Mapa de Músicas | Isabel Dombriz. Pianista
"En pandemia tuve la mente más libre que nunca"
El Jardín de los Monos
Mi amigo Víctor suele preparar los viajes concienzudamente. Estudia la ruta, las ciudades, los monumentos, la historia, la gastronomía y, en fin, todo cuanto nos puede interesar para sacar gozo y provecho a la visita. Desde Glasgow teníamos previsto continuar hacia el sur para visitar la bonita ciudad inglesa de Chester, fronteriza con Gales y capital del condado de Cheshire, pero Víctor había leído que en la costa, un poco hacia el norte, había un pueblo precioso y muy turístico porque era el puerto desde el que partían todos los barcos con destino a las islas Hébridas. Fue un buen argumento como para desviarnos de la ruta prevista y visitar Oban. Pero la verdad del argumento decisivo para poner nuestras caravanas rumbo a la portuaria ciudad estuvo en que -según había leido- Oban era el paraíso de las marisquerías y sus ostras tenían fama de ser ¡las mejores del mundo!
Encontramos un camping en las afueras de la ciudad, en una zona bastante boscosa. Aunque el tiempo, fresco y lluvioso no acompañaba, algo frecuente por aquellos lares llenos de lores, pasamos esa tarde viendo los rápidos de un cercano río cuyas aguas alimentaban el estuario que forma el fiordo de Forth, en cuyas orillas se asienta Oban. Pequeña ciudad cuya importancia radica, como ya hemos comentado, en ser el puerto de enlace con las islas Hébridas. Este conjunto de islas se divide en las Hébridas Interiores, más pegadas al territorio escocés, y las Hébridas Exteriores, cuya mayoría son islas muy pequeñas y deshabitadas. Todas tienen un gran atractivo turístico ya que poseen unas magníficas playas de arena blanca con enormes olas y una rica fauna. Y, además, toda esa belleza natural atesora un acervo de misterios, leyendas e historias propias de su ancestral cultura celta.
Entre los misterios de esas islas supimos de uno, aún no resuelto, que conmocionó al mundo en el año 1900, fue conocido como el misterio del “faro de las islas Flannan”. En la isla Eilean Mör, la mayor de dichas islas, perteneciente a las Hébridas Exteriores, se había construido un alto y potente faro. Allí habitaban tres fareros, hombres curtidos en la mar, que cuidaban del mantenimiento del faro. Desde Oban le suministraban todo aquello que necesitaban. Un día, el capitán de un barco de vapor americano se sorprendió al ver que el faro estaba apagado aún siendo ya de noche. Nunca se supo por qué la alerta de este barco no fue atendida. Cuando varios días después arribó a la isla el barco de los suministros, nadie salió a recibirlo. El farero de relevo, un tal Josepf Moore, quedó impresionado. Se encontró con un desastre descomunal e inexplicable, como si una gran tempestad hubiese arrasado la isla. Se había desprendido una roca de varias toneladas en la zona de atraque, las barandillas de hierro estaban dobladas y retorcidas, así como los raíles de metal, y el cabrestante de la grúa se encontraba desenrollado y suelto sobre las rocas. Moore comprobó que todas las puertas de acceso al faro estaban cerradas. El interior parecía estar en perfecto orden, pero no había rastro de los tres fareros, tan solo le extrañó encontrar el chubasquero y las botas de agua de uno de los desaparecidos.
¿Qué pasó con aquellos tres hombres? ¿Quizá fueron tragados por la furia del mar en una tormenta devastadora e inesperada? ¿Salieron deprisa y se preocuparon de cerrar las puertas? ¿Por qué uno salió sin ponerse el chubasquero con la fuerte tormenta? ¿Se los tragó algún monstruo marino? ¿Fueron abducidos por un OVNI? Lo cierto es que nunca más se supo de ellos, ni de lo que pasó en el faro de las islas Flannan. El poeta romántico inglés Wilfrid Wilson Gibson que vivió el suceso escribió: “Un barco que pasaba al amanecer había traído / Las noticias; y rápidamente zarpamos, / Para descubrir qué cosa extraña podría estar pasando / Los guardianes de la luz de las profundidades marinas”.
Lo que más llama la atención de Oban es el Mac Caig´s Tower, una especie de 'coliseo' que domina la ciudad desde la cima de una colina que está frente a la explanada del puerto. Es un enorme mausoleo de forma semicircular e inacabado (por defunción) que comenzó a construir un conocido banquero (el prematuro finado) de Oban, cuyo nombre lleva. Estas manías de construir monumentos grandiosos de estilo clásico greco-romanos deben ser frecuentes entre los británicos. Digo esto porque viendo este “coliseo” recordé que, en los acantilados de Cornualles, allá por el año 1990, vi un teatro greco-romano excavado en la roca. Fue construido, en la segunda mitad del s. XX, por un matrimonio que dedicó su vida a tamaña proeza y todos los veranos se celebraba en él un festival de teatro clásico similar al de Mérida.
A Oban se la conoce como la capital del marisco de Escocia. Las oyster (ostras), los prawns (langostinos), las lobsters (langostas), los crabs (cangrejos) y, en general, los fish (pescados) son realmente exquisitos. En el famoso restaurante Ee-usk, con vistas al mar, a las islas Hébridas y con un ambiente tranquilo y distinguido, degustamos una suculenta mariscada.
La pequeña ciudad cuenta con una soberbia catedral católica, bajo la advocación de San Columba, de estilo neogótico que se construyó a mediados del s. XX. Junto al mar queda una torre cuadrangular que fue el torreón principal del Dunollie Castle un castillo de los siglos XII-XIII. De él escribió Walter Scott en su poema El señor de las islas que nada "era más tremendamente hermoso que la situación de Dunolly". Muy cerca se encuentra la llamada The Dog Stone que es una piedra legendaria de millones de años. Según la leyenda, la forma que tiene es debida a que en ella el gigante “Fingal” dejó atado a su perro. Durante mucho tiempo el perro le daba vueltas a la piedra desgastándola, con sus cadenas, por la base. Se dice que su fantasma, el del perro, aún aúlla por las noches.
El Dunstaffnage Castle es un castillo del siglo XIII situado a las afueras de la ciudad. Aún conserva las murallas con sus torres circulares y la entrada fortificada. Tiene un enclave muy hermoso ya que se encuentra en una pequeña península rocosa. Fue reconstruido en el siglo XIV por Thomas Plantagenet, segundo conde de Lancaster, para defenderse de su primo, el rey Eduardo II que lo había acusado de traición. Pero de poco le sirvió, en 1322 el conde fue capturado y ejecutado. Según la leyenda necesitó de once hachazos del verdugo para decapitarlo. Fue tal el horror que el alma torturada del decapitado sigue vagando por los alrededores del castillo, con la cabeza debajo del brazo y una terrible expresión en su rostro.
Pero no es el único. Otro fantasma que deambula por este lugar es el de Sir Guy, un valeroso caballero que llegó en el último de sus viajes y se refugió entre las ruinas del castillo en una noche de intensa tormenta. Fue entonces cuando se le apareció un espectro de color blanco que le hizo señas para que lo siguiera. Lo siguió y le llevó hasta una sala en donde encontró a otros muchos caballeros como él, pero dormidos. En el centro había una especie de ataúd de cristal en el que yacía una joven muy hermosa. Dos serpientes la escoltaban, una a cada lado junto a una espada y un cuerno. El espectro le dijo a Sir Guy que estaba en su mano despertar a tan bella dama pero que, para ello, tendría que utilizar o la espada o el cuerno, advirtiéndole de que sólo una de ellas era la opción correcta. Sir Guy eligió el cuerno y sopló. El sonido del cuerno no despertó a la hermosa dama, pero sí a los caballeros que se abalanzaron sobre él. Comenzó entonces a entrar en un profundo sopor hasta quedar dormido mientras escuchaba lejanas risotadas burlescas. Al despertar se encontró que estaba en el lugar en el que se refugió al llegar. Decidió entonces y se juró a sí mismo que jamás abandonaría el castillo hasta encontrar a la joven dormida y devolverla a la vida. Aún, hoy en día, sigue buscándola. Según dicen algunos, en las noches tormentosas se le escucha a Sir Guy llamar gritando a la bella durmiente mientras recorre el castillo buscándola.
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