“No se puede decir que tengamos libertad para hacer lo que queramos en el teatro”
Gloria Muñoz | Actriz
Emblema de la escena española, la intérprete da vida a Francisca Pizarro Yupanqui en ‘Mestiza’, la obra dirigida por Yayo Cáceres que llega el lunes al Cervantes dentro del Festival de Teatro de Málaga
Málaga/Atesora Gloria Muñoz (Madrid, 1948) las mejores virtudes que la escena española ha logrado dar de sí en el último medio siglo. Curtida en el teatro independiente ya desde finales de los 60 en el seno del grupo Tábano, que fundaron Juan Margallo y José Luis Alonso de Santos y que abrió en pleno franquismo una ventana valiente y necesaria para la renovación de una escena adormecida, ha desarrollado después una carrera marcada por el mismo marchamo de independencia y rigor. En 2008 ganó el Max por su conmovedor trabajo en En casa, en Kabul, el histórico montaje de la obra de Tony Kushner dirigido por Mario Gas. Y el año pasado estuvo nominada a la misma distinción por su encarnación de Francisca Pizarro Yupanqui (primera mestiza del Perú, hija y heredera de Francisco Pizarro y de la princesa inca Quispe Sisa) en Mestiza, la obra de Julieta Soria que dirige Yayo Cáceres y que se representa el próximo lunes 13 en el Teatro Cervantes, dentro del Festival de Teatro de Málaga.
-Mestiza se estrenó hace ya un año y medio, y es curioso cómo la actualidad ha reforzado en este tiempo la calidad reivindicativa de Francisca Pizarro. El recelo al mestizaje tiene ahora un valor político más elevado.
-Así es. Francisca Pizarro es la encarnación perfecta de lo mestizo, lo exiliado, lo inmigrante. Y su figura resulta muy reveladora hoy día. A menudo se dice que el rechazo al mestizaje nace en realidad de un prejuicio económico. Yo misma lo comparto: cuando el mestizo es un futbolista de un equipo importante o el maitre de la quinta planta del Hotel Ritz, nadie parece tener problemas. Sin embargo, Francisca Pizarro, que no era pobre, se lamentaba de que por su condición mestiza la insultaban por la calle. Y también hemos escuchado insultos a determinados futbolistas en las gradas. Así que, a la hora de rechazar al que es considerado extranjero, los procesos son sutiles y encierran más claves de lo que habitualmente se piensa. Mestiza, además, presenta a una mujer que toma las riendas de su vida y hace de su capa un sayo. De modo que sí, la obra tiene una actualidad que no ha sido buscada, pero cuando sucede algo así es porque estas cosas están en el aire y los autores las perciben.
-¿Fue muy complicada la construcción del personaje?
-Tuve la suerte de que Yayo Cáceres, el director, me dio a escoger entre una actriz del Siglo de Oro y Francisca Pizarro cuando todavía no estaba definido el proyecto. Y opté enseguida por la segunda, ya que me pareció un personaje fascinante. La construcción no fue sencilla porque la poca información que se conserva sobre ella desde el siglo XVI tiene que ver sobre todo con asuntos jurídicos y litigios. También quedan algunas facturas: una de ellas se corresponde, por ejemplo, con la compra de diecisiete pares de zapatos, lo que puede darnos una idea del personaje pero tampoco muy completa. En Trujillo, donde promovió la construcción del Palacio de la Conquista, hay un retrato, pero evidentemente es muy estilizado. Ni siquiera quedan muchas referencias de Pizarro sobre su hija. Así que, a partir de lo que he podido investigar, he construido a Francisco Pizarro desde mi propia cosecha.
-La obra recrea un encuentro entre la heredera del conquistador y Tirso de Molina, quien dejó escritos algunos elogios sobre la misma. ¿Hay alguna constancia de que se produjera ese encuentro?
-No, todo obedece a la imaginación de la autora, Julieta Soria, quien presenta a un joven Tirso que, en el Madrid de 1598, acude a entrevistarse con Francisca Pizarro con tal de recabar datos para su Trilogía de los Pizarro, que finalmente dejó inacabada. De todas formas, el encuentro es improbable, pero no imposible. La casa de Francisca Pizarro en Madrid se situaba justo frente a un mentidero al que acudían los autores de la época para discutir sobre las obras que escribían, de modo que no es descabellado que Tirso, que entonces tenía entre 19 y 20 años y aún no había sido ordenado sacerdote, aunque ya tenía la convicción de serlo, coincidiera en algún momento con ella.
-Usted, que ha protagonizado varios montajes de teatro clásico, ¿cómo se enfrenta a una obra contemporánea que evoca el Siglo de Oro? ¿Es un procedimiento muy distinto del que sigue para interpretar a Tirso o a Lope?
-En el caso de Mestiza, el texto no está escrito en verso pero sí que recoge las esencias propias del teatro del Siglo de Oro, con un vocabulario repleto de guiños. Además, por su parte, Yayo Cáceres, como hace habitualmente con Ron Lalá, recupera para el montaje el espíritu de la época, con música en directo y con la introducción de chistes y alusiones a la actualidad. Así que tal vez no sea lo mismo que hacer propiamente una obra del Siglo de Oro, pero sí que se parece bastante.
-El sello de Yayo Cáceres es bien visible, pero algunos de esos elementos recuerdan a Tábano.
-Sí, así es. Algunos compañeros me lo han referido, y es una alegría comprobar que ese legado sigue vivo. En Tábano también jugábamos a trabajar con una literatura limpia que rompíamos a gusto para introducir referencias a la actualidad. Y también llevábamos música en directo. Aunque donde más me he acordado de Tábano haciendo Mestiza ha sido en el proceso de creación colectiva. Hemos manejado un texto abierto en el que cada uno ha sugerido lo que ha creído oportuno, un chiste aquí, una canción allá, un guiño a la actualidad en esta parte. Así es justamente como lo hacíamos en Tábano, todas las decisiones se tomaban en colectivo.
-¿Considera entonces que Mestiza ha venido a cerrar un círculo desde los años de Tábano?
-Me gustaría pensar que ha venido a abrirlo.
-Como testigo esencial de la evolución del teatro español desde el franquismo, ¿es optimista?
-Sí. Hemos ido a mejor. La calidad de los espectáculos que se ven hoy día es mucho mayor.
-¿También en lo que se refiere a la libertad de expresión?
-Sí, pero habría que hacer algunos matices. Antes, la censura era clara y abierta. Recuerdo el texto de una obra de Tábano en la que sólo dejaron tres páginas sin tachar. La autoridad te decía lo que podías hacer y lo que no. Ahora la censura es distinta, pero eso no quiere decir que no exista. Se manifiesta, por ejemplo, cuando dejan de llamarte de algunos sitios. Pero sobre todo a través de la autocensura: cada vez hay más gente con dudas sobre la conveniencia de decir o no ciertas cosas. Es verdad que hoy hay mucha más libertad de expresión que en el franquismo, pero siempre puede salir un manos limpias que te denuncie por insultar al monarca, por ejemplo. Y aunque la mayoría de los jueces suelen desestimar estas denuncias, hemos llegado a tener compañeros detenidos. De modo que no se puede decir que tengamos libertad para hacer lo que queremos en el teatro. Los apoyos públicos tampoco han sido los que esperábamos.
-¿Espera algún cambio con el nuevo Gobierno?
-Debería haberlo si es un Gobierno progresista. Hay obras de teatro, y sobre todo de danza, que no pueden sostenerse con la taquilla.
-En 2018 estuvo en el Festival de Málaga promocionando la película Mi querida cofradía, que ganó el Premio del Público. Pero la última vez que actuó en la ciudad fue en 2007, en el Teatro Cánovas, con En casa, en Kabul.
–Recuerdo bien aquella función porque después fuimos a cenar a El Tintero y los actores árabes que trabajaban en aquel montaje alucinaron con las subastas. Pero siempre es un gozo ir a Málaga.
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