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La noticia de que el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro celebrará finalmente su próxima edición este año fue recibida por el gremio teatrero nacional con una enorme sensación de alivio. Será una edición reducida, del 14 al 26 de julio, con una programación centrada en compañías nacionales (cuyos detalles se darán a conocer el próximo día 10) y sin algunos apartados que en los últimos años se habían hecho esenciales, como el Almagroff (el Barroco infantil, eso sí, tendrá una versión especial on line). La organización, con Ignacio García a la cabeza, sostiene que la propuesta se desarrollará con todos los protocolos sanitarios que exigen las autoridades, lo que pasa, claro, por la reducción: la programación que subirá a escena no pasará del 30% de la que se ofrece normalmente, y de los catorce espacios con que cuenta el certamen únicamente se emplearán cuatro. Pero, muy a pesar de los recortes, el alivio obedece a dos cuestiones esenciales: la primera, y más importante, tiene que ver con la recuperación de la confianza del público. Los grandes festivales veraniegos constituyen, necesariamente, el primer laboratorio en el que experimentar tanto las medidas de seguridad obligadas como la recepción y aceptación de las mismas por parte de los espectadores, pero con un encanto patrimonial y un rendimiento del contexto que facilitarán, o deberían, la reconciliación en los términos más felices. La otra razón tiene que ver con la evidencia de que la temporada nacional se nutre en gran medida de lo que ofrecen estos festivales, de modo que las veinte compañías que comparezcan en Almagro, aunque puedan parecer pocas, garantizan ya una actividad posterior. Son, digamos, pasos irremediablemente pequeños pero cuyas consecuencias podrán llegar a ser determinantes para la salud inmediata del teatro español.
También han confirmado ya sus próximas ediciones en 2020 el Festival de Olite y el barcelonés del Grec. Todo apunta a que Mérida tendrá un menú también reducido desde finales de julio y durante parte de agosto, lo que se recibirá seguro como otro alivio determinante. Habrá también, parece, Festival de Teatro en Olmedo; y en Cáceres, aunque trasladado a septiembre. Otros, como los de Alcalá de Henares y Fuenteovejuna, decidieron ya aplazar sus siguientes citas a 2021; pero parece, en todo caso, que este verano habrá material suficiente para, por una parte, volver a conquistar al público en los mejores espacios escénicos y, por otra, nutrir a los teatros de propuestas interesantes para una temporada, la 2020/2021, que será seguro, también, harto difícil. Mención aparte merece la consideración de que es el repertorio clásico, ya sea en entornos monumentales o en salas al uso, el mejor aliado posible para que los aficionados se sientan como en casa. El patrimonio que generan los grandes títulos catalogados así, como clásicos, precisamente por la vigencia que respiran, ya sean grecolatinos o del Siglo de Oro, sigue siendo la mejor herramienta posible para ganar amantes a la causa, haya o no epidemias, impere el confinamiento o el desmadre al aire libre. La dependencia que mantiene el sector escénico español contemporáneo respecto a obras escritas hace más de cuatrocientos años es porcentual y cualitativamente enorme, y lo es, principalmente, porque es este repertorio el que el público prefiere. Así de sencillo. Para invitar a los hijos pródigos a volver a casa, nada como jugar sobre seguro.
Nombrados algunos de los principales festivales escénicos españoles, la pregunta se hace sola: ¿Y Andalucía? Más allá de citas puntuales de gran interés, como el citado Festival de Fuenteovejuna y las Jornadas del Siglo de Oro de Almería, la Consejería de Cultura, como respuesta a la crisis, ha ampliado el ciclo Teatros Romanos de Andalucía en una nueva programación que, bajo el lema Anfitrión (bien cargado de intenciones), ofrecerá funciones de regusto clásico en las Cocheras del Puerto de Huelva y La Alcazaba de Almería además de los escenarios ya conocidos de Baelo Claudia e Itálica (el Teatro Romano de Málaga, con una actuación arqueológica pendiente y eternizada, parece condenado a quedarse fuera este año también). La convocatoria se abrió en su momento (con un plazo demasiado breve concedido a las compañías para la presentación de sus propuestas, al cabo consecuencia inevitable de la premura ante la imposibilidad de hacer previsiones a largo plazo) y los contenidos se darán a conocer en los próximos días. No obstante, por muy loable que sea el empeño puesto en los Teatros Romanos de Andalucía, igual que ahora en Anfitrión, hay que admitir que en ambos casos hablamos de una programación y no tanto de un festival: para llegar a tal, faltaría un discurso, una intención, una promoción y, sobre todo, una capacidad para acoger estrenos de elevado interés mucho mayor. Y, bueno, no deja de ser paradójico que Andalucía sea capaz de mantener y celebrar cada verano grandes festivales de música, como el de Granada (y el de Úbeda, aunque sea el suyo un calendario primaveral), y de danza, como el de Itálica, mientras que la preocupación por hacer un verdadero Festival de Teatro Clásico parezca considerablemente menor. Por territorio, población, proporción y, sobre todo, por la enorme cantidad y variedad de espacios monumentales disponibles, casi parece una anomalía que no exista aquí un festival transversal, con sedes en todas las provincias y capacidad de atracción internacional. Todo se andará. Quién sabe.
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