mundo perdido como la tercera película más taquillera en todo el mundo el año pasado; y a Rodrigo Sorogoyen por la nominación al Oscar que le ha prodigado su cortometraje Madre. Frente a quienes denuncian un carácter subvencionado y parasitario con argumentos imposibles ya de sostener, el presidente insistió en que el cine es en España “una fuente de riqueza y trabajo”.
La gala de los Premios Goya en 2019 dejó un regusto de tránsito, de renovación, de puerta abierta a la consolidación de otra forma de hacer, producir, amar y entender el cine. El reto ahora es merecerlo. Eso sí, para las siguientes ediciones, alguien debería preocuparse por que los sobres sean fáciles de abrir. Mejor será.
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