Hermosa Sicilia (XII): Inolvidable Palermo (III)

El jardín de los monos

Desde mi punto de vista la joya de las joyas de Palermo no es otra más que la catedral de Monreale, un pueblo de unos 40.000 habitantes

Hermosa Sicilia XI: Inolvidable Palermo (II)

Hermosa Sicilia X: Inolvidable Palermo I

Fachada Catedral de Monreale.
Fachada Catedral de Monreale. / M. H.
Juan López Cohard

20 de agosto 2023 - 08:00

Málaga/DENTRO de la monumentalidad de Palermo podemos encontrarnos con construcciones de singular belleza, de todas las épocas y estilos, con una gran carga histórica y algunas sorprendentes, curiosas o tétricas. Nos despediremos de Palermo con cuatro de ellas que resultan inolvidables al viajero. Las sucesivas conquistas de Sicilia fueron dejando un poso de culturas que se mezclaron y dieron lugar a verdaderas joyas arquitectónicas y artísticas a la vez que fueron moldeando la idiosincrasia de los habitantes de la isla. Este crisol de distintas culturas lo encontramos especialmente en Palermo con monumentos de claras influencias bizantinas, árabes y normandas.

Los reyes normandos tuvieron el gusto de hacer, en los alrededores de Palermo, unos palacetes de recreo que, construidos por alarifes árabes, muestran la influencia del arte musulmán, por ello eran elementos esenciales los jardines, fuentes y estanques. Uno de ellos que ha llegado hasta nosotros (restaurado) es el palacio de La Zisa, cuyo nombre, que proviene del árabe Al-Aziz, quiere decir magnífico, espléndido. En 2015 el conjunto de monumentos árabe-normandos de Palermo fueron declarados, junto a las catedrales de Cefalú y Monreale, Patrimonio de la Humanidad, y La Zisa es uno de los nueve bienes que están incluidos en la lista.

Construido en 1165 por el rey Guillermo I, aunque terminado por su hijo Guillermo II, fue concebido como estancia de verano y pabellón de caza. Estaba rodeado de un extenso parque donde la música la ponía el murmullo de las aguas de los numerosos riachuelos que lo recorrían alimentando los numerosos estanques de peces de colores. Exteriormente parece una fortaleza de planta rectangular. Su fachada con arcos ciegos, que antes eran ventanas de doble ojiva, tiene una espléndida presencia. En los lados hay dos torres y en el s. XIV se le añadieron las almenas. En la planta baja se encuentra la sala de la fontana que no puede ser más árabe. Por el suelo de mármol discurren canalillos que llevan el agua que brota de la fuente hasta dos estanques. Al fondo destaca un águila hecha de mosaicos que sigue siendo el emblema de Palermo. Hoy La Zisa alberga un pequeño museo de arte árabe.

Bocaccio, en el Decamerón, en uno de sus relatos cuenta que unos jóvenes sicilianos que habían llegado navegando en una fragata a la isla de Ischia, que está cerca de Nápoles, raptaron a una joven y se la llevaron a Palermo. Discutieron quién de ellos había de quedarse con la joven y, al no ponerse de acuerdo, decidieron “regalarla al rey Federico de Sicilia, que entonces era joven y con cosas semejantes se entretenía; y llegados a Palermo lo hicieron así. El rey, viéndola hermosa, le gustó; pero porque se sentía flojo de salud, hasta que se sintiese más fuerte, mandó que fuese tenida en ciertos edificios bellísimos de un jardín suyo al que llamaba La Cuba y allí servida; y así se hizo”. Pues bien, Boccaccio había elegido otro palacio árabe-normando para situar su relato: La Cuba. Similar a La Zisa, es también de arquitectura árabe. Construido en 1180 por Guillermo II, tiene un volumen impresionante de estilo fatimí, propio del califato fatimita, chiita del norte de África y Egipto por aquella época.

En la actualidad está bastante descuidado y parte no es visitable. Es una de esas dejadeces que te encuentras por Palermo y que no sabes si criticarlo o no porque parece que sea parte consustancial de su identidad.

Decíamos que en la capital siciliana te podías encontrar con monumentos sorprendentes e incluso tétricos. Bueno éste del que vamos a hablar es realmente macabro y no recomendable para gente de alta sensibilidad para con la muerte. Porque es todo un memorial mortuorio. Estoy refiriéndome al cementerio o Catacumbas de los Capuchinos. La primera escena del film “Cadaveri eccellenti”, rodada en las citadas catacumbas y dirigida por Francesco Rosi, es un largo plano donde el procurador judicial que investiga una serie de asesinatos, desfila por un pasillo donde se exhiben decenas de cadáveres momificados.

Pues eso es lo que se dispone a hacer el visitante que decide pagar su entrada para entrar en la cripta del convento de los Capuchinos de Palermo, pasear y contemplar cientos de cadáveres, del siglo XVI hasta principios del s. XX, agrupados en secciones según sus profesiones y atributos en vida: sacerdotes, niños, frailes, profesionales, vírgenes, hombres, mujeres y ancianos e incluso hay una destinada a los ahorcados. La técnica de momificación, hasta que el experto médico embalsamador, Alfredo Salafia, a comienzos del s. XX, introdujo nuevos elementos químicos, era similar a la que se ha practicado por otros pueblos. Se extraían las vísceras y se rellenaba el cadáver con plantas aromáticas para evitar los hedores, se dejaban varias semanas a secar y después se bañaba en vinagre.

El médico citado revolucionó el embalsamamiento con nuevos métodos que dieron el espectacular resultado que se puede admirar en la niña Rosalía, muerta y embalsamada por deseo de su padre en 1920. Parece auténticamente una muñeca de porcelana. Paseando por los pasillos de las distintas secciones se puede apreciar que los cadáveres están cuidados y atendidos por los familiares que los arreglan y les cambian la ropa de vez en cuando. Algunos cadáveres que son muy antiguos han perdido la momificación y carecen de piel, de forma que son esqueletos vestidos de paseo, sin embargo otros más modernos conservan no solo piel y cabellos, incluida la barba, sino que no tienen nada que envidiar a aquellos que vimos en la película “La noche de los muertos vivientes”.

Si el cementerio de los capuchinos de Vía Veneto en Roma es curioso por tener todo el ajuar de las capillas hechos con huesos de los capuchinos muertos, éste de Palermo es macabro en su máxima expresión. Hay que tener una visión de la muerte y del cariño y respeto a los seres queridos fallecidos muy especial, y quizá la tengan los sicilianos por su rica pero trágica historia, de forma que han terminado naturalizando la muerte como algo normal e inevitable, o sea, como lo que es.

Desde mi punto de vista la joya de las joyas de Palermo no es otra más que la catedral de Monreale, un pueblo de unos 40.000 habitantes que se encuentra a tan solo 8 Km de Palermo. El visitante, si antes ha visitado la Catedral de Palermo o la de Cefalú, encontrará similitudes pero a mí, la primera impresión me trajo a la memoria las maravillas bizantinas de Rávena: las iglesias de San Vitale y San Apolinar in Classe, los Baptisterio Neoniano y Arriano y los Mausoleos de Gala Placidia y Teodorico.

A finales del s. XII, el rey Guillermo II mandó construir sobre la cima del monte Caputo, con toda magnificencia y junto a un palacio real, una abadía que cedió a la orden benedictina. Fue dedicada a la Madre de Dios y tomó el nombre de Santa María Nueva, que así se llama la catedral adjunta. Seguramente, la intención de Guillermo fue crear un templo importante que fuese sede de un arzobispado para contrarrestar el poder que había tomado el arzobispo de Palermo, un tal Offamilio que lideraba la nobleza poco sumisa a la corona, pero, como siempre, la leyenda es mucho más poética e imaginativa.

Dicen que Guillermo II tuvo un sueño en el que se le apareció la Virgen y le reveló el lugar donde su padre, Guillermo I, había escondido un tesoro. Fue, lo encontró y lo abrió. El tesoro fue empleado para construir el grandioso templo que dedicó a la Virgen. Esta joya arquitectónica es la culminación del arte arabo-normando. Este tsunami de belleza y esplendor te sumerge en un éxtasis en el que la maravilla y el asombro llegan a dominar el espíritu. La magnificencia del templo, su arquitectura, la riqueza y belleza de sus mosaicos, el diseño iconográfico y la abundante simbología, convierten a la abadía y catedral en uno de los santuarios más subyugantes de toda Italia y aún de Europa.

El claustro constituye una obra maestra del arte claustral. Consta de 228 columnas con mosaicos incrustados de forma alterna, rematadas con capiteles románicos con representaciones distintas en cada una de ellas. Puede que sea, o cuando menos está así considerado, el claustro más hermoso del mundo. La catedral es impresionante enteramente, pero lo apabullante es la cantidad y calidad de los mosaicos bizantinos. Teselas vidriadas en oro y vivos colores, verdes, rojos, azules, como si fuesen esmeraldas, rubís o zafiros, conforman todo un relato bíblico en el que destaca la grandiosa imagen del Cristo Pantrocrátor, centro de convergencia del Antiguo y del Nuevo Testamento representados en los mosaicos y centro de toda la concepción arquitectónica y decorativa de la Catedral.

Antes he dicho que me recordaba a Rávena, y así es, aunque he de aclarar que los mosaicos de Rávena datan de los siglos V-VI y los de Palermo son del siglo XII, lo que demuestra la relación, a pesar de los siglos transcurridos, del arte bizantino, árabe y normando de la que hablábamos al comienzo del relato.

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