“La cultura peca hoy de embriaguez burguesa, cutre, de vodka con naranja”
Guillermo Busutil | Escritor y periodista
El autor rinde homenaje al periodismo cultural en ‘La cultura, querido Robinson’, (Fórcola), selección de crónicas con prológo de Antonio Muñoz Molina que presenta este jueves en el Museo Picasso
Málaga/Nacido en Granada en 1961 y miembro de la misma generación que desde la ciudad de la Alhambra protagonizó uno de los episodios más luminosos de la historia reciente de la cultura en España, Guillermo Busutil llegó a Málaga en 1988 aunque su quehacer periodístico, propenso al nomadismo, se ha resistido a quedarse quieto. Busutil, autor de libros de relatos tan celebrados como Drugstore (2003) y Nada sabe tan bien como la boca del verano (2008), ha escrito en las principales cabeceras del país y dirigió la revista Mercurio entre 2007 y el presente año. Actualmente escribe en La Opinión de Málaga, La Vanguardia, El País y Crónica Global, pero su afilada condición analítica como periodista cultural es tan mutante como incontestable en su magisterio. Ahora acaba de reunir algunas de sus mejores crónicas sobre la materia en La cultura, querido Robinson (Fórcola), prologado por Antonio Muñoz Molina, que presenta este jueves a las 19:30 en el Auditorio del Museo Picasso Málaga junto a Antonio Soler.
-¿Ha alcanzado la cultura en España su calidad de bien público y democrático que podía prever usted cuando empezó a ejercer el periodismo cultural?
-No. Ha empeorado todo. Llevo 35 años dedicado a esto y lo tengo muy claro. A finales de los 70 la cultura tuvo mucho de eclosión, de signo de progreso, de canto de libertad, si quieres: en pocos años aparecieron creadores, editoriales, acontecimientos y agentes que supieron unir a mucha gente hasta ofrecer a la sociedad una herramienta de transformación. Se trataba de garantizar el acceso público y democrático a la cultura, y eso lo hemos tenido, aunque con algunas objeciones. Tenemos mucha gente que va a consumir el botellón cultural el Día de los Museos y la Noche en Blanco, pero los que dialogan con la cultura a diario son muchos menos. Sigue cundiendo el miedo a entrar a un museo o a una galería, por no decir una conferencia. Se ha avanzado, sí, pero el envés es sombrío. La cultura como disfrute, como vía para salir del ensimismamiento de la pantalla, no ha logrado permeabilizarse. Y luego, bueno, es verdad que hay más ayudas a la creación que en los años 80, pero no podemos decir que la creación cultural sea de más calidad. Lo que sí tenemos es la precariedad general de todos los implicados, periodistas culturales, gestores y demás. Hay una mediocridad asentada en los discursos y en la toma de decisiones que revela el enorme bluf con el que hemos tenido que lidiar frente a los movimientos realmente rompedores que hubo en los 70 y 80. De modo que no, para nada podemos hablar de expectativas satisfechas.
-¿Tal vez ha faltado una alternativa al establishment? Y, si la ha habido, ¿ha buscado más acomodarse que incordiar?
-Sí, pero yo señalaría un problema mayor y más sencillo de identificar: la absoluta falta de respeto a la cultura en todos los órdenes. Fíjate, yo llegué a Málaga en el 88 para dirigir el primer suplemento cultural de la ciudad, en un momento en que a nivel nacional los suplementos culturales aportaban prestigio a las cabeceras. Pero eso duró más bien poco: la mayor parte de aquellos suplementos desaparecieron, lo que se explica en gran parte por la poca intención que hubo de profesionalizar el periodismo cultural como correspondía y por la opción de poner al frente a personas ajenas al mundo cultural. Lo mismo ha pasado con la gestión de la cultura. ARCO es el ejemplo más evidente. Lo mínimo que se le puede pedir tanto a un responsable de un proyecto cultural como a un periodista cultural es que sepa de qué va la cosa.
-¿Está de acuerdo con Rafael Sánchez Ferlosio cuando decía que la cultura la inventó Felipe González en el 82?
-En Málaga la inventó Curro Flores en el 88.
-¿Y no se ha pecado igualmente de cierto adanismo?
-Bueno, lo de la tradición es a la vez inherente y moderno. Eso se ve claro en el arte. El grupo El Paso, por ejemplo, rompe la tradición porque viene de la tradición. Y, desde un punto de vista crítico, echo de menos esa capacidad. Hay creadores más jóvenes que presumen, por ejemplo, de hacer una cierta poesía experimental cuando lo que escriben ya fue escrito hace cuarenta o cincuenta años, además por unos cuantos. Pero yo, más que adanismo, hablaría de embriaguez, de embriaguez burguesa, de vodka con naranja. Es una embriaguez cutre. Todas las capitales de provincia quieren tener su centro de arte contemporáneo si tener con qué llenarlo y sin un discurso, por supuesto.
-Pero, ¿no había la misma embriaguez en los 80?
-Sí, es cierto. A comienzos de los 80, era más difícil encontrar más egos que en las inauguraciones de exposiciones en Madrid. Pretendían hacer pasar por instalaciones cosas que, bueno. Ese ensimismamiento lo han denunciado en el teatro, Joglars sin ir más lejos, pero creo que las artes plásticas aún tienen que completar ese recorrido. En el fondo, todo esto no deja de ser una traición: aunque le demos la razón a Ferlosio, la cultura viene en España de lo que fue la contracultura en el franquismo. Y esta contracultura no había embriaguez, sino la convicción de que la cultura era un bien muy valioso que había que divulgar y compartir. Pero en los 80 la cultura pasó a ser este escaparate ensimismado que dio lugar en los 90 al Chivas con gaseosa. Mal asunto.
-¿Sigue siendo la cultura cosa de señoritos? ¿El apellido es todavía lo que mejor funciona?
-No, yo no lo diría así. Hay mucha gente a la que le ha costado salir adelante, sin apellidos, pero ha logrado consolidarse por su propio trabajo. Es verdad que existe un pitifuá de la cultura, pero para encontrarlo tienes que irte a Sotheby’s o a ciertas ferias de arte de difícil acceso. Y en el pitifuá lo que hay son asesores, no conocimiento. Fuera de ahí, la cultura es, afortunadamente, una cuestión democrática. Pero, como la misma democracia, también tiene sus agujeros. Como el hecho de que ante determinadas convocatorias la gente vaya a hacer cola para ver cuadros que puede ver gratis y cómodamente el resto del año. O que muchos aprovechen estas convocatorias para hacerse selfies con los cuadros, no para admirarlos. Uno piensa en lo que ha costado que se vea la visita a un museo como algo natural, lejos de lo extraordinario, y no tienes más remedio que lamentar cómo se han dado algunas cosas. Yo he defendido que suceda esto, pero no así.
-¿Salió bien culturalmente hablando lo de la marca España?
-Sí, en las mismas artes plásticas hay gente con mucha proyección. Artistas como Jaume Plensa y Miquel Barceló son muy, muy respetados en todo el mundo, y a menudo eso se olvida. Y no hay que olvidar que el nombre de Javier Marías suena de manera recurrente para el Premio del Nobel de la Literatura. El éxito de un escritor como Antonio Soler también es significativo. Lo que pasa es que en la creación cultural que genera este país hay cosas de muy alto nivel y a la vez mucha morralla, que está ahí flotando, entre otras cosas porque han encontrado trampolines que quizá antes no había o estaban más escondidos. Que una escritora como Elvira Sastre haya ganado el mismo premio que en su día ganó Mario Vargas Llosa, y que en los últimos años han ganado autores como Ricardo Menéndez Salmón y Agustín Fernández Mallo, da bastantes pistas de cuál es el estado de la cuestión.
-¿Y eso no es inevitable, no es una constante repetida en todas las épocas históricas?
-Sí. A ver, la clase media siempre ha necesitado mediadores culturales, expertos que puedan hacer de guía, con cierta pedagogía. Gente que recomienda a quien lee un libro al año que lea tres, o que si va a dos museos que vaya a cuatro. Lo que pasa es que si esos mediadores no cobran o tienen una formación de cursillo de Planeta DeAgostini, la morralla encuentra muchas más puertas abiertas.
-¿La clase media son los periodistas culturales de provincias?
-Sí. Aunque a menudo tengan más conocimientos y más capacidad que los de la capital, así es. Parece increíble, pero en España sigue vigente la idea de que los buenos periodistas son los de Madrid.
-¿Podemos decir lo mismo de la cultura en Málaga?
-Me gustaría. Pero hay mucho atrezzo. Mucho recuerdo de la Generación del 27, pero las revistas literarias se hacen en otra parte. Muchos museos y muy pocas galerías. Eso es un síntoma de como se hacen las cosas. Y en cuanto a la creación, Málaga es un archipiélago. Cada uno va a lo suyo, como si fueran islas. Y así es muy difícil construir una identidad cultural.
-¿Cómo se hace, si es posible, un periodista cultural?
-A base de curiosidad. Y, después, de formación. Una formación mestiza, heterodoxa, de muchas fuentes. Y, por último, de experiencia, en el oficio y en relación con la propia experiencia cultural. Con tanta humildad a la hora de aceptar tus errores como ambición al dialogar con una creación cultural concreta. Hay que tener presente que el periodista cultural está siempre en construcción, haciéndose. Lo contrario es una mera mecanización que no favorece ni a la cultura ni al periodismo.
-¿Es usted favorable a la especialización temática?
-No me inclino tanto a defender una especialización consciente como a la conveniencia de que cada periodista cultural identifique las áreas en las que dialoga con más fluidez. A mí me encanta la música, mucho, muchísimo, pero me resulta más complicado penetrarla para escribir sobre ella. Por eso prefiero atender a otras áreas.
-¿Crónica o entrevista?
-Las dos. Se puede aprender muchísimo con ambas. Yo, al menos, las disfruto por igual.
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