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No entiende la vida si no es a través de la danza. La joven malagueña Irene Estévez, que se enamoró del ballet tras ver una función del Cascanueces cuando tenía 4 años, continúa en un idilio que ha guiado sus pasos y lo seguirá haciendo hasta que su cuerpo aguante. Fue la primera bailarina de Málaga en entrar en la prestigiosa escuela del Bolshoi, en Moscú, y ahora se sigue formando en Bruselas para iniciar su carrera como profesional en una compañía. Trabajo duro y mucho sacrificio son ingredientes esenciales para realizarse sobre los escenarios. Pero no le importa, es su pasión y está decidida a luchar por ella.
A los 12 años, Estévez comenzó con su profesora Valentina Letova, que le enseñó la técnica rusa. “He bailado de lunes a domingo, muchas horas”, reconoce. Dos años después se matriculó en la School of Russian Ballet de Marbella y empezó a competir internacionalmente. Fue a París, a Barcelona, a Viena. En la capital austriaca quedó quinta en danza contemporánea, apunta. En verano hacía cursos intensivos en el Russian Masters Ballet Camp y también ha realizado otros cursos en Barcelona.
“Mi tutora les dijo a mis padres que debía de irme de España para continuar como bailarina de ballet, que audicionara para escuelas extranjeras”, recuerda Estévez. “Mi madre mandó mi currículum al Bolshoi, que es una de la escuelas más prestigiosas del mundo, por lo que es muy difícil entrar”, agrega la malagueña. “La tomé por loca, pero me dijo que probara, así que cuando me aceptaron no lo asimilábamos, nos quedamos en shock. He luchado mucho para conseguir esto”, añade la bailarina, que ahora tiene 19 años.
Con 16 lo dejó todo atrás para irse sola a Moscú, sin conocer a nadie, sin saber el idioma. Allí estuvo dos años estudiando, gracias a una beca de Fundación Málaga, hasta que la pandemia paralizó su trayectoria en Rusia. “Pasé el confinamiento allí porque me quedé para los exámenes y ya no pude salir, cerraron la escuela y algunos compañeros y yo tuvimos que estar allí tres meses, fue bastante duro”, reconoce la bailarina. Para ella la incertidumbre de no saber cuándo podría regresar fue, más bien “horrible”.
“Me fui repatriada de Moscú, llegué a Málaga en mayo y este año ya no pude volver, estudiar allí cuesta 20.000 euros al año”, comenta. Las clases on line no ofrecían la formación de calidad que esta malagueña buscaba y sus patrocinadores pagaban. También el Covid-19 truncó sus posibilidades en el Rusky Ballet, la Compañía Estatal de Moscú. “Audicioné con ellos y me aceptaron pero no pude volver a Moscú por culpa del coronavirus, así que todo este año he trabajando sola y bailando en Málaga”, apunta.
Su participación en dos programas de televisión, Tierra de Talentos y The Dancer, este último de TVE, la devolvió al candelero. “Me animaron mucho, me ayudaron a recuperarme”, afirma. Este pasado verano la vieron del Brussels International Ballet y ésta se convirtió en su segunda opción en Europa. “Llegué aquí el 1 de septiembre y estoy muy contenta, es un programa de entrenamiento profesional, nos preparan para ir a compañías, para hacer audiciones, vamos a competir, como si estuviéramos en una junior company, hay compañeros de todas partes”, explica.
También cuenta que preparan para diciembre un montaje sobre El lago de los cisnes con el que harán una gira por diferentes ciudades belgas. “Aquí son muy realistas, nos están preparando para ser bailarines de verdad, estoy aprendiendo muchísimo”, añade.
La Fundación Málaga le sigue ayudando a pagar los estudios, “y mi familia, que somos un equipo y me apoyan constantemente”. Porque no es un camino fácil, menos aún en España. “La danza clásica no está reconocida, el ballet no se valora, aquí hay muchos teatros pero muy pocas compañías, así que si te quieres dedicar a esto te tienes que ir fuera, hay mucho talento español que está bailando en otros países”, indica Estévez.
Y subraya que “hay que tener muchísima constancia si te quieres dedicar a esto profesionalmente, bailo porque me llena, porque me hace feliz y es mi pasión, pero te quita muchas otras cosas, me he perdido cumpleaños, veranos, fiestas de pijamas, reuniones, eventos, sigo sacrificando mucho por el ballet, pero porque lo he decidido”, apunta. Subirse a un escenario es lo que le llena, no hay duda de ello cuando habla.
“La danza clásica es muy complicada, la disciplina más difícil, para mí es todo, es sacrificio, esfuerzo, trabajo duro, lágrimas, sudor, dolor, pasión y amor, también. Todas las emociones se resumen en la danza, vives todo eso y te ayuda mucho a alcanzar a la madurez”. Ahora seguirá realizando audiciones en compañías con el mismo propósito que tenía desde niña. Convertirse en una gran bailarina y poder vivir de ello.
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