Introspección e intimidad
Volvió el Teatro Cervantes a dar cobijo a la todavía hermana pobre de las artes, la danza. Y aunque estos tiempos se pintan borrascosos para los espectáculos de este tipo, la respuesta del público siempre sorprende, a pesar de desarrollarse a comienzos de la semana. Confiemos en que 2009 no cierre las puertas a la Terpsícore.
La danza contemporánea está emparentada con sus vertientes coetáneas de forma inevitable . Los propios autores, como es el caso de Emanuel Gat rehuyen de hacer traducciones realistas a lo que los ojos observan. El coreógrafo explicó ayer a este periódico que se debe huir de la comprensión de esta manifestación artística. Peso a todo, el trasiego de imágenes mentales en el espectador va parejo a la lógica imposición de la etiqueta; o dicho de otra forma, deseamos encontrar un porqué a lo acontece.
Lo más evidente de las dos propuestas de Gat se puede simplificar en dos sustantivos: curvatura y rapidez. La primera, Viaje de invierno se tradujo en una perspicaz búsqueda de categorías plenas en barroquismo y romanticismo. La obsesiva curvatura de los cuerpos y de las figuras buscan el símil de las columnas salomónicas, como si las propuestas de Wölfflin cobrasen sentido. Y es que el historiador suizo se atrevió a confiarnos un término barroco fuera de la historia y más próximo a la idea del balanceo de tendencias duales (barroco vs clásico/ clásico vs romántico).
Las sucesiones canónicas y en sincronía de espejo casaron con la música de Schubert que, junto a las agitadas respiraciones, proporcionó una tensión reinante en desasosiego continuo, como si de una partitura barroca poseyera la intimidad y la introspección romántica.
En el caso de La consagración de la primavera las ideas básicas de movimientos corpóreos siguen vigentes como si rozaran la implacable repetición minimalista. Sin embargo, el único aporte creativo lo proporcionó la estilización de varias figuras de la salsa encajadas en el frenético ritmo de la pieza.
Se corre un gran riesgo cuando hoy día no nos dejamos seducir por la especialización, y en cierto modo esto pasa factura a Gat. Ser coreógrafo, iluminador, encargado del vestuario y bailarín es complicado, y algún cabo se puede quedar suelto. Se echó en falta una mayor dinámica en los recursos escénicos frente a una partitura que no deja de transcurrir por claros y delimitados momentos contrastantes. Queramos o no, se trata de un espectáculo que debe captar la atención del público sin dejarlo apabullado con la constante sucesión rápida (casi hipnótico) de movimientos. En definitiva, gran creatividad pero elevada a lo más profundo de la intimidad del autor.
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