Análisis
Santiago Carbó
Algunas reflexiones sobre las graves consecuencias de la DANA
tareas domésticas y otras mentiras
Todo va demasiado deprisa. Un todo acelerado, apisonadora, que al menor descuido te deja en desnuda vulnerabilidad sobre un escenario donde no se encuentra aliento al que agarrarse para sobrevivir y seguir adelante. No soy una ingenua, sé que es el signo de este tiempo -cuántas veces escuchamos esta frase como justificación de lo que se ha pensado poco o nada-, pero también sé que al tiempo lo podemos moldear y adaptar a nuevos encajes y propuestas donde podamos ser más felices y, especialmente, más libres. Un tiempo que, en lugar de generar personas vulnerables, sea capaz de crear personas inquebrantables ante asuntos éticos no cuestionables o que atenten contra la propia dignidad moral, es decir, personas que no atenten contra su propio armazón ético, cuestión que desarrolló, con gran solvencia intelectual, el filósofo malagueño Javier Muguerza en su imperativo de la disidencia.
En las diversas piezas que arman la cotidianeidad, es difícil encontrar un terreno donde la urgencia no dicte normas de comportamiento ni pautas de conducta, es difícil encontrar en la realidad real elementos que no nos generen microgrietas por las que la frustración -y sus devastadoras consecuencias- se cuele para así construir un nido en nuestra identidad contemporánea Quizá por ello el ejercicio de la lectura, en los últimos años, se ha vuelto tan imprescindible en la experiencia de mi rutina. La lectura dirige la mirada hacia la introspección y su necesario silencio, hacia espacios donde poder desarrollar un monólogo interior que ayude a entender quién soy ante este frenesí vertiginoso que llamamos vida. La lectura me pone en pausa al tiempo que reproduce asuntos básicos -los realmente urgentes- íntimamente relacionados con la condición humana. Pero la lectura, sobre todo, pone en tela de juicio el actual modelo de convivencia social regido según la estructura de la sociedad del consumo. La lectura pone en jaque a quien considera que es más importante un like que una página de Virginia Woolf, a quien considera más importante una conversación por WhatsApp que una conversación entre amigos sobre el último libro devorado. La lectura (te) cuestiona y eso debería ser suficiente para que hiciéramos de esta disciplina nuestra única bandera.
La luz de la dinamo, de Nuria Barrios, título publicado por la Fundación José Manuel Lara dentro de su Colección Vandalia y que se ha hecho con la séptima edición del Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, es un poemario que reúne todo lo mencionado, una obra que hace grande el ejercicio de la literatura porque, además de cuestionar, reflexionar y señalar, alumbra hacia aquello que está detrás de lo que creemos ver y que asimilamos como certero, alumbra hacia aquello que desconocemos para despertar el asombro, tarea imprescindible de la lógica discursiva de la escritura.
En esta obra de carácter continuista, Nuria Barrios apuntala uno de los elementos fundamentales del entramado poético de su trayectoria literaria, la reflexión en torno al dolor, su traducción y medida, reflexión enfocada a dilucidar cómo el dolor nos reescribe, asunto que desarrolló en clave narrativa dentro del imprescindible Ocho centímetros (Páginas de espuma, 2015). Barrios conduce hacia un plano reflexivo y emocional, los versos que componen este poemario estructurado en tres partes que se corresponden con tres etapas de una vida -el amor, la infancia, la muerte-, en realidad, de todas las vidas pues uno de los grandes logros de La luz de la dinamo es servir de espejo al lector por el empleo y complicidad que la autora hace de la memoria de quien sostiene el libro, es decir, todos hemos sido niños, todos hemos gozado y sufrido por amor y todos tenemos como temor ancestral, la muerte. Teniendo presente este horizonte, Barrios desgrana ese transitar por el dolor a través de un juego de contrastes, destacando el par de fuerzas que surge de la experiencia de la vida/muerte, ofreciendo al lector la posibilidad de retornar a la importancia del pequeño gesto, obligando a la memoria y su mirada a iluminar esa parte de nosotros que la urgencia de este tiempo obliga a oscurecer.
En ese elogio del detalle, la madrileña emociona con cada poema y nos ofrece la posibilidad de dialogar con todo aquello que nos hace contundentes a través de una serie de conceptos y sus reversos: el amor/el dolor, vida/muerte, prolongando esa poética hacia lo estético, y destacando, como gran aliado del poemario, el empleo de lo popular -por ejemplo, el uso de las canciones infantiles- y la presencia de los mitos. Pero también, como decía, es un poemario que forzosamente se ancla a nuestra memoria porque Barrios ofrece imágenes, como fogonazos, que cobran un significado u otro según lo vivido, según lo sufrido y según lo amado. Y justo en ese punto donde nos hacemos vulnerables a través del recuerdo de la experiencia, justo en esa frontera iluminada y oscurecida, al mismo tiempo, en ese territorio mestizo es donde nos volvemos más vulnerables y frágiles y forzosamente más humanos.
Así que quizá sea el momento de parar. Quizá sea el momento adecuado -nadie lo va a elegir por nosotros- para dejar aquello que nos ancla y limita. Quizá sea el momento, a secas. Por eso, siempre, leer para ser. "Yo antes quería todo/ahora nada significa lo mismo/Me perdí/no sabía dónde estaba/te decía: perdida en ti/tú lo negabas/en ti sólo estabas tú/Yo había desaparecido/olvidada de mí./Sin mí, vacía de sí/la realidad vibraba". Leer para ser y estar en el mundo.
También te puede interesar
Lo último
No hay comentarios