Chao, Chao, Eugenio Chicano

Cuando un amigo llega al final del camino, siempre se nos queda algo pendiente. En nuestro caso fue una comida que íbamos posponiendo de semana en semana

Eugenio Chicano, junto a una de sus obras.
Eugenio Chicano, junto a una de sus obras. / Javier Albiñana
José Manuel Cabra De Luna

19 de noviembre 2019 - 20:08

Cuando un amigo llega al final del camino, siempre se nos queda algo pendiente. En nuestro caso fue una comida que íbamos posponiendo de semana en semana. Ya no tendremos esa comida en que habríamos hablado de nuestras cosas o quizá sí, quizá podamos aún hablarnos sin palabras y escucharnos con los oídos del alma.

Se nos ha ido un gran artista y un gran malagueño. Un hombre que amó a su tierra hasta lo indecible, que luchó denodadamente por ella y que aspiró a que la cultura la transformase y se constituyera en su seña de identidad.

Existen al menos dos maneras de ser andaluz, la una es alegre, dicharachera y se ampara en un gracejo que ayuda a vivir; la otra es más grave, más formal y severa y en ella el humor es reportado, contenido hasta la sutileza. A esta segunda pertenecía Eugenio Chicano y fue así hasta en su paleta de colores. Consiguió tener un estilo propio, unas formas y una gama cromática reconocible y personal.

Tuvo una gran responsabilidad para con el arte y para con la sociedad toda. Sentía que el artista ha de ayudar a los demás a ver, a penetrar en el misterio de las cosas, a traspasar su apariencia y habitar el tiempo sin tiempo, el no lugar del arte. Fue incansable en esa generosidad que cristalizó en el uso de motivos y elementos populares.

Son muchas las cofradías que han tenido carteles suyos para mil diversas circunstancias, ya fuera un pregón, ya una serie de actos religiosos o una coronación canónica. Él, desde el más absoluto respeto hacia esas creencias (quizá muy lejanas de las suyas), contribuía a lo que popularmente era aceptado y querido. Los estandartes, los frescos de muchos templos, nacieron de su mano y vírgenes Marías hubo por doquier con sus rostros de luz resplandecientes, que siempre evocaban a su compañera en la vida.

Pero, con ser muy importante cuanto decimos, su relación con lo popular no se agotaba en el mundo cofrade, sino que el mejor folclore también fue para él fuente constante de inspiración temática, desde los alegres motivos de los verdiales, hasta el mundo flamenco al que, por ser un gran aficionado, glosó con la hondura de un entendido enamorado. Sus obras sobre los diferentes palos del cante no fueron simples ilustraciones plásticas, sino re-creaciones alumbradas a la luz del ritmo y el espíritu de la soleá, la bulería o la seguiriya y no podía ser de otra manera porque Eugenio Chicano era un artista culto, pero no solo en la pintura, que también, sino en el mas extenso sentido de la palabra.

Su obra siempre bebió de dos fuentes que supo aunar. Se sentía afín a las vanguardias porque se sabía vivamente de su tiempo pero, a la vez, conocía que la tradición no era sino fundamento necesario de su hacer. Lo uno era el haz, lo otro el envés. La hoja de sus cuadros nacía en la rama del gran arte, que es una y múltiple.

Y así, formalmente utilizaba la carpintería del cubismo, la imagen rota, fraccionada o distorsionada para crear una imagen nueva, que es fiel a la realidad y no lo es, porque ciertamente estaba creando otra imagen, la imagen plástica en estado puro, que no es la realidad pero tampoco es ajena a ella.

Y esa manera la cohonestó con la libertad de utilizar los nuevos sujetos plásticos. El arte “pop” se constituyó como uno de los movimientos artísticos más imponentes del pasado siglo y él lo hizo suyo porque le permitía abordar objetos simples, cotidianos, de uso diario; dando así una vuelta de tuerca a su acercamiento a lo popular. Pero, yendo más allá, llega incluso a convertir en iconos pop la obra de los pintores precedentes. Y así ocurre en una serie de bodegones que realiza a partir de obras de Picasso, Braque o Morandi, que aparecen como objetos cotidianos ya asumidos por nuestra mirada de modo natural. Por eso he mantenido siempre que Chicano fue un pintor culto, que impregnó de cultura su mundo de imágenes.

Esa mezcla de lo intelectual en la estructuración del cuadro y lo popular en el uso de las imágenes más prosaicas con el lenguaje de las técnicas de representación de la publicidad, dio lugar a una personalísima forma de pintar.

Su ciclo se completa cuando durante una decena de años se sumerge en el mundo sutil, bello y potente del arte italiano. En Verona se conformó en plenitud su sabiduría artística, surgiendo una obra personalísima, plena de conocimiento y modernidad y -al tiempo- de fuerte arraigo popular.

En un artículo como éste, que tiene evidente y necesaria naturaleza necrológica, parecería más oportuno dejarnos llevar por las emociones y abandonarnos a ellas. Mas he preferido moderar mi sentimiento de duelo para pergeñar esta meditación sobre la obra de Eugenio Chicano en el convencimiento de que quizá a él no le hubiese disgustado que, en su partida, pensásemos en lo que es su obra y en cuales fueron algunas de las razones profundas que le llevaron a ella; porque nos hallamos ante un artista que gustó del pintar y del hacer de cuantos le precedieron y que se sentía inserto en esa larga cadena que es la historia del gran arte.

Málaga, los malagueños, la Academia de Bellas Artes de la que fue miembro significado, están hoy de luto por su definitiva ausencia. Permítanme despedirme como él lo hacía desde que vino de Italia: Chao, chao, querido Eugenio.

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