Fallece a los 67 años Gloria Vargas, emblema del flamenco en Málaga
La bailaora, pieza esencial del esplendor que disfrutó el género en la provincia durante los años 60 y 70, compartió escenario con Paco de Lucía y Fosforito entre otros artistas
Málaga/Vino Gloria Vargas al mundo en la Casa de las Monjas de El Perchel un 14 de abril, aunque para entonces las ensoñaciones republicanas estaban ya bien sofocadas: corría el año 1949 y la hambre se cernía dueña y señora de una Málaga sumida en tinieblas, pero fue aquí y en aquel tiempo donde la bailaora dio sus primeros pasos, unos pasos que habrían de convertirse en vuelo, compás y fiesta para la admiración de espectadores de diversos calados. Gloria Vargas falleció ayer en la misma ciudad que la vio nacer, a los 67 inviernos, después de años de litigio contra su maltrecha salud y con algunas de las más memorables páginas de la historia del flamenco en Málaga en su haber. Con Gloria Vargas murió ayer un poco más aquel esplendor que vivió el flamenco en los tablaos que proliferaron por la provincia en los años 60 y 70, una cuna de talento irrepetible que se fue sin relevo firme y que depende cada vez con más urgencia de la memoria. Vargas fue precisamente un emblema único y singular de aquel flamenco curtido en El Perchel y en La Trinidad y que conquistó escenarios en todo el mundo. Su familia y amigos despedirán hoy a la artista a las 17:30 en Parcemasa con una misa en su recuerdo.
Como correspondía, Gloria Vargas tuvo su cuna en una familia de artistas que anidó siempre entre La Trinidad y El Perchel. Su padre, Antonio Rosas Ortiz Niño de Almería, y su madre, Pepa Vargas La Tembleca, inspiraron todo el cante y el compás tanto a ella como a sus hermanos, el también bailaor y cantaor José El Tembleque y el guitarrista Antonio Vargas. Ya de pequeña, tal y como recordó ayer el divulgador del flamenco y amigo de la familia Vargas Paco Roji, Gloria ganó la atención de Enrique El Cojo y de otros maestros del cante ante los que tuvo la oportunidad de bailar. Sus primeras actuaciones vinieron de la mano de su padre y de Antonio Fernández Fosforito, quien se convertiría en un aliado de largo recorrido en su carrera. Y justo entonces, apenas comenzada la década de los 60, cuando una muy jovencita Gloria Vargas empezaba a encandilar a públicos cada vez más amplios, el flamenco se convirtió en Málaga en todo un atractivo social y cultural de primer orden, gracias, en primera instancia, a la llegada de un turismo ávido de baile y fiesta. Así, Vargas comenzó a actuar en tablaos como El Pimpi en Málaga y La Bodega Andaluza y Jaleo en Torremolinos, ya consagrada como artista plena y por derecho.
A los 18 años, tal y como recuerda también Paco Roji, Gloria Vargas montó su cuadro flamenco, en el que figuraban como cantaores Antonio de Canillas y Cándido de Málaga, y que no tardó en convertirse en agente imprescindible de las noches de la Costa del Sol. Sólo algunos años después Vargas había llevado a su cuadro a actuar en numerosos festivales de España y también en Marruecos (llegó a bailar para el rey Hassan II), gracias a la influencia de Fosforito. A lo largo de los años 70 y 80 continuó su trayectoria por tablaos y festivales, en los que compartió escenario con artistas como Paco de Lucía, Sebastián Montiel, Enrique Naranjo, Pedro Escalona, El Tiriri, Chiquito de la Calzá y el propio Fosforito. Vargas compaginó su actividad artística con la enseñanza y la gestión de su propio tablao, El Rincón de Gloria Vargas, que tuvo en La Malagueta. En 2007 participó junto a su familia en el espectáculo Memoriales, que clausuró en el Teatro Cervantes la Bienal Málaga en Flamenco; y en 2013 fue objeto de un homenaje en el mismo escenario en el que participaron, entre otros, Antonio de Canillas, Antonio Soto, Pepito Vargas, Luci Montes, La Trini, Carrete y Luisa Chicano. Una vez cerrado su tablao, se dejaba ver bailando en el restaurante El Jardín.
Casada con el cantaor Manuel Rojo Chiquilín, Gloria Vargas llevó el flamenco a cotas de genio y hermosura que de otra forma habrían permanecido inéditas. Sin aquel flamenco genuino y directo y sin el baile de Gloria Vargas, Málaga ya es otra. Seguramente más anodina y gris, menos espontánea. Este frío extraño acompaña su pérdida.
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