Fernando Savater: “Lo malo de las utopías es que al final se cumplen”
Pensamiento
El pensador abrió este jueves en el Pompidou el ciclo ‘El fin de las ilusiones’ e hizo gala de su ironía, su pesimismo y su impronta humanista
Málaga/Habló Fernando Savater de esperanza, a través sobre todo del principio de Ernst Bloch; y en gran medida el encuentro podía servir de representación del concepto: el auditorio del Centro Pompidou Málaga se quedó este jueves pequeño (literalmente: un grupo abultado se quedó fuera cuando hasta las sillas plegables añadidas se agotaron en la sala) para asistir a la conferencia con la que el pensador inauguró el ciclo El fin de las ilusiones, una programación diseñada por Ignacio Jáuregui a modo de complemento de largo alcance de la actual colección expositiva del museo, la dedicada a las Utopías (que continuará este viernes, por cierto, con una conferencia de la comisaria de arte y activista Fortunata Calabro y el sábado con la nueva edición de La noche en danza). En diálogo con el periodista Teodoro León Gross, Savater compareció para hablar, en principio, del lado oscuro de las utopías; pero, como corresponde a su impronta humanista, de la que hizo gala a base de complicidad, ironía, humor (nadie cuenta los chistes de Umberto Eco como Fernando Savater) y pesimismo, el autor de Contra las patrias y mejor discípulo de Cioran habló un poco de todo. Esencialmente, y para disfrute del respetable, de lo que le dio la real gana.
Presentado por Teodoro León Gross como “nuestro filósofo”, Savater matizó, como suele, que no se considera tanto un filósofo como un profesor de Filosofía (“y no es lo mismo ser Arthur Rubinstein que ser profesor de solfeo”), para subrayar acto seguido que “el mundo está lleno de genios, pero faltan maestros”. Sobre las utopías, a partir de lo que sobre ella escribieron autores como Aldous Huxley y Tomás Moro (cuya satírica Utopía, advirtió Savater, dista mucho de las connotaciones que hoy se identifican con la propia utopía), y especialmente a partir de concreciones utópicas generadas a lo largo de la Historia como los Estados Unidos, la Unión Soviética y el Estado de Israel, sostuvo el protagonista del encuentro que el cumplimiento de las utopías es un hecho, “pero justamente lo peor de ellas es que se acaban cumpliendo”. Como proyección del deseo, lo más peliagudo es, precisamente, lo que se desea: “La utopía es el sueño de unos pocos convertido en pesadillas para todos los demás”, afirmó Savater, quien señaló a los migrantes como “verdaderos viajeros de la utopía” en el siglo XXI: “Quienes vienen a Europa desde África, por ejemplo, lo hacen no tanto atraídos por la luz sino empujados por la sombra. Sin embargo, a partir de aquí el principio es el mismo de siempre: los que se ponen en marcha buscan lo que no tienen, y quienes en otras partes carecen de lo que tenemos nosotros no dudan en salir de su casa y partir para conseguirlo. Esto no es ni mucho menos un fenómeno nuevo, aunque es cierto que en los últimos años las migraciones se han hecho más numerosas. De cualquier forma, son los migrantes que mueren en el Mediterráneo quienes mejor encarnan hoy día la idea de la utopía”. Eso sí, en virtud de la misma naturaleza del deseo, “las utopías se parecen a los domingos en que se esperan con anhelo pero, cuando al final se tienen, ya no gustan”.
La conversación sobre la utopía derivó, bajo las preguntas propuestas por León Gross, hacia la evolución tecnológica del ser humano en el presente, cuya definición como concreción de la voluntad de poder nietzscheana aceptó Savater (“Aunque nunca se sabe: Umberto Eco sostuvo en una conferencia a la que asistí que los teléfonos móviles no tendrían ningún éxito, que salvo los médicos de urgencias y los arquitectos técnicos quién iba a querer llevar un teléfono encima”); y también, claro, hacia el nacionalismo en un momento especialmente sensible por el juicio al procés en el Tribunal Supremo y las recientes declaraciones de Quim Torra, a las que Savater se refirió así: “La cuestión es que hay gente que cree en algo imposible. Cuando yo era niño, mis padres me llevaban a ver a la Virgen de Lourdes y allí veía a gente con problemas de salud que confiaba en que se curaría. Es algo que sucede con frecuencia: el 70% de los estadounidenses creen que el hombre es inmortal y que el mundo tiene seis mil años. Pues en Cataluña hay mucha gente que cree en algo que, sencillamente, no existe”. Y habló Savater de la pérdida de la ilusión y de puertas cerradas. Con la misma lucidez.
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