Hermosa Sicilia VIII: entre la espada y la pared

El jardín de los monos

Odiseo hubiese dicho que estaba entre Escila y Caribdis cuando atravesaba el Estrecho de Mesina

Al terremoto, de máxima intensidad, le siguió un tsunami con olas de 12 metros que arrasó con lo poco que había quedado en pie

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Torre del reloj, Duomo.
Juan López Cohard

23 de julio 2023 - 08:00

Málaga/ODISEO hubiese dicho que estaba entre Escila y Caribdis cuando atravesaba el Estrecho de Mesina. Un estrecho poco profundo, de unos 100 metros de profundidad y una anchura, en su parte más estrecha, de 3,5 kilómetros que conecta el mar Jónico con el mar Tirreno y separa la península Itálica de Tricania. Homero nos cuenta en su Odisea que Odiseo, más conocido por su nombre latino Ulises, sufrió naufragios y bajas en su tripulación al cruzar un estrecho que luego la tradición identificó como el estrecho de Mesina. En él habitaban dos monstruos, uno en cada orilla, a cual más temible. Según la mitología griega, estos monstruos eran Escila y Caribdis. El primero de ellos en la costa calabresa y el segundo en la siciliana. Como es habitual la historia va de amores y venganzas.

Escila era una bellísima ninfa de la que se enamoró, Glauco, un dios marino al que ella rechazó. Acudió el dios a la maga Circe para que le diese un elixir de amor. Pero ésta, enamorada de Glauco y despechada, para deshacerse de la ninfa le dio un brebaje que transformó a Escila en un terrible monstruo con seis patas y seis cabezas de perro con afilados dientes. Ésta, desesperada, se lanzó al mar y le dio por comerse a los marineros que pasaban por allí. Se comía uno por cabeza.

Caribdis era una joven que se comía a dios por los pies. Un buen día se comió uno de los bueyes del rebaño de Hércules y Zeus la castigó enviándole un rayo que la arrojó al mar justo enfrente de Escila. Se convirtió en un monstruo que se tragaba el agua del mar y la volvía a arrojar tres veces al día, con lo que creaba unos remolinos letales para la navegación.

Así el estrecho de Mesina siempre fue peligroso para los barcos que navegaran por él, lo hiciesen arrimados a cualquiera de las orillas. Odiseo acudió a la maga Circe para que le aconsejara por donde pasar el estrecho. Ésta le aconsejó que navegase por la orilla de Escila, ya que era preferible perder seis tripulantes que naufragar y perderlos a todos. Odiseo lo atravesó no sin perder el barco y la tripulación. Anduvo naufragado nueve días hasta que arribó a la isla de Ogigía donde lo retuvo la encantadora ninfa Calipso que le ayudó a recuperarse y continuar su odisea. ¿Dónde estaba la isla de Ogigia? Siempre fue un misterio, pero un helenista francés, Victor Bérard, de finales del s. XIX, la identificó con nuestro islote de Perejil.

Pues así es el estrecho de Mesina que recibe su nombre de la ciudad que Goethe calificó como “infortunada”. Una ciudad que de su antigüedad solo queda la importancia de su puerto. Probablemente no se encuentre entre las prioridades para un visitante que recorra Sicilia, pero el esfuerzo de los mesineses por recuperarla ha sido notable y hoy día ofrece cierto interés dedicarle algún tiempo a su visita.

En 1783 sufrió un terremoto que, aunque con epicentro en Calabria, dejó a Mesina bastante tocada. Pero el terremoto de 1908, cuyo epicentro estuvo en la parte más angosta del estrecho, destruyó por completo Mesina además de Reggio de Calabria. Los daños alcanzaron a más del 90% de las estructuras y murieron 75.000 persona de los 160.000 habitantes con los que contaba. Al terremoto, de máxima intensidad, le siguió un tsunami con olas de 12 metros que arrasó con lo poco que había quedado en pie.

Vos et ipsan civitatem benedicimus, cuya traducción googleliana es: “Te bendecimos a ti y a la ciudad misma”. Esta inscripción que la vamos a encontrar por toda la ciudad responde a la leyenda della Lettera. Cuentan que recién cristianizada la ciudad por San Pablo y aún en vida la Virgen María, los mesineses, en el año 42 d.C., enviaron una embajada a Jerusalén. La Virgen, en agradecimiento, les remitió una carta con sus bendiciones y la promesa de su protección. Se supone que la leyenda en latín pertenece a esa carta. En lo alto de la torre central del fuerte de San Salvador, que defiende la península de San Ranieri, hay una estatua de la Madonna della Lettera con la citada leyenda.

En la Plazza del Duomo nos encontramos con la catedral que fue totalmente reconstruida entre 1919 y 1929 tras el gran terremoto de 1908. Pero, ¡“infortunada” Mesina!, los bombardeos de 1943 arrasaron de nuevo con ella. El templo original era del s.XII y fue construido por el normando Roger II, duque de Apulia y rey de Sicilia. Del templo no queda más que el espíritu representado en algunas zonas de los ábsides. Lo que sí merece la pena, y hace las delicias de visitantes y niños es el campanario (reconstruido) con su extraordinario reloj fabricado en Estrasburgo en 1933. Una cara, bastante complicada, expone el calendario astronómico perpetuo con los signos del zodíaco y las fases de la luna. En otra de las caras se abren huecos en los que aparecen, a las doce del mediodía, los famosos autómatas, únicos en el mundo por su complejidad. Dos figuras, Dina y Clarenza, heroínas de la guerra de las Visperas contra los franceses, dan las horas y los cuartos tocando las campanas, mientras desfilan figuras (cuatro de ellas representan las edades: infancia, juventud, madurez y vejez) y un león coronado de 4 metros de altura mueve la cabeza, la cola y agita una bandera mientras ruge por tres veces. En fin, todo un espectáculo.

Frente a la Catedral se encuentra uno de los pocos supervivientes del último terremoto: la Fuente de Orión. Homenaje a cuatro ríos: el Camaro de Mesina, el Ebro, el Tiber y el Nilo. Encima, sobre dos pilones sujetos por tritones y mujeres, está la estatua de Orión. Es obra de Ángelo Montorsoli, de 1547. Muy cerca nos encontraremos con la Anunziata del Catalani que también ha sobrevivido milagrosamente hasta nuestros días. La iglesia, del s. XII, se levantó sobre los cimientos de un templo dedicado a Neptuno y de la época conserva la cúpula, el transepto y el ábside. Inicialmente fue capilla real, hasta que Fernando el Católico se la cedió al pueblo. Justo enfrente, en la plaza homónima, se levanta una estatua a Don Juan de Austria, de 1572, en recuerdo de la visita que hizo a Mesina el vencedor de la batalla de Lepanto.

Sin duda, lo más importante de Mesina fue siempre su puerto, largo y elegante, por su importancia estratégica en el centro del Mediterráneo. Hoy es una importante terminal de cruceros. Y cerca de él se encuentra la Piazza dell’Unitá d’Italia. La Palazzata era un complejo de edificios, llamado también Teatro Maritimo por estar al borde del mar. Se extendía más de un kilómetro por el puerto y era el centro de las transacciones comerciales. También allí se encontraban las casas palaciegas donde residían las familias más poderosas de la ciudad. Cerca nos encontramos con el Acquario Comunale y el Palazzo de la Prefectura, frente al cual se encuentra la fuente de Neptuno esculpida en el s.XVI por Ángelo Montorsol.

Merece la pena echar un rato visitando el Museo Regionale en el que nos podemos encontrar obras notables desde el gótico hasta el renacimiento. Recordamos aquí a uno de los artistas del Quatrocento italiano conocido como Antonello de Mesina. Formado en Nápoles, desarrolló su arte en Venecia y Milán y se le considera uno de los introductores de la pintura al óleo en Italia. Giorgio Vasari en su Vida de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos, escribe: “Este techo cobija al pintor Antonio, ornato excelso de su ciudad, Mesina, y de toda Sicilia. No solo por su pintura, en cuyo arte fue maestro y una autoridad, sino porque con sus óleos logró ser el primero que alcanzó gloria perpetua para la pintura italiana, siempre se le celebra como artista por su excelso trabajo”. Lo curioso es que se creía que Antonello aprendió la técnica del óleo en Flandes siendo discípulo de Jan Van Eyck, pero digo curioso porque no se sabe que Antonello estuviese nunca en Flandes. Buena muestra de su obra, aparte de la que se puede ver en Mesina, la tenemos en el Museo del Prado.

Desde Mesina se pueden visitar las islas Eolias que pertenecen a su provincia. Todas eran moradas de dioses y monstruos, aunque el dios que le da nombre al archipiélago, Eolo, dios del viento, habitaba en una isla flotante. Parece que merece la pena visitar Lípari y Strómboli. En esta última, cuyo volcán sigue activo desde la antigüedad, surgió el romance entre Rosellini e Ingrid Bergman cuando rodaron la película Strómboli, Tierra de Dios. Y en la isla de Salina se rodó El cartero (y Pablo Neruda). En Volcano, hogar del dios Héfesto (Vulcano latino), se rodó la película del mismo nombre protagonizada por la maravillosa y oscarizada italiana Anna Magnani.

Y si Mesina no nos ha dado para mucho, podemos consolarnos con una excelente pizza mesinesa a la que llaman focaccia. Se diferencian en que la focaccia es cuadrada y la pasta es diferente, es más gruesa y con textura de pan. La más típica y tradicional es la de tomate, queso, espinacas y boquerones salados. Con una birra molto freddo, ¡deliciosa!

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