“Si tuviera la debilidad de mirar atrás, seguramente lamentaría algunas cosas”
Imanol Arias | Actor
El intérprete regresa al Teatro Cervantes este fin de semana con ‘El coronel no tiene quien le escriba’, adaptación de la novela de Gabriel García Márquez que dirige Carlos Saura
Málaga/Figura clave del cine español y referente de éxito de la ficción televisiva, Imanol Arias (Riaño, León, 1956) es también dueño de una notable carrera teatral, en la que ha compartido oficio con Lluís Pasqual y Miguel Narros, entre otros maestros. Este fin de semana, el sábado 11 (a las 20:00) y el domingo 12 (a las 19:00), volverá a pisar las tablas del Teatro Cervantes, dentro del Festival de Teatro, con El coronel no tiene quien le escriba, adaptación de la novela de Gabriel García Márquez dirigida por Carlos Saura en la que comparte reparto con Cristina de Inza, Jorge Basanta, Fran Calvo y Marta Molina. Tras la función del sábado, el actor recibirá el Premio Málaga que concede el festival.
-Según su filmografía, no había trabajado usted antes con Carlos Saura. Y es curioso que los dos hayan coincidido por primera vez en un proyecto teatral.
-Sí, hubo un primer contacto hace algunos años para una película en la que finalmente el papel fue para otro actor. Y después Saura me llamó para hacer de embajador en 33 días, su película sobre Picasso y el Guernica, en la que Antonio Banderas iba a ser el artista. Aquello finalmente no salió, de modo que ha sido El coronel quien nos ha reunido por primera vez.
-Esa reunión se dio, eso sí, de manera un tanto fortuita, ya que usted no estuvo en las primeras funciones de la obra. ¿Cómo llegó al montaje?
-Así es, la obra se estrenó con Juan Diego en el papel protagonista. Hubo unas primeras funciones en Huesca y Zaragoza, ya que la idea era hacer primero una gira y luego llegar a Madrid. Pero Juan enfermó poco después y me llamaron para hacer el papel. Lo primero que pensé cuando lo hicieron fue que ya estaba en la edad perfecta para hacer este tipo de personajes, para El coronel pero también para protagonizar otras obras como Muerte de un viajante o La huella. Fue una especie de revelación. Pero me lancé, de inmediato dije que sí, claro. Uno no sabe siempre por qué acepta un determinado trabajo. En este caso lo único que sé es que me apetecía hacerlo.
-¿Y cómo fue, entonces, su experiencia con Carlos Saura en la dirección de la obra?
-Precisamente porque me incorporé con el espectáculo ya en marcha no sé si soy la persona idónea para responder a esa pregunta. Además, cuando yo me incorporé Carlos Saura estaba rodando en México, así que hizo la dirección conmigo por streaming. Íbamos muy justos y la verdad es que no tuve mucho tiempo para ensayar. Hicimos la primera función en Zamora y recuerdo que todo el equipo estaba muy preocupado ante la posibilidad, bien razonable, de que no me supiera bien el texto. Pero Zamora confió en nosotros y salió todo bien. De todas formas, Saura vino después a ver otra función y desde entonces intercambiamos mucha información y muchas claves sobre el personaje. Ese proceso sigue abierto, está vivo. Saura es un artista total: te da un espacio y un concepto y a partir de ahí espera a ver qué le ofreces. Es un poco como un perfumista al acecho de esencias: se queda con una, descarta otra y así va construyendo la obra. Como buen fotógrafo, se preocupa mucho por el espacio y por la iluminación. Pero acompaña mucho a los actores a lo largo de todo el proceso.
-¿Y a partir de qué claves ha construido usted al personaje?
-Desde la relectura de la novela de García Márquez con toda la atención puesta ya en el montaje. Lo primero que tuve en cuenta para mi composición es que yo soy más joven que el coronel, así que puse especial empeño en ajustarme a su edad. Y después tuve que adaptarme a la naturaleza del espectáculo, que ya estaba hecho. Aquí no hay escenas de disputa, todo es recreación y exposición. Tenemos que intentar que la emoción no vaya muy pegada a la palabra, como sucede en el cine. Hay que priorizar, sobre todo, los adjetivos, porque es ahí donde se sostiene la obra. La clave es llevar el cuerpo a la poética de García Márquez.
-¿Pero no entraña la priorización de los adjetivos un riesgo en la escena? Es indudable que esa poética funciona muy bien en las novelas de García Márquez, pero a la hora de contar la misma historia en el teatro, donde la verdad va por otro lado, puede ser contraproducente.
-Creo que eso depende, sobre todo, de los instrumentos que toques. Y puedo asegurarte que Cristina de Inza es una de las mejores actrices con las que he trabajado en mi vida. El resto de reparto está a la altura, todos mis compañeros hacen un trabajo espléndido. Pero, ahondando en tu pregunta, en El coronel no tiene quien le escriba la verdad no tiene tanto que ver con lo teatral y lo físico, sino con un proceso más depurado, más dirigido a lo elemental y, por tanto, a lo esencial. Y lo elemental aquí es la palabra. De hecho, en las primeras funciones yo gesticulaba mucho para hacer creíbles las úlceras que sufre mi personaje, pero algunos buenos amigos me recomendaron que relajara eso un poco, que no hacía falta hacerlo tan explícito. Así funciona. De hecho, Saura lo deja todo atado y bien atado con una mesa, una silla, un gallo y un espacio muy bien delimitado. No hace falta nada más.
-Buena parte del público habrá leído la novela y acudirá al teatro con una imagen del coronel en su cabeza. ¿Eso juega más a su favor o en su contra?
-Diría que juega a favor. Mi impresión, a veces, es que mi presencia puede no corresponderse para algunos espectadores con esa imagen a la que te refieres. A lo mejor me ven muy flaco, no sé. Pero lo cierto es que a los tres minutos el público, por lo general, me ha aceptado. O por lo menos se conforma conmigo. No es poco.
-Y, bueno, no deja de ser usted Imanol Arias. La mayor parte del público irá para verle.
-Sí, también. Soy consciente de eso. Pero no es algo que me tranquilice, ni mucho menos. Más bien lo contrario, lo vivo como una exigencia mayor para no defraudar.
-¿Lamenta no haber hecho más teatro, a pesar del éxito que le ha prodigado la televisión?
-Si tuviera la debilidad de mirar atrás y hacer cuentas de algunas cosas a las que tuve que renunciar, seguramente sí. No fue fácil decirle que no a Peter Brook.
-¿De verdad le dijo usted que no a Peter Brook?
-Sí. Buscaba a un protagonista para un montaje en español de El gran inquisidor, de Dostoievski. Había dirigido ya la obra en inglés y en francés y quería hacerla en español, principalmente con la idea de llevarla a Latinoamérica. Pero no pudo ser. Lo que pasa es que me resisto a mirar al pasado para acordarme de todo lo que no hice. Prefiero mirar al futuro y valorar qué puedo hacer ahora. A mi edad los actores buscan ciertas cosas, unas determinadas experiencias, y en ésas estoy. Ahora, como te decía, puedo protagonizar las obras de Arthur Miller que tanto me gustan. En lo que se refiere al teatro, lo perdido, perdido está; pero el teatro es eterno, dura siempre.
-¿Y la edad del público? ¿Le preocupa de alguna forma?
-El público que acude a determinado estamento teatral tiene una cierta edad. Pero hay un público joven que acude a otro tipo de propuestas distintas, más independientes, gestadas en salas pequeñas. A veces, algunas de estas propuestas salen de ese contexto y alcanzan ese otro estamento, y entonces se produce una mezcla de públicos magnífica. Pienso en obras como La ternura, de Alfredo Sanzol, que es un ejemplo muy ilustrativo de todo esto. Así que poco a poco el medio evoluciona, a su ritmo. Hay un cambio generacional incipiente. Será interesante ver a dónde nos lleva.
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