Mañana de abril, Beckett se queda en casa
El diario de Próspero | Teatro
En pleno confinamiento, Peter Brook invitó a los mismos actores de sus ‘Fragments’ a grabar una nueva remesa de obras breves de Beckett sin salir de sus casas, con un resultado prodigioso
Por más que habitualmente se deshiciera en elogios hacia el irlandés, la relación de Peter Brook con Samuel Beckett no llegó a cristalizar debidamente hasta 2008 con el estreno de Fragments, espectáculo en el que, de la mano de su colaboradora Marie-Hélène Estienne, el director británico reunía a tres intérpretes de su parisino Théâtre des Buffes du Nord (Jos Houben, Marcello Magni y Kathryn Hunter) en un programa especial de obras breves del Premio Nobel que incluía Come and go, Rough for Theatre I, Rockaby, Act without words II y Neither. Por más que algunas piezas como Krapp´s last tape formaran parte habitual de los repertorios de teatros y salas de diverso pelaje, el envite resultó decisivo para popularizar la faceta menos conocida pero paradójicamente más representativa de Samuel Beckett: las misteriosas piezas escénicas cortas que Jenaro Talens bautizó en su traducción al castellano como Pavesas y en las que, con su humor marca de la casa, el autor de Esperando a Godot encontró un mecanismo idóneo para, precisamente, elevar el fragmento a la categoría de unidad dramática completa y autónoma, seguramente la mayor revolución conocida en el teatro desde Shakespeare. Aquellos Fragments de Brook obtuvieron un gran éxito traducido en varias reválidas con repartos alternativos, así como una versión filmada que, con el título Beckett by Brook, llevó la magia del invento a públicos mucho más amplios.
Pasado el tiempo, quién lo iba a decir, aquella aventura ha tenido su secuela de la manera más inesperada. La crisis del coronavirus obligó al Théâtre des Buffes du Nord a echar el cierre y, en plena búsqueda de soluciones para mantener la actividad, Brook comprendió que la respuesta estaba en aquellos mismos fragmentos de Beckett. Tal y como explicó el propio director, Beckett by Brook había sido vista por más de 24.000 personas y eso demostraba hasta qué punto el recurso audiovisual debía ser tenido en cuenta cuando, de hecho, no había otra salida. Así que el pasado mes de marzo Brook reunió (de manera virtual) al mismo equipo, con Marie-Hélène Estienne como mano derecha y los intérpretes Jos Houben, Marcello Magni y Kathryn Hunter. El objetivo era prolongar cuanto dio de sí Fragments con un nuevo proyecto que de hecho no tardó en titularse Fragments 2, si bien el procedimiento, de acuerdo con las circunstancias, habría de ser distinto: cada actor interpretaría las obras en su casa, a través de performances grabadas en vídeo para su posterior ensamblaje y su exhibición exclusivamente a través de las pantallas. El repertorio fijado para Fragments 2 incluía, de nuevo, Act without words II (con tres diferentes revisiones interpretadas por cada uno de los tres actores), Not I, Ohio Impromptu y A piece of monologue. El resultado, de 90 minutos de duración, puede verse desde el mes pasado en internet y, más allá de servir de testimonio del asombroso talento creativo de un señor de 95 años, arroja una luz considerable sobre la vigencia de Beckett y sobre el debate, ahora bien álgido, en torno a los modelos escénicos híbridos a los que el confinamiento ha dado rango prioritario.
Tal vez la cuestión que más llamaba la atención sobre los Fragments de 2008 era la libertad con la que Peter Brook subió las piezas a escena. Los textos de Beckett, como es bien sabido, dan pormenorizadas instrucciones sobre cómo deben ser representados; mientras vivió, el mismo autor mantuvo un control férreo sobre su obra para garantizar que cualquier montaje se atuviera al milímetro a tales prerrogativas, y tras su muerte han sido sus herederos los encargados de ejercer la vigilancia. Brook, sin embargo, partía de los textos para llevarlos a un paisaje distinto, un territorio donde su poética del espacio vacío encajaba de manera harto significativa con el territorio beckettiano. En Fragments 2 se da, de nuevo, la misma libertad, esta vez atenida a las circunstancias del encierro pero con resultados no menos admirables: por ejemplo, Beckett concibió Not I para que el espectador viera únicamente una boca que emerge de la oscuridad, sin más movimiento que el de los labios mientras pronuncian el texto; aquí, Kathryn Hunter practica una peculiar lectura directamente desde el libro original (Mañana de abril... el rostro en la hierba... sólo quedan las alondras...), visible en la grabación, a través de una cámara que poco a poco va guiando al espectador a través de una exploración en primerísimos planos del cuerpo de la intérprete. Lo más revelador es, de cualquier modo, la manera en que los distintos espacios domésticos juegan a favor de la ceremonia del deseo que Beckett despliega en sus obras: los dormitorios y pasillos, con detalles impagables como los zapatos dejados en la puerta para evitar la propagación del virus, convierten aquella presunta parodia de la existencia en un ritual asombroso de la vida cotidiana, donde la costumbre es espectáculo. Pocos espejos podrán encontrarse hoy, tan fieles, para delatar que seguimos desnudos.
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