Hermosa Sicilia XVI: la Sicilia profunda II
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Resulta fascinante e imprescindible en una visita a Sicilia la Villa romana de Casale, un palacio tardoimperial que quedó sepultado por el lodo
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Desde Enna, “el gran mirador de toda Sicilia”, como la llama Lawrence Durrell, se domina toda la planicie que baja hasta la costa de Catania y el Etna. En sus alrededores nos vamos a encontrar con pueblos como Agira (Agyron), importante colonia griega del s. IV, cuna de Diodoro Sículo (o de Sicilia) que vivió en el s. I a.C. y que fue el primer humano en atreverse a escribir una historia universal (40 tomos nada menos) a la que denominó Bibliotheca Histórica, o este otro pueblo, algo más lejano de Enna, Centuripe que encierra “una inmensa y tranquila necrópolis (Pantalica) donde la roca, en una extensión de cientos de metros, está llena de tumbas excavadas”; se cuentan más de 5.000 que datan del s. XIII al s. VII a.C.
En la actualidad, cuando alguien se encuentra con una naturaleza exótica, diversa, de una belleza singular y cargada de fenómenos extraordinarios, la mira con ojos de dólar del tío Gilito y rápidamente piensa en la rentabilidad de su explotación económica. Pero los griegos, cuando se encontraron con estas tierras, abruptas, fértiles y misteriosas, en las que el inframundo brotaba por los poros de la tierra en forma de fumarolas sulfurosas, pensaron que estaban habitadas por dioses, héroes y monstruos. Seres dotados con los mismos sentimientos y pasiones que ellos tenían como hombres. Y así imaginaron historias de amor, odio, venganzas, catástrofes, guerras, odiseas, transfiguraciones y toda clase de hechos imaginables que dieron lugar a una mitología cargada tanto de crueles sucesos como de bellos pasajes.
Muy cerca de Enna se encuentra el lago de Pergusa, de aguas salobres, enmarcado por una zona boscosa cuya belleza ha sido profanada por la construcción de un circuito de carreras automovilísticas. En este paraje en el que, según cuenta la leyenda, el perfume de las flores era tan intenso que los perros perdían el rastro de la caza, los griegos situaron uno de las más bellas historias de su mitología: el rapto de Perséfone (la Proserpina romana).
No me queda más remedio que recordar aquí, por su extraordinaria belleza, la escultura con la que Bernini representó este mito: El rapto de Proserpina, expuesta en la Galería Borghese de Roma. En la mitología griega, Perséfone, diosa de la fertilidad, es hija de Zeus y Deméter. Un día en el que la joven y bella diosa recogía flores en los alrededores del lago de Pergusa, el dios de los infiernos, Hades, enamorado de ella, la raptó llevándosela con él al Inframundo. Su madre, Deméter, diosa de la agricultura, la buscó desesperadamente hasta que se enteró de que Zeus había consentido el rapto. Enojada por ello, secó fuentes y arruinó campos, castigando cruelmente a los hombres. Zeus, para aplacarla, intentó devolverle a Perséfone, pero ésta ya se había enamorado de Hades (según el mito porque había comido de la granada prohibida) y no quiso abandonarlo. Al final, el asunto se solucionó con un pacto. Durante cuatro meses, Perséfone estaría con su esposo en el inframundo, tiempo de pena y enojo para Deméter que dejaría yermos los campos y, el resto del año, madre e hija estarían juntas. La alegría de la diosa de la agricultura por ello hizo que durante la primavera, el verano y el otoño, la fertilidad volviera a la tierra. De esta forma explicaron los griegos las cuatro estaciones y el milagro de la primavera.
Otro de los pueblecitos de los alrededores de Enna, en la llanura que baja hasta Catania, es Aidone. Esta pequeña ciudad medieval, de época normanda (s. XI), guarda una importante colección de hallazgos arqueológicos greco-romanos procedentes del cercano yacimiento de Morgantina. El Museo Arqueológico Regional, acogido entre el antiguo convento de los Capuchinos y la iglesia de San Francisco, expone piezas notables, una de las cuales, la Venus de Morgantina que representa a Afrodita, fue robada, junto a otras, por los arqueólogos de la Universidad de Princeton (EE.UU.) que trabajaron en el yacimiento y estuvo años expuesta en el Guetty Museum de los Ángeles. Después de mucho reclamarla, consiguieron su devolución en el año 2011.
Junto a Aidone se encuentra el citado yacimiento arqueológico. Es muy reciente, ya que se comenzó a excavar en 1955. Fue el rey Gustavo de Suecia el que se interesó por sacar a la luz la antigua ciudad de Morgantina que fue uno de los enclaves griegos del interior más importantes de Sicilia. Y lo fue, fundamentalmente, por su situación estratégica, ya que servía de puente entre el norte (la costa y las islas Eolias) y el sureste (Agrigento, Siracusa y Catania).
Las murallas muestran una ciudad bastante amplia. Tiene un pequeño teatro del siglo IV a.C., dedicado a Dionisio III, cuya capacidad era de unas 2.000 personas, lo que hace pensar que, en su mayor apogeo, llegó a tener unos 30.000 habitantes. Aún pueden contemplarse las distintas zonas de la ciudad, comenzando por el ágora y siguiendo por la parte comercial o macellum, en la que se distinguen perfectamente los locales. También es perfectamente reconocible el gymnasium romano y el bouleuterión, edificio donde se reunía la boulé, o consejo de los quinientos, en las ciudades de la Antigua Grecia. Se conservan los pórticos que conducen a las viviendas, algunas muy suntuosas y decoradas, como la Casa di Gamínedes que conserva mosaicos, capiteles dóricos y otros elementos ornamentales. En lo alto de un monte anexo se hallaba la acrópolis con un conjunto de varios templos del siglo VI a.C. Los romanos arrasaron la ciudad en su lucha contra los cartagineses.
Piazza Armerina, Chiazza o Ciazza, en el dialecto galo-sículo local, es uno de esos pueblos del interior que guarda una interesante historia y algunos sugestivos monumentos medievales, pero que todo visitante ignora porque su atracción fundamental está en la cercana Villa Romana de Casale. Aunque la zona fue habitada desde la antigüedad, habiendo pasado por ella griegos, romanos, bizantinos y árabes, solo tenemos noticias suyas desde la época de los normandos, cuando Guillermo II de Sicilia la reconstruyó sobre una colina. En una de sus laderas, el rey aragonés Martín I, en el s. XIV, construyó una mole de castillo. Junto a él, se encuentra la catedral de Nuestra Sra. de la Asunción, de la que destaca el campanario del s. XIV que perteneció a la anterior iglesia que ocupó su lugar. En las afueras se encuentra la Chiesa del Priorato di Sant`Andrea, del año 1096, que perteneció a los Caballeros de la Orden del Santo Sepulcro. Piazza Armerina recibió el título de ciudad en 1517 de manos del emperador Carlos V, por lo que lleva en su escudo la corona real.
Pero lo que resulta fascinante, e imprescindible en una visita a Sicilia, es el yacimiento romano de la Villa de Casale. Una gran inundación de lodo dejó sepultado este palacio romano tardoimperial (s. III d.C.) para regocijo de los turistas actuales, sobre todo a partir de mediados del s. XX. Mucho se ha especulado sobre su origen y pertenencia. La suntuosidad del palacio y en especial la riqueza, calidad y cantidad de sus mosaicos, ha hecho suponer que fuese la residencia de caza de algún emperador. Posiblemente, se cree, de Marcus Aurelius Valerius Maximianus, alias el Hercúleo, emperador de occidente por la gracia de Diocleciano cuando se le ocurrió crear la tetrarquía (gobierno de dos emperadores, uno de oriente y otro de occidente, y dos césares bajo el mando de ellos).
Hay otra suposición con menos glamour. Fue la de Lawrence Durrell en su “Carrusell Siciliano”. Opinó que no era propio de un emperador elegir un asentamiento “claramente expuesto a inundaciones”, “insalubre” e “infernalmente caluroso en agosto”. Y además, respecto de la decoración y sus mosaicos, apuntó: “¿Era esa la mansión de placer de un emperador o era quizá el refugio de un millonario, construido por el rico personaje que suministraba los animales para el circo romano? Los frescos que representaban animales eran tan numerosos y tan grande su variedad, que inducen a una prolongada meditación y a plantearse la pregunta”. Quién haya leído a Lawrence conoce de su sarcasmo. En cualquier caso, ni caso a Durrell. El palacio, por su extensión (3.500 m2), por su riqueza y por su belleza constituye uno de los monumentos arqueológicos más importantes del mundo romano. Una joya que no se puede obviar.
Y terminamos con un sabroso consejo: Piazza Armerina ofrece muy buenos restaurantes donde degustar platos típicos de la Sicilia profunda. Recomendamos una “Scaccia” (empanada hecha con harina y sémola) de queso, cebolla y hierbas frescas, y de postre unos cannolis rellenos de queso ricota. Un buen vino de la zona y que no falte, como remate, un café espresso (decir “un buen café espresso” es absurdo, ya que en Sicilia todo café es más que bueno, es exquisito) con un chupito de limoncello.
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