Cuerpo a tierra para representar lo invisible
El diario de Próspero | Teatro
La obra de La Phármaco se acerca a lo que Peter Brook llamó ‘teatro sagrado’, pero en todo caso es lo más opuesto a un teatro muerto
‘La domesticación’ llega en octubre a Málaga y Sevilla
Fuera de los focos al uso y de los modelos efímeros, con el mayor rigor artístico y una independencia defendida a pie de escenario, pero con una atención creciente por parte de públicos cada vez más diversos dentro y fuera de España, la compañía La Phármaco, que dirigen en Madrid Luz Arcas y Abraham Gragera, ofrece uno de los motivos más contundentes para mantener la esperanza puesta en la escena contemporánea. Aunque espectáculos como Éxodo: primer día, La voz de nunca y Kaspar Hauser. El huérfano de Europa habían puesto ya sobre la mesa un discurso único, feroz, directo a la raíz y profundamente renovador, es especialmente a partir de Miserere. Cuando la noche llegue se cubrirán con ella, el espectáculo estrenado en 2017, cuando La Phármaco acierta a tocar teclas que nunca antes habían sido pulsadas, lo que en la historia del teatro sólo llega a suceder en muy contadas ocasiones. Para empezar, no podemos hablar de danza, o únicamente de danza: el cuerpo subido a escena constituye el principal acontecimiento, pero lo hace con una intención liberadora, inclinada a despojar a este cuerpo de todas las consignas políticas, culturales, estéticas, económicas y artísticas (consignas entre las que, sí, se encuentra la danza, o lo que habitualmente se entiende como danza) que han hecho del mismo cuerpo un objeto prejuzgado. Esta opción, para la que pueden establecerse vínculos y referencias desde la escena del último siglo, pero que en su definición intelectual y su manifestación formal es, insisto, original en todos los sentidos del término, ha revelado y sigue revelando consecuencias de largo alcance. Y lo hace un tanto a la manera en que Peter Brook definió el teatro sagrado: haciendo visible lo invisible, lo que escapa a la percepción de nuestros sentidos. La gran revolución emprendida por La Phármaco consiste en la apuesta del denostado cuerpo, sometido a abusos de muy distinta índole, como mecanismo idóneo para esta operación de visibilidad. En cualquier caso, La Phármaco se sitúa en la orilla contraria de lo que el mismo Brook consideraba un teatro muerto, entendido como mero pasatiempo, incapaz de afectar, de significar, de permanecer.
La domesticación, espectáculo que tras su estreno el año pasado en Madrid podrá verse el próximo mes de octubre en Málaga (Teatro Cervantes, día 25) y Sevilla (Teatro Central, días 30 y 31), y que se presenta como la primera parte de la trilogía Bekristen (Cristianos), traslada esta presencia del cuerpo devuelto a la fiesta popular a la que pertenece por derecho, la celebración en torno al chivo expiatorio que en el folclore acepta a todos por igual (fuera de los estrechos requerimientos en cuanto a poder, influencia y belleza del canon occidental), al ámbito más abiertamente político. La malagueña Luz Arcas señala al cuerpo como depósito del relato neoliberal, generalmente asumido y compartido a modo de promesa de igualdad de oportunidades pero que se materializa en exclusiva a través de un proceso claro de colonización. No obstante, más que una mera exposición del diagnóstico, donde la propuesta alcanza su mayor cariz político es al abrazar la cuestión de la compasión: frente a la mediación catequética de costumbre, es en el cuerpo donde todo lo que puede decirse sobre la compasión, ya sea como aspiración o como fracaso, tiene sentido.
Vuelvo a Peter Brook, quien, en El espacio vacío, para describir el teatro mortal recordaba a los esclavos del antiguo México que, antes de la invención de la rueda, llevaban a cuestas enormes piedras y las subían así a las montañas mientras sus hijos arrastraban sus juguetes sobre minúsculos rodillos. Aquellos esclavos, que además construían los juguetes de sus hijos, tenían ante sus ojos una solución idónea para llevar a cabo con más facilidad lo que se les había encomendado pero durante siglos no llegaron a percibir la conexión. A partir de este relato, más próximo seguro a la parábola que a la evidencia histórica, se pregunta Brook hasta qué punto somos conscientes de la solución que ofrece el teatro ante nuestros ojos: “¿Se ha tomado conciencia de lo que hay debajo del juguete? Lo que hay debajo es una rueda”. Pues bien, en La Phármaco la rueda es el cuerpo. Todavía, a estas alturas, no sabemos qué hacer con él, a dónde nos puede llevar, qué podemos decir de él, en parte porque creíamos haber exprimido ya sus posibilidades artísticas a través de la danza. Estamos, quién lo iba a decir, en el comienzo. Pero ahora sabemos que cabemos todos.
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