Cuando Beck molaba, y mucho
'Odelay' (1996) es reeditado en el formato Deluxe edition, con caras b, remezclas y descartes extraños
No ha pasado tanto tiempo, pero sí el suficiente -apenas doce años de nada, ay- como para poder afirmar que Odelay es uno de los discos que definen lo mejor que nos dieron los 90, la década en la que todo se revisó, usó y copió. Beck buscó su cuota de originalidad cogiendo un poco de todo y uniéndolo con gracia y sentido.
Dos años antes, en 1994, Beck Hansen logró que los focos le iluminaran gracias a Loser, himno generacional marcado por el pesimismo y el sentido del humor. El disco que contenía aquel hit, Mellow gold, perdió altura con la publicación del verdadero monstruo: Odelay, un disco caleidoscópico nacido de una batidora alimentada por Beck y los Dust Brothers.
En el collage montado con esfuerzo y sampler, Beck coló de todo: country, hip-hop, rock & roll, blues, jazz, easy listening, rap, pop... Y casi todo en cápsulas de cuatro minutos. Lo que podría haber sido un ladrillo denso e indescifrable resultó ser una fiesta divertida y enloquecida. Esto no es un complejo tratado de música popular, sino una obra de pop que se mueve con soltura y frescura, capaz de llegar a un gran público y convertirse así en un considerable éxito de ventas.
Lo que alegra el día al escuchar Odelay son las canciones, como tiene que ser con un buen disco. Aquí hay muchas, y muy buenas: Devil's haircut (blues), Hotwax (soul), Lord only knows (country), Ramshackle (hip hop)... Un crisol de sonidos y melodías -vale, muchas son robadas-. Escuchado hoy, tras tantos otros discos de Beck, es posible rastrear lo que desarrolló en Midnite vultures (1999) o Sea change (2002). También hace empequeñecer aún más errores como Guero (2005). Ah, viene con muchos extras, pero ninguno aporta nada especial. Y no hace falta.
No hay comentarios