Hermosa Sicilia XIV: La Girgenti de Luigi Pirandello

El jardín de los monos

Girgenti, Agrigento desde 1927, y su entorno pueden considerarse lo más auténticamente siciliano de Sicilia

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Templo de Zeus Olímpico de Argrigento.
Templo de Zeus Olímpico de Argrigento.
Juan López Cohard

03 de septiembre 2023 - 07:01

¿Quién no ha leído las novelas de Camilleri, o ha visto la serie televisiva, sobre el Comisario Montalbano? Ese detective, aficionado a la gastronomía y a la literatura, creado por el gran escritor, nacido en Agrigento, en homenaje a nuestro Vázquez Montalbán y su Pepe Carvalho. En la serie televisiva, los episodios comienzan con unas panorámicas de Vigata, un pueblo de la provincia de Montelusa, donde se encuentra la comisaría de Montalbano, y con éste nadando, en un refrescante baño mañanero, sobre las aguas de la playa junto a la que vive. Los ficticios lugares creados por Camilleri se corresponden con otros reales (deslocalizados) de Sicilia. Así, la playa es la de Marinella, junto al Porto Empedocle, a unos 8 Km. de Agrigento; el pueblo de Vigata se corresponde con Scicli, pueblo de la provincia de Ragusa, a unos 25 Kms. de la capital, declarado Patrimonio de la Humanidad, y la Montelusa de la ficción es Agrigento. Nada como leer a Camilleri, o ver la serie televisiva del Comisario Montalbano, para imbuirse en el carácter, la esencia y el espíritu siciliano.

Es tal la importancia del patrimonio arquitectónico y artístico de Sicilia que, al describirla, es inevitable referirse fundamentalmente a sus ciudades, pero el encanto de la isla viene dado también por su variada, interesante y subyugante naturaleza, salvaje, cautivadora y hasta peligrosa. Su origen volcánico marca su ADN. Hay lugares tan atractivos y encantadores como las Reservas Naturales Marinas de la islas Égades y Ustica o la Reserva dello Zingaro (entre Erice y Palermo) o, ya en la costa sur, a 20 km. de Agrigento, la Scala dei Turchi, una de las formaciones geológicas más curiosas del mundo. Así llamada porque era uno de los fondeaderos más frecuentados por los piratas turcos. La formación, blanca nívea, de roca caliza, ha sido moldeada por la erosión como si fuese la majestuosa escalinata del propileo celestial que tiene al firmamento por montera. Nada puede extrañar que los piratas, turcos o no, fuesen a fondear frente a ella, especialmente en las puestas de sol. El saqueo bien podía esperar a la mañana siguiente.

Girgenti, Agrigento desde 1927, y su entorno pueden considerarse lo más auténticamente siciliano de Sicilia. Fue fundada por colonos procedentes de Gela, otra colonia griega sita en la desembocadura del río homónimo (entre Agrigento y Camarina). La hizo famosa el tirano Fáladis. Un personaje, tan cruel como ingenioso, que se entretenía en torturar a sus enemigos encerrándolos en un buey de bronce que calentaba a fuego lento. Los alaridos de dolor escapaban por las fauces del broncíneo animal de forma que parecía mugir.

La colonia se asentó sobre tres colinas: la actual Rupe Atenea, la colina de Girgenti y la colina de los templos. Esto ocurría en el siglo VI a.C., cuando Fáladis amuralló la ciudad para defenderla de los cartagineses. Akragas, como en principio los colonos de Gela la llamaron, se alió con Siracusa en el s. V a.C. para combatir a los cartagineses, logrando así una importante victoria. Con ella comenzó su esplendor. Pronto superaría a Gela. Llegó a tener más de 200.000 habitantes y en ella floreció el comercio, las artes y las ciencias; además se construyeron decenas de templos y suntuosos edificios que la convirtieron en: “la ciudad más hermosa que los mortales habían construido”, según escribió el poeta Píndaro en una de sus odas olímpicas.

También el historiador Diodoro, que era siciliano, habló de Akragas como una de las ciudades más ricas del mundo griego. Y Empédocles que, además de filósofo y médico, era agrigentino, alabó a sus paisanos asegurando que “festejan como si fueran a morir mañana y construyen como si fueran a vivir eternamente”. Por cierto que, según se cuenta, Empédocles se arrojó al Etna. El volcán se limitó a devolver sus sandalias, aunque, eso sí, trocadas en bronce.

Akragas fue después conquistada por Cartago hasta que llegaron los romanos que la bautizaron como Agrigentum. Los bizantinos marcaron su decadencia y los árabes, que la bautizaron como Kerkent, no añadieron nada nuevo, salvo que más adelante la rebautizaron como Girgenti, nombre que perduró hasta 1927.

Su decadencia fue continua y, para hacernos una idea de cómo era la ciudad a finales del s. XIX, merece la pena leer el retrato que hace su hijo más ilustre, el poeta, novelista, genial dramaturgo y Premio Nóbel de Literatura, Luigi Pirandello, en su novela “Los viejos y los jóvenes”: “Dominada en lo alto de la colina, por la antigua catedral normanda, dedicada a San Gerlando, por el Obispado y por el Seminario, Girgenti era la ciudad de los sacerdotes y de las sentencias de muerte. Desde la mañana hasta la tarde, las treinta iglesias enviaron lágrimas y la invitación a la oración con largos y lentos repiques, extendiendo por todas partes una angustiosa opresión. No pasaba un día sin que las grises huérfanas del Boccone del Povero no aparecieran en el cortejo fúnebre: escuálidas, encorvadas, todas ojos en sus caritas marchitas, con un velo en la cabeza, una medalla en el pecho y una vela en la mano. Todos, por una pequeña propina, podían contar con el acompañamiento; y nada más triste que la visión de aquella infancia oprimida por el espectro de la muerte, seguida así cada día, paso a paso, con una vela en la mano, por la vana llama del sol”.

La colina Rupe Atenea es uno de los miradores privilegiados de Agrigento. Llamada también Rupe di Minerva por haber sido en ella donde, según la tradición, estuvo el templo de Palas/Minerva. Lo cierto es que por su borde se alzaban las antiguas murallas levantadas por el tirano Fáladis. Hoy quedan las ruinas. La panorámica es impresionante, por un lado la colorida, alegre y serena vista del mar y el Valle de los Templos y por el otro, hacia el interior, el sobrecogedor, melancólico y salvaje paisaje de penumbra neblinosa y corrosiva que producen las fumarolas de los “calcheroni” ardientes (hornos para fundir el azufre). En una de las laderas se conservan, junto a la iglesia medieval de San Bagio, uno de los templos dedicados a las divinidades ctónicas (o del inframundo), el de Démeter y Kore.

En la colina de Girgenti se levantó la ciudad medieval en la que nos encontraremos con numerosos vestigios de la época. Desde el convento del Santo Spirito, construido a finales del s. XIII por la condesa de Chiaromonte; los Hipogeos del Purgatorio, galerías, acueductos y cisternas del s. V a.C., excavados en la roca para filtrar y conducir el agua; la iglesia de Sta. Mª dei Greci, del s. XII, levantada sobre un templo dórico también del s. V a,C.; hasta la Catedral, normanda del s. XI, aunque reformada durante los siglos posteriores hasta el s. XVII.

Pero lo verdaderamente impresionante es la colina donde se encuentra el llamado Valle de los Templos. Todos ellos de estilo dórico y hexástilos, orientados según la tradición clásica, con su fachada al este para acoger la luz del sol y que penetrase hasta la cella del dios o diosa. Todos ellos fueron construidos entre los siglos VI y V a.C. Al entrar en el dorado valle, nacido de la rubia piedra calcárea utilizada, veremos los vestigios del monumental Altar de los Sacrificios.

Después irán sucediéndose, uno tras otro, el colosal Templo de Zeus Olímpico, el segundo más grande del mundo heleno tras el de Artemisa en Éfeso; el Templo de Cástor y Polux, símbolo de Agrigento; el Templo de Hércules, que tiene cerca la Tumba de Terón del s. I a.C., aunque realmente no es la tumba del tirano de Agrigento, sino un monumento a los héroes de la segunda guerra púnica; el Templo de Esculapio; el Templo de la Concordia, quizá el más bello de todos los templos dóricos de Sicilia; y el Templo de Juno Lacinia (epíteto de la diosa del matrimonio que indica que es a su vez la protectora del parto y el nacimiento). Como broche de oro al Valle de los Templos, la iglesia de San Nicola y, junto a ella, el Museo Arqueológico.

En la iglesia nos asombrará el sarcófago romano del s. III d.C. que narra, en los bajorrelieves de sus cuatro caras, la historia de Fedra e Hipólito, y es curioso un Cristo del s. XV, junto al altar mayor, que inspiró a Pirandello su siniestra obra “Sagra del Signore della Nave”. En el Museo reposa el gigantesco Atlante de más de 7 metros de altura y se encuentra el Efebo de Agrigento, original griego esculpido en mármol.

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