Apocalipsis hormonal

Pablo Bujalance

12 de febrero 2014 - 05:00

XXXI Festival de Teatro de Málaga. Teatro Echegaray. Creación, coreografía e interpretación: Rebeca Carrera y Alberto Cortés. Textos: Cristian Alcaraz y Alberto Cortés. Música: Alejandro Lévar, Luz Prado y Pablo Contreras. Dirección y dramaturgia: Alberto Cortés. Aforo: Cerca de 200 personas (casi lleno).

Había expectación por comprobar lo que daba de sí el nuevo trabajo de Alberto Cortés, esta vez sin el abrigo de Bajotierra aunque de la mano de la excelente bailarina Rebeca Carrera. Y sí, hay cosas en el montaje que me gustaron bastante, y no son pocas. El trabajo de la propia Carrera es sobresaliente, virtuoso en el despliegue técnico, generoso a la hora de decir mucho en cada gesto y cada movimiento, hermoso tanto en los pasajes más contenidos como en los más exultantes. Exit, en su formato de diálogo entre director y bailarina, y con Hamlet como excusa, presenta algunas ideas muy interesantes sobre el fenómeno dramático, la confusión entre personas y personajes, los límites entre realidad y escena, las decepciones y los hallazgos. Una vez escuché a Cortés decir que su modus operandi se parece más al de un artista plástico, y sí, aquí late toda esa intuición estética y la vindicación, cercana a la performance, de la obra como objeto. Los momentos más afortunados son los más desmitificadores, aquellos en los que predomina el humor y cierto ánimo de parodia, porque es aquí donde más y mejor se revelan las intenciones; y es aquí, también, donde Alberto Cortés y Rebeca Carrera muestran más verdad, más acierto y más de eso que llaman química.

Pero donde Exit termina flaqueando es allí donde más en serio se toma a sí misma. La confesión personal de los creadores, una vez superado el obstáculo de los personajes, puede resultar interesante en términos escénicos; pero aquí termina extendiéndose hasta hacer de la obra, dada la juventud de sus artífices, un verdadero apocalipsis hormonal. Exit participa de una tendencia actualmente muy considerada dentro de la poesía y las artes plásticas: la exhibición de sentimientos hasta alcanzar la pornografía emocional, soltada aquí a bocajarro, ahí va eso, sin concesiones; si los exhibicionistas románticos se disparaban a sí mismos, los nuevos creadores disparan al público con sus frustraciones. Y todo esto, claro, resulta muy legítimo. El problema es cuando el teatro, sea lo que sea eso, sale perdiendo. Un pelín de agua fría habría venido de perlas para equilibrar el resultado.

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