“En esta ciudad estamos demasiado acostumbrados a los parches”
Carlos Álvarez | Barítono
Su agenda tiene reservadas actuaciones para los próximos meses en Viena, Génova, Tokio y Barcelona, pero el cantante toma aire estos días en su ciudad para, de paso, reclamar el Auditorio
Málaga/Caliente aún el éxito en Londres con Simón Boccanegra, Carlos Álvarez (Málaga, 1966) toma aire en su ciudad natal antes de partir en enero a Viena con un doble reto, Falstaff y Tosca. Su agenda para los próximos meses incluye actuaciones en Tokio, Génova y el Liceo de Barcelona, donde protagonizará una versión de concierto del Hamlet de Ambroise Thomas. En mayo volverá a encarnar a Yago en el Otelo de Verdi en el Teatro Cervantes, donde la demanda del público promovió la programación de una función añadida a las dos anunciadas en un principio. Pero en Málaga afronta otra batalla singularmente difícil llamada Auditorio, para cuya construcción protagonizó hace unos días un recital reivindicativo junto a otros cantantes de la provincia. Entre tantos compromisos, el barítono, firme como artista en su posición internacional y a la vez cómplice en su descomunal talla humana, atendió a la llamada de este periódico.
-Defiende usted que se aplique el proyecto ya aprobado de los arquitectos Federico Soriano y Agustín Benedicto para el Auditorio de Málaga. ¿Teme que el discurso de la austeridad dé luz verde a un edificio rebajado?
-No me importaría que hubiera rebajas en cuestiones meramente estéticas. Si así se pudiera reducir los costes, no debería haber problema. Pero lo que no podemos admitir es que la funcionalidad del edificio pueda tener alguna duda respecto a su mejor evolución. Si nos quedamos cortos, corremos el riesgo de que el Auditorio sea un parche, y en esta ciudad estamos demasiado acostumbrados a los parches. De entrada, se creó una plataforma que ha trabajado para que el problema del Auditorio, y lo digo así porque en mi opinión es un problema, volviera a la agenda política, y eso se ha conseguido. Ahora depende de la voluntad de los políticos que el resultado sea el mejor para la ciudad, y eso debería llevar a una relación vinculante con la ciudad que plantea este requerimiento. Hay otros escenarios en los que la sociedad civil tiene esa relación vinculante con proyectos importantes a través de consejos y patronatos, pero eso no existe en el mundo de la cultura, así que la obligatoriedad de cumplir lo prometido siempre está en una nebulosa. El Auditorio es hoy día una decisión política, por lo que los políticos deben sentarse y ponerse de acuerdo con el mejor proyecto posible, que es el que tenemos. Si lo que hacemos es cubrir con esto las parcelas de siempre, nos vamos a equivocar.
-Pero, ¿no ha sido frustrante ese regreso a la agenda política, dado el peso de los partidismos?
-Hablamos de una cuestión de higiene democrática. A ver, de entrada las instituciones actúan con buena voluntad: en su momento se convocó un concurso y se creó un consorcio. Eso debía haber sido suficiente para garantizar la continuidad viniera quien viniera después. Pero es que a los políticos, en materia cultural, les puede el adanismo. Casi siempre hay que volver al principio a explicar lo importante que es la cultura. Hombre, ya está bien. Pero hay además una cuestión que no han sabido calibrar: el mundo de la gestión cultural es tan profesional como cualquier otro sector y como tal necesita profesionales con capacidad de decidir. No puede ser que en los cargos políticos cualquiera esté al mando de la cultura: debería ser el más idóneo y el de más consenso, no el que no encuentre ubicación en otro sitio. Esto debería intentarse en una ciudad de la pujanza cultural como Málaga. ¿Qué vamos a ofrecer cuando se acabe todo el esplendor turístico y el clima tan bueno no nos baste?
-Hace poco hablaba con el director de la Orquesta Filarmónica de Málaga, Manuel Hernández Silva, y se quejaba de que las adminstraciones responsables de la gestión cultural nunca se acercan a preguntar sobre la materia a los que saben del asunto.
-Eso es otro pecado original. En Málaga hemos llegado adonde hemos llegado a pesar de ciertas reticencias y oposiciones. Todo el mundo piensa que siguiendo determinadas pautas se puede llegar a una cierta convergencia cultural con el resto de Europa. Y sí, es verdad, pero para llegar ahí hay que gestionar como se hace en Europa. El muñeco sin instrucciones no funciona, y las instrucciones las tiene quien sabe de qué va esto. A veces la música, sin ir más lejos, se ha convertido en un problema para los políticos a la hora de justificar ciertas decisiones. Necesitamos un contexto en el que el conocimiento sea la base de la toma de decisiones, no al contrario.
-¿Echa de menos más movilización ciudadana para el Auditorio?
-Hablamos de ideas, y convencer con ideas es difícil. Los objetos te permiten señalar la evidencia, que los demás vean naturalmente lo que pasa. Respecto al Auditorio, nos falta el objeto. El proyecto de la Aduana como museo estaba ahí, se veía, era evidente, por eso se podía salir a la calle a rodearlo. Con el Auditorio no es posible hacer algo así, de ahí la importancia de que demos la información oportuna. Piensa además que la oferta creará la demanda. Cuando la gente se sienta a gusto, el Auditorio será algo cotidiano. Eso es algo que me gusta particularmente de Málaga: las novedades se convierten de inmediato en elementos comunes, de toda la vida.
-¿Le preocupa lo que suceda una vez construido?
-En su momento, el consorcio que se creó ya tenía un plan de programación y gestión que se aprobó. Actualmente contamos con sinergias suficientes para que estas cosas salgan bien, incluida la parte privada, cuya participación no descarto aunque sea la iniciativa pública la que tire del carro.
-¿Facilitaría la cuestión la ley de mecenazgo que nunca llega?
-Sí, de hecho hace muy poco se ha corrido el riesgo de que el Teatro de la Zarzuela terminara absorbido por el Teatro Real por una mera cuestión de financiación. Se creó un incentivo fiscal para los inversores pero únicamente con carácter temporal, que es lo que sucede en España. Se permiten los retornos fiscales pero sólo durante un plazo: acabado el mismo, se vuelve a las condiciones anteriores. Sin una ley de mecenazgo que corrija esto será difícil que se invierta más en cultura desde el sector privado. Yo no aplicaría un modelo como el de EEUU, pero sí uno de naturaleza mixta entre la participación pública y la privada.
-Se lo preguntaba porque la Costa del Sol debería ser a priori un buen campo de cultivo dada su condición de motor financiero.
-Claro. Imagínate un polo que considere el PTA como elemento inversor en el Auditorio. El señor Roig, el presidente de Mercadona, ha invertido recientemente 170 millones de euros en las Arenas de Valencia. Si un señor solo hace eso, ¿no vamos a sacar un Auditorio entre cuatro administraciones y todas las fuentes de financiación que puedan llegar?
-Recientemente tuve ocasión de entrevistar al barítono onubense Juan Jesús Rodríguez y me contaba que Málaga debía ser más valiente con su temporada lírica y programar más funciones de sus espectáculos. Poco después se anunció la tercera función de Otelo. ¿Está de acuerdo?
-Sí. Contratar una producción no es caro, pero el Teatro Cervantes tiene una espada de Damocles encima llamada equilibrio presupuestario. En los últimos años se veía como algo muy positivo la ausencia de déficit, pero el rendimiento no puede ser en su caso únicamente de carácter económico. También tiene que haber un rendimiento sociocultural. Si la demanda te lleva a hacer una tercera función de Otelo es porque una parte importante del público quiere que eso suceda. Y habrá que escuchar a esa gente. Todo esto depende al final de quién toma las decisiones y de quién rinde las cuentas. En la Ópera de Viena he vivido dos transiciones en este sentido: el actual director artístico dejará su puesto en 2020 y tendrá entonces un sucesor que ya está trabajando en la programación. Hay un doble equipo, uno para la gestión diaria y otro para anticiparse al relevo con tal de que la máquina no se pare. Eso, en el modelo de gestión cultural en Málaga, no existe. Y en España no tenemos asumido que los cambios que hay que hacer tienen que estar regulados por la ley. Ya está todo inventado, todo está previsto, no hay que sacarse ningún as de la manga, sólo hay que hacer bien lo que dicta la norma y con suficiente previsión. Aquí somos mucho de llamar al emprendimiento, pero ¿cómo lo hacemos para que el invento siga funcionando una vez montado? En el mundo de la cultura esperamos siempre felices ideas, pero no se trata de eso. Lo que hay que hacer es anticiparse, analizar el trabajo actualizado y que rinda cuentas quien debe rendirlas. De ahí la importancia de los profesionales.
-El mismo Juan Jesús Rodríguez lamentaba que no pocos agentes y programadores que trabajan en España prefieren contratar a cantantes líricos de otros países antes que a artistas de aquí, con lo que quienes empiezan se ven abocados a probar suerte en otro sitio. ¿Qué lectura hace usted de esta cuestión?
-A ver, eso es una interpretación desde una óptica activa. Pero, visto de una manera pasiva, ¿qué pensará el cantante de Viena cuando yo voy allí? En igualdad de condiciones, yo siempre preferiré que cante alguien de aquí. Pero en igualdad de condiciones. Esto es mercado libre. Por mucho que lo desee, no puedo pretender que las mayores ofertas de trabajo vengan de mi ciudad si puedo competir en igualdad de condiciones para actuar en otro sitio. Hace unos años yo reservaba siempre unas fechas en Málaga para venir a cantar, en condiciones económicas muy distintas de las que tengo fuera, pero la premisa debería ser siempre la igualdad de condiciones. Entiendo que se incida en la contratación de cantantes de aquí para papeles secundarios, eso ya dependerá de la conciencia de cada programador. Pero en cuanto a los principales, mi generación ha accedido así a este trabajo. Yo estaba en el coro, vino gente de fuera y me dio la oportunidad de ir a otros sitios y plantearme una trayectoria profesional. Pero dudo que se tenga que hacer por ley, como en EEUU, donde para actuar tengo que pagar un canon al sindicato de artistas. Yo no pondría barreras. Ahora bien, en caso de igualdad de condiciones, primero mi primo. Y si esto es una actitud mafiosa, viva la mafia. Pero insisto: en igualdad de condiciones. La confianza da asco.
-En el Liceo cantará en marzo Hamlet, una ópera que no se programa mucho precisamente.
-Haremos una versión de concierto, con Diana Damrau en el papel de Ofelia y yo en el de Hamlet. Tuve el compromiso de hacer esta ópera en Washington en 2009, pero me lo impidió la enfermedad.
-¿Se van saldando las cuentas que quedaron pendientes?
-Sí. Yo considero aquello un paréntesis en la medida en que fue un momento de incertidumbre. Pero lo considero parte de mi historia, no lo dejo aparte ni lo compartimento. Forma parte del continuo, como un episodio que te obliga a reflexionar sobre las decisiones que tienes que tomar y sobre el hecho de que la posibilidad de que la vida profesional se acabe no significa que la vida se acabe. Quienes se dedican a esto corren el riesgo de vivir a cinco centímetros del suelo, y es importante saber mirar alrededor y ver qué sucede al resto de la gente. Cuando me pasó aquello pude compartir tiempo con gente que también lo estaba pasando mal en plena crisis. Y es importante tener un conocimiento directo de la vida real.
-Si mira hoy al futuro, ¿se ve haciendo otra cosa?
-Ya hago otras cosas. La educación me interesa muchísimo, por ejemplo. Si te refieres a interpretar, me gustaría hacer un musical.
-No me diga.
-Sí. Hablé con Manuel Gas hace un tiempo y me puse a su disposición para cuando le hiciera falta. El problema sería compatibilizar la temporada de un musical con mi agenda. Pero me encantaría. Otra cosa sería depender económicamente de eso, lo que me parece improbable. De todas formas, si me jubilo con 67 años, por ejemplo, ya veremos qué pasa luego.
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