Hermosa Sicilia (XIII): la costa dei Tramonti

El jardín de los monos

Cuando el sol se acuesta sobre el horizonte, mientras cae la tarde, aparece un festival de luz con tintes rojizos de una belleza extraordinaria

Hermosa Sicilia (XII): Inolvidable Palermo (III)

Hermosa Sicilia XI: Inolvidable Palermo (II)

Castillo en Erice. / M. H.
Juan López Cohard

27 de agosto 2023 - 07:20

Málaga/Cervantes, en la novela bizantina “El amante liberal”, segunda de las Novelas Ejemplares, nos acerca a Trapani, ciudad de donde son sus protagonistas, Ricardo y Leonisa, y nos habla de las cercanas salinas: “Cornelio y los suyos, se iban a solazar con toda su parentela y criados al jardín de Ascanio, que está cercano a la marina de Trápana, en el camino de las salinas…”. Debió conocer bien la zona, su costa y sus atardeceres. En el punto más occidental de la costa siciliana bañada por el mar Tirreno se encuentra Tràpani, colonia griega (Drepana) que fue famosa por sus salinas que aún se explotan. En la punta del morro de su puerto está la Torre de Ligny una fortificación construida por los españoles en 1671 que hoy alberga un pequeño museo arqueológico. Ese es el punto de la costa donde el mar Tirreno se une con su progenitor el Mar Mediterráneo. Muy cerca está la Isola Colombaia que tiene una fortaleza medieval cuyos orígenes pueden remontarse a la Primera Guerra Púnica. Es conocida como Torre Peliade o Castillo del Mar y es un icono de Tràpani.

En la mediterránea costa oeste, entre Tràpani y Marsala (unos 30 Km), junto a las islas Ègades (Favignana, Maréttimo y Lèvanzo) que se encuentran, cuál ballenas varadas, a unos 40 Km mar adentro, son famosos los atardeceres (tramonti). Cuando el sol se acuesta sobre el horizonte, mientras cae la tarde, aparece un festival de luz con tintes rojizos de una belleza extraordinaria. Desde la costa, el sol se pone tras las islas Égades y, desde éstas, esa línea donde el mar y el cielo parece que se unen va apagándose hasta que reina la noche.

En la Iglesia de Sto. Domingo, en la que el ábside y el rosetón muestran su origen del s. XIII, reposan los restos de Don Manfredo, muerto en 1318 al caer de su caballo. Era el hijo del rey Federico III de Aragón. El desdichado jinete está acompañado por los reyes de Navarra, Teobaldo e Isabel, que murieron en Trápani de la peste de 1270. En una recargada capilla barroca cuelga un crucifijo del s. XIV cuyo Cristo, aunque tenido por milagroso, tiene una expresión tan macabra que delata una procedencia española más que italiana. Y en la borrominesca Iglesia del Purgatorio, de finales del s. XVII, se guardan los Misteri que son los pasos que desfilan en la procesión del Viernes Santo (recuerdan mucho a la Semana Santa castellana) y que es la más famosa de Sicilia. Si Trápani fue famosa por sus salinas, cuya explotación comenzaron los fenicios, lo fue también por su puerto que en la antigüedad sirvió de base a la cercana ciudad de Erice. En él desembarcó Carlos V tras su victoria en Túnez. Con éste alcanzó su máximo esplendor, la dotó de unas excelentes fortificaciones defensivas y le otorgó el título de DUI (Drepanum Urbs Invictísima).

Al acercarse los navíos a esta costa, la primera referencia que tienen es la montaña en cuya cumbre se asienta la famosa ciudad sagrada de los élimos (sus habitantes), Eryx. Célebre por su templo dedicado a la diosa de la fertilidad, Astarté, Afrodita o Venus, según sea para fenicios, griegos o romanos. En el lugar del templo, la cima del monte San Giuliano, se levantó el palacio del gobernador normando (s. XII) y, en la actualidad son jardines públicos. La ciudad, que tomó el nombre de Érice en 1934, ha conservado increíblemente su aspecto medieval y se ha convertido en una de las visitas imprescindibles de Sicilia. La subida nos ofrece un festival de panoramas sobre la costa y las Égades que quita el sentido. Y cuando se entra en la bella Eryx por la Puerta de Trápani, que data del s.VII, entramos (a nuestro parecer) en el medioevo. En la puerta comienza la muralla elimo-fenicia, levantada en el s. VI a.C. y pronto se encuentra la catedral de La Asunción del s. XIV mandada construir por Federico de Aragón. Su campanario, aislado frente a la iglesia, es un robusto torreón que hacía las veces de torre vigía. Y entre sus calles medievales, iglesias y palacios que fueron fortalezas, llegamos al Castillo de Venus. Alzado sobre unas rocas fue construido con antiguos sillares romanos. Su entrada está presidida por el escudo de Carlos V y en su interior nos encontramos con un pequeño museo en el que se exponen artefactos fenicios y romanos, además del sagrado pozo de Venus. Por sus jardines se llega a la Iglesia de San Martín que posee un rico interior con una columnata toscana, estucos, frescos en la bóveda y una hermosa escultura de la “Madonna de la Luz”.

No se puede pasar por Erice sin comer en el típico restaurante “La Prima Dea” sito en la calle principal del pueblo. Y tampoco se puede dejar de pedir su riquísimo cuscús de pescado a la trapanesa. Un plato de clara reminiscencia árabe, que contiene una rica variedad de frutos del mar como el cabracho, la lubina o la dorada, con tomate, ajo, cebolla, almendras pimientos, perejil y otros aderezos.

Hacia el interior, a unos 40 Km, está el yacimiento arqueológico de Segesta, antigua capital de los élimos que, si hacemos caso a la leyenda, fue fundada por los refugiados huidos de Troya. Virgilio atribuye la fundación a Eneas, pero es que para Virgilio Eneas es como Messi para los del Barça. Lo cierto es que fue enemiga acérrima de Selinunte, de la que después hablaremos. Tuvieron numerosas guerras y fue destruida en la primera guerra púnica, pero a pesar de todo ahí está su orgulloso y erguido templo dórico, solitario en un promontorio. Más abajo están las ruinas de la ciudad y en las laderas del monte Barbaro podremos contemplar las gradas del teatro de Segesta con unas magníficas vistas del mar. A unos pocos kilómetros se encuentran unas fuentes termales (Terme Segestane), conocidas ya por los árabes, con una sauna natural enclavada en una gruta. Los vapores alcanzan los 38 grados de temperatura.

De nuevo en la costa nos encontramos con uno de los yacimientos arqueológicos más importantes, impresionantes y extensos del Mediterráneo. “Y llevado de los vientos te dejo a ti, Selinunte de palmas, y paso los crueles vados de Lilibeo (actual ciudad siciliana de Marsala) con sus ocultos escollos. De aquí al puerto de Drépano y su aciaga playa me acogen”. Así relata Virgilio en su Eneida la odisea de Eneas navegando de Selinunte a Trápani. “Ciudad de las palmeras” llama a la que fue la poderosa ciudad helenística producto de la fusión de las culturas fenicia y griega. Selinunte llegó a ser una potencia que provocó la envidia de Segesta, su rival, lo que llevó a ésta última a aliarse con Cartago, allá por el año 409 a.C. para sitiar y arrasar a Selinunte. Con el tiempo entró en el olvido y lo poco que sobrevivió se fue deteriorando y arruinando con los terremotos. Aunque en la época romana, bizantina y principios de la Edad Media fue parcialmente ocupada, nunca volvió a recuperar su esplendor. Hay que esperar hasta el s. XVI para que un monje dominico, Tommaso Fazello, basándose en los escritos de Diodoro Sículo, identificara estas ruinas como el emplazamiento de la antigua Selinunte, Después, ya en el s. XIX, comenzó a excavarse el yacimiento.

Lawrence Durrell, en su “Carrusel siciliano” escribiría, a su paso por Selinunte, después de haber visitado Agrigento, que su “colección de templos era, con mucho, más rica que la de Agrigento, y su disposición, más compleja y misteriosa”. Y afirmó: “La primera impresión es de gran soledad y melancolía”.

En el yacimiento, enormemente extenso, se conservan las ruinas de diez templos. Debido al olvido en que ha estado durante muchos siglos la ciudad, ha sido imposible, en la mayoría de los casos, conocer a qué deidad estaba dedicado cada templo, por lo que se le han denominado con letras. El yacimiento, o sea la ciudad, se ha dividido en zonas para su mejor comprensión. La Zona de la Acrópolis, que se encuentra entre dos valles, contiene 5 templos y un megaron (un gran salón frente a un altar propios de las civilizaciones micénica y minóica). Este espacio linda con el mar en un gran acantilado. En la Colina Marinella se encuentran, además de una necrópolis y un museo, tres templos. La antigua ciudad y la necrópolis están en la Meseta Manuzza. Y en la Colina Gaggera, podremos ver, además de otra necrópolis y otro museo, el santuario Deméter Malaforo, (La diosa de la Agricultura, suele ir acompañada de este sobrenombre que quiere decir “portadora de manzanas”, “portadora de ovejas”); el santuario de Zeus Meiliquio, (Éste epiteto se le asigna al dios de los dioses por su condición de protector de quienes le honraban con sacrificios); y un templo designado con la letra M. No lejos de Selinunte, en Campobello di Mazara, se encuentran las canteras de Cusa de donde procedió toda la toba calcárea utilizada en la construcción de los templos. Y en Castelvetrano, municipio al que pertenece Selinunte, está el Museo Municipal donde se encuentra la estatua “El efebo de Selinunte” que bien pudiera ser la representación de Dioniso Yaco. (Este epíteto del dios de la fertilidad y el vino está relacionado con los ritos secretos conocidos como los misterios de Eleusis, por ser en esta ciudad griega donde se hacían. La mención más conocida de Yaco la hace Aristófanes en “Las ranas”, donde los iniciados le invocan y comparan con la estrella que trae luz a la oscuridad de los ritos.

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