“Los que no figuran en el discurso oficial también contribuyen a levantar el país”
Braulio Ortiz Poole | Escritor y periodista
El autor sevillano desafía a las epidemias de todo signo y regresa a las librerías con su nuevo poemario, ‘Gente que busca su bandera’ (Maclein y Parker), una celebración de la disidencia
Dueño de una trayectoria literaria tan singular como honesta, Braulio Ortiz Poole (Sevilla, 1974), escritor y periodista cultural en los diarios del Grupo Joly, ha publicado las novelas Francis Bacon se hace un río salvaje y La fórmula Miralbes, el libro de relatos Biografías bastardas y los poemarios Defensa del pirómano, Hombre sin descendencia y Cuarentena. En claro desafío a las epidemias de cualquier índole, el autor regresa ahora a las librerías con su cuarta entrega poética, Gente que busca su bandera (Maclein y Parker), una celebración de la disidencia en la más clara asunción del nosotros. Como señala en el prólogo Alejandro Simón Partal, haga lo que haga, venga lo que venga, Ortiz Poole será, antes que otra cosa, poeta.
-De entrada, Gente que busca su bandera es su poemario menos íntimo, el menos autorreferencial. ¿Ha sido premeditado?
-Sí, había una decisión consciente de hacer este libro así. Los tres poemarios anteriores daban más protagonismo a mis propios fantasmas, compartían una naturaleza más próxima a la confesión, en parte por mi convicción de que de esta forma debían desprender más autenticidad. Pero me di cuenta de que ese camino estaba agotado, de que había llegado el momento de hablar de los demás. En gran medida, había comprendido que las heridas que yo pudiera tener eran compartidas. Que en algún momento todos hemos sido rechazados, que todos estamos hermanados en los periodos de soledad. De modo que procedí a cambiar la mirada de lo individual a lo colectivo, de encontrar las mismas heridas en el otro. Esta solución reforzó además mi interés por la gente que se sale de la norma, por la idea de que en los pilares de la civilización también están los que se salen del patrón general.
-¿Definiría entonces su libro como un caso de poesía política?
-Escribí los poemas durante cuatro años hasta que los acabé, hace ahora uno. Y la verdad es que durante el proceso nunca me hice a la idea de hasta qué punto estaba haciendo un libro político. Es más, no podía imaginar la medida en que iba a resultar pertinente presentar ahora un libro como éste, y eso me sobrecoge un poco. Pero lo cierto es que prevalece el impulso de encontrar a los conciudadanos en los extranjeros, la verdad en los locos y la fe en la herejía. Los que no figuran en el discurso oficial, los disidentes, también contribuyen a levantar el país.
-“Te atreviste a dar un paso al frente, / pero no estabas solo”, reza un poema del libro. ¿La disidencia, contrariamente a lo establecido, es la mejor opción para encontrar a los aliados?
-Así es. Quería ahondar en un sentimiento de pertenencia, incluso de tribu, desde el punto de vista de los excluidos, porque al final la exclusión genera una comunidad. Esos versos están dedicados a Leonard Matlovich, un militar estadounidense condecorado en Vietnam que fue expulsado del ejército cuando hizo pública su homosexualidad. Para su epitafio mandó escribir: “Me dieron medallas por matar a hombres y me expulsaron cuando amé a uno”. Y, precisamente, el mayor gesto de valentía de Matlovich fue el de rebatir los conceptos tradicionales de masculinidad y hombría. En el libro aparecen otros referentes que comparten ese rasgo del coraje en la disidencia, como la pionera feminista Emiy Wilding Davison y Norma Jeane Mortenson, más conocida como Marilyn Monroe, que a su manera también buscaba su bandera y terminó siendo víctima del machismo. Todos procedemos de un linaje. Y me parece importante saber de dónde venimos.
-“Desde entonces, esa ha sido la historia: / alguien quiere ser libre / y otro lo señala”. Pero, ¿dónde está hoy la lucha por la libertad? ¿Cuál es el objetivo a conseguir?
-Desde hace mucho tiempo estoy convencido de que la poesía es una cuestión de matices. Te respondería que la lucha por la libertad persigue, ante todo, que podamos decir lo que queramos, sin miedo a represalias. El problema es que esta idea, como la propia libertad en sí, está llena de aristas. De todas formas, en otro de los poemas del libro, Canadá, me pregunto por los motivos que pueden llevar a una persona a perseguir a otra, porque en el fondo eso es lo que me preocupa. Por qué alguien, a tenor de una observación escrupulosa de una ley, puede llegar a considerar que otro alguien no tiene derecho a vivir en libertad. Y a medida que me hago esta pregunta, más me convenzo de la importancia de la literatura: el diálogo puede ser a veces muy difícil, pero la lectura y la escritura nos ayudan a buscar a los otros y a encontrarnos en ellos.
-En referencia directa a España, escribe: “País de tanta luz / ¿por qué esta voluntad de ser tiniebla?” Blas de Otero, por ejemplo, podría haber escrito fácilmente este verso, pero ¿nos invita esta certeza a ser pesimistas?
-En Defensa del pirómano había un poema, La casa de Caín, que expresaba una idea parecida. Pero en Gente que busca su bandera reivindico a Clara Campoamor, que en un contexto adverso ofreció una visión de la política como espacio de encuentro. Su independencia, por la que pagó un precio, el no caer en posiciones inamovibles, al final es como un lugar en el que cabemos todos. Me gusta la idea de habitar los pensamientos igual que habitamos una casa, y volver al pensamiento de Campoamor es como volver a un refugio necesario y reconfortante. Es imprescindible esa visión de la política hoy, cuando los dogmas y el odio parecen crecer a cada paso.
-La idea de la habitación del pensamiento es un eje central en su poesía. Está en todos sus libros.
-Sí, es cierto. Supongo que es una querencia heredada de Vicente Aleixandre, quien veía la poesía como algo multitudinario en potencia, como un lugar de encuentro con el otro. Yo firmaría sin dudarlo esa afirmación.
-Por cierto, versos como “Ella lleva en sus manos su bandera, / una pequeña tela empapada de rabia / o un puñado de peces sublevados” remiten a cierto surrealismo. ¿Admite alguna deuda con Lorca, por ejemplo?
-La verdad es que nunca he aspirado a emular a Lorca, sencillamente porque sé que no puedo aspirar a eso. Pero, inevitablemente, hay determinadas lecturas que fluyen en lo que escribes de manera natural, como huellas que a veces ni siquiera percibes pero que están ahí. Me sucede, por ejemplo, con Luis Rosales. Eso sí, la escritura de Lorca es tan grande, tan poderosa a la hora de abarcarlo todo, que es difícil escapar de su influencia.
-Los últimos poemas de Gente que busca su bandera tienden al silencio. ¿Al final es más elocuente lo que no se dice?
-Esa idea ha llegado a preocuparme, sí. A la hora de valorar qué contar, cada vez soy más consciente de que, en determinados espacios, el silencio es más elocuente que la palabra. A medida que escribo y reviso mis poemas los voy despojando de versos, así que considero mi escritura un ejercicio de despojamiento. Voy de lo explícito al despojo, y, como dices, en el final del libro quería que esto trasluciera especialmente. Pero es que, además, concibo la poesía como algo espiritual, como una expresión donde reside la verdad más íntima. Por eso quería terminar Gente que busca su bandera de la manera más concisa posible, con una opción clara por la desnudez con tal de que el lector se sienta invitado a entrar y formar parte, a ocupar ese espacio que dejo en manos del silencio.
-“¿Y si te prestaras como una flor humilde / a esta claridad de la mañana?” ¿El mayor aprendizaje es el desaprendizaje, como quería Fray Luis?
-Las verdades humildes me parecen preferibles. Hay algo grandioso en las verdades pequeñas. Los místicos expresaron esto muy bien en su día. Y, en los últimos años, Alejandro Simón Partal ha emprendido una conquista muy interesante en este sentido.
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