Las señales que sí llegaron

Concierto en Málaga | Amaral

Amaral deslumbra con una asombrosa puesta en escena en la presentación de 'Salto al color' en Málaga

Concierto de Amaral, este sábado, en el Palacio de Ferias y Congresos de Málaga. / Marilú Báez

La Ficha

AMARAL

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Palacio de Ferias y Congresos de Málaga. Fecha: 21 de diciembre. Músicos: Eva Amaral (voz, guitarra, armónica), Juan Aguirre (guitarras), Ricardo Esteban (bajo y sintetizador), Álex Moreno (batería), Tomás Virgós (teclados), Laura Rubio (coros y percusión). Aforo: unas 2.700 personas (casi lleno).

No hay excesivas oportunidades de constatar la evolución de un grupo de rock que, con sus orígenes en la más feroz independencia, decide responder al éxito con un compromiso artístico centrado en la búsqueda y la exigencia. Sabemos bien que, por lo general, y tristemente, el mainstream exige precios muy concretos y casi siempre implacables; en el caso de Amaral, la clave de su libertad reside, tal vez, en el modo en que su música ha conectado con públicos muy diversos (no hay más que acercarse a un concierto para constatarlo) hasta crear un vínculo que, en lugar de erosionarse con las exploraciones sonoras, como es habitual, queda reforzado en cada envite. Dicho de otro modo: Amaral gusta a gente que procede de criterios e identidades musicales distintas, y esta atracción múltiple, verdaderamente extraña en el rock español, donde las tribus siguen teniendo un protagonismo excesivo, ofrece a Eva Amaral y Juan Aguirre suficientes garantías para salir airosos de cada propuesta (independientemente, claro, del talento musical que atesoran). Esta conexión, que conste, no elimina los riesgos que entraña un disco como Salto al color, que, después del trallazo eléctrico que supuso Nocturnal, abría la puerta a bases electrónicas y estructuras rítmicas contemporáneas asimiladas desde el matiz, nunca desde el trazo grueso. La recepción del disco volvió a ser positiva, pero quedaba la incógnita de cómo funcionaría el invento en directo, donde tales ingredientes resultan, por lo general, ingratos. La respuesta llegó este sábado con el concierto de presentación de Salto al color que Amaral ofreció en un abarrotado Auditorium Club del Palacio de Ferias y Congresos, que por sus calidades acústicas y ambientales sigue sin ser el espacio ideal para los conciertos de invierno en Málaga pero que bastó para degustar la descarga en su plenitud, o casi.

Eva Amaral, durante el concierto. / Marilú Báez

Si de evolución se trata, sólo cabe apuntar la evidencia de que Amaral ha alcanzado una espléndida madurez en la que el equilibrio entre el éxito y la exigencia artística se halla en su punto perfecto de cocción. El concierto se basó en la conjunción de recursos electrónicos para los temas de Salto al color y el sostenimiento del pulso eléctrico del grupo, el mismo que quedó consolidado de manera apabullante en Nocturnal. Y si habitualmente había que acudir a los dinosaurios de la liga mundial para disfrutar de esta conjunción con la calidad merecida, con Amaral podemos decir que el rock español ha ganado, por fin, su particular batalla al respecto. Durante dos horas y media, el dúo, arropado por otros cuatro músicos en la elevación de una portentosa arquitectura sonora, revisaron su repertorio con generosidad y altura de mira, sin renunciar a ni uno solo de los episodios que durante más de veinte años han compuesto la historia de Amaral, con verdad, honestidad y ambición. Pero si el grupo demuestra ya una absoluta falta de complejos en cuanto al sonido, lo mismo podemos decir de la puesta en escena, asombrosa y de impacto en lo visual y con una iluminación tan hipnótica como efectiva. El mundo de ciencia-ficción tan querido por Amaral brilla especialmente en este directo, a base de vestuarios y recursos de clara inspiración cinematográfica, mientras que la conjunción de imagen y música alcanza cimas realmente conmovedoras como en Halconera. Amaral sirvió su menú como una invasión de los sentidos y el discurso jugó a su favor.

Si para el maestro de la ciencia-ficción Kurt Vonnegut el arte debería servir para hacer preferir la vida, ya podemos decir que Amaral lo ha conseguido
Eva Amaral y Juan Aguirre, durante su actuación. / Marilú Báez

En cuanto al repertorio, Señales abrió paso a canciones de Salto al color como Bien alta la mirada, LLuvia (otro de los momentos más hermosos del concierto), Soledad, Juguetes rotos, Tambores de la rebelión, Mares igual que tú, los Peces de colores que cerraron la velada tras las dos remesas de bises y, antes, el fabuloso himno que encierra Nuestro tiempo, una de las más bellas canciones que ha alumbrado el rock español en los últimos veinte años. Ante la contundencia de las bases parecía difícil que los matices del álbum salieron a relucir, pero lo hicieron, a base de oficio e imaginación a raudales. Conviene subrayar en este sentido la feliz sintonía entre Ricardo Esteban al bajo y los sintetizadores y la guitarra de Juan Aguirre, principal responsable del milagro, sabio en la dosificación de los pulsos eléctricos y en la gestación de las armonías, capaz de invocar al trueno en chispazos como Llévame muy lejos sin deslizarse un ápice del equilibrio apropiado para cada canción (cada vez toca más Aguirre como un cirujano en plena operación, preciso y afirmado en el tono). La temprana interpretación de El universo sobre mí significó una declaración de intenciones, al igual que Hoy es el principio del final, Cómo hablar, Revolución, Nocturnal, Moriría por vos, El blues de la generación perdida, Sin ti no soy nada (a flor de piel) y Kamikaze, entre muchas otras. El tributo al rock español de los años 60 que es Días de verano dio paso a la oportuna recuperación de Nada de nada de Cecilia, que Amaral incluyó en Una pequeña parte del mundo, con el que el grupo se reivindicó, pleno de razones, en su particular tradición; y así lo volvió a hacer en Rosita, esta vez desde la propia tradición que Amaral ha injertado en el rock español, libre de prejuicios e imposturas. Para demostrarlo, además, el grupo terminó Hacia lo salvaje con una rabiosa evocación de A galopar de Paco Ibáñez ante la que no había más remedio que entregar todas las cucharas. Si hay que jugar en un equipo, que sea en éste.

Para cuando sonaron Salir corriendo y Llévame muy lejos la felicidad era un hecho consumado. También la constatación, una vez más, de que Eva Amaral es una de las mejores cantantes que ha dado este país al rock: en Málaga, como suele, anduvo siempre en el filo del cuchillo sin escatimar una nota, dando más allá de lo que cualquiera en su sano juicio podría esperar, pródiga en graves y agudos y con una afinación impecable: una verdadera bestia que hacía temblar al escenario con el público acogido en su bolsillo. Si para el maestro de la ciencia-ficción Kurt Vonnegut el arte debería servir para hacer preferir la vida, ya podemos decir que Amaral lo ha conseguido. Seguiremos celebrándolo.

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