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José Iges | Artista y compositor
Málaga/Formado como ingeniero industrial y doctor en Ciencias de la Información, José Iges (Madrid, 1951) es todo un referente de la divulgación musical en España gracias a Ars Sonora, el programa de Radio Clásica que dirigió entre 1985 y 2008. No menos reconocida es su labor como compositor y artista sonoro, con numerosos proyectos de calidad pionera en su haber (actualmente puede visitarse en el C3A de Córdoba su exposición Autorretratos) tanto en solitario como en alianza con otros artistas como Concha Jerez. El próximo jueves 29 a las 19:00 conducirá en el Auditorio del Museo Picasso Málaga como complemento a la exposición de Bruce Nauman una sesión dedicada al minimalismo de compositores como Steve Reich, Philip Glass y Terry Riley, a través de la música y la palabra.
-¿Qué etiqueta, digamos, historiográfica, cabría aplicar al minimalismo norteamericano del siglo XX, reconocido ya como una música clásica y a la vez de poderosa influencia popular?
-Yo lo llamaría minimalismo, sin más apellidos. Para qué vas a buscarle una etiqueta a algo que ya la tiene. Eso sí, con esto de las etiquetas hay que tener cuidado y aclarar bien los conceptos, porque a menudo se aplican de manera errónea y se crean tendencias equivocadas. Por ejemplo, mucha gente llama música experimental a lo que es arte sonoro, y viceversa. Y luego, claro, los conceptos evolucionan. En su momento, la expresión música electrónica hacía referencia a lo que hacía Stockhausen en Colonia en los años 50, pero hoy se emplea mayoritariamente con un sentido muy distinto. En cuanto a la influencia de la música popular, habría que matizarlo. Es cierto que algunas figuras que podríamos considerar populares reivindican el minimalismo, pero si nos atenemos a lo que se llamó el hipnotismo neoyorquino encontramos a músicos como La Monte Young y Terry Riley, que no son muy conocidos, y otros como Philip Glass que deben su éxito comercial sobre todo al cine.
-Precisamente, en una ocasión tuve la oportunidad de entrevistar a Philip Glass y él me aseguraba que llegar a un público lo más amplio posible ha sido una prioridad para él desde el comienzo de su carrera.
-Pues me parece muy bien. Tiene lógica. Yo también quiero llegar al mayor número posible de personas haciendo lo que hago. Lo que sucede es que hay un mito muy extendido y resistente que vincula eso que consideran música culta o seria exclusivamente a algunas élites. Esto sucede al menos desde la Escuela de Viena y el jazz, pero lo cierto es que el minimalismo nunca ha sido una música de mayorías. Únicamente ha llegado a serlo a través del cine, y ahí tienes a Philip Glass componiendo música para todo tipo de películas. Del mismo modo, ¿cuánta gente conocería hoy a Ligeti si su música no hubiera sonado en 2001? ¿Vamos a negar que un compositor tan interesante como David Lang tiene ahora más seguidores gracias a que Sorrentino decidió insertar fragmentos de su música en La gran belleza? Steve Reich es un músico muy reconocido, pero vamos, nunca ha sido un 40 Principales. Eso lo ha sido, si acaso, Laurie Anderson, cuya música tiene algunos elementos que podemos considerar minimalistas; aunque otra compositora como Meredith Monk, que sí ha desarrollado su carrera sobre aspectos más elocuentes del minimalismo, sea mucho menos conocida.
-¿En qué medida influyó en el desarrollo de la música del siglo XX el rechazo de Glass y Reich al mundo académico?
-Prefiero no entrar en las razones que un músico como Steve Reich puede tener para romper con lo académico. Podríamos hacernos la misma pregunta respecto a músicos tan distintos como Stravinsky, Glenn Gould o Frank Zappa. También en España apareció en los años 80 una generación de músicos que se negó a abrazar la gran música europea que la generación anterior había creado entre los años 40 y 50. Frente a aquella música, más atonal y abierta, estos compositores optaron por un trabajo más tonal, previsible y de fácil escucha. Un compositor como Tom Jonhson, que trabaja mucho con estructuras matemáticas, asegura que quiere que la gente comprenda cómo funciona su música, sin esoterismos, lo que seguramente representa una reacción a la generación anterior. Supongo que saber cómo funciona la música de un autor genera más tranquilidad en el oyente, que incluso la podrá encontrar divertida y accesible. Ahora bien, ¿cuántos encontrarían divertida y accesible la música de La Monte Young y Terry Riley, que no es menos transparente? A saber lo que piensa la gente.
-¿Dónde está la frontera entre la música y el arte sonoro? No vale responder que en los museos.
-Me tiraré a la piscina: puede parecer un tópico si digo que el arte sonoro está por hacer, pero ése es justamente el estado de la cuestión. Sí te puedo decir, al menos, que yo sé bien cuándo hago música y cuándo hago arte sonoro. De manera elemental podemos decir que el arte sonoro es el trabajo artístico que hace uso del sonido sin ser necesariamente música. Existe toda una tradición de poesía sonora, que es distinta de la música, desde los años 30 del siglo XX hasta la actualidad. El arte sonoro suele además atender a ciertas características, como la ocupación del espacio y la hibridación con otros medios y soportes. Aunque la diferencia fundamental entre la música y el arte sonoro es que éste necesita siempre el sonido, pero la música puede prescindir de él. No hay un arte sonoro sin sonido, pero sí una música sin sonido, como el famoso 4’ 33’’ de John Cage. El mismo Tom Johnson compone lo que él llama una música silenciosa, intocable, ante la que uno sólo puede imaginar cómo sonaría a través de la partitura. Y también Jimi Hendrix afirmaba que la música es lo que hay entre las notas.
-¿La música es entonces una construcción intelectual frente a la espontaneidad del sonido?
-No. Si escuchas las percusiones africanas de Steve Reich en obras como Drumming, lo que encuentras es una realidad ritual, emocional y social, no intelectual. Aunque sea necesario un proceso intelectual para su composición.
-¿Comparte la idea de que el arte sonoro conduce justo al instante anterior al Big Bang en que el sonido se convirtió en música?
-No, porque eso presupone que sonido y música son antagónicos. Pero el arte sonoro es amusical, no antimusical. No hay un momento antes ni un momento después. No todo el arte sonoro que se crea hoy día tiene que ver con la música, pero tampoco la niega. Apunta a otros horizontes, a otra sensibilidad, tal vez otra sentimentalidad. Elvis Presley proponía una sentimentalidad distinta a la de las tonadilleras que se escuchaban en España en los años 50, pero no se rompió nada, no hubo un antes y un después. Sólo una sentimentalidad nueva. Cuando hacía Ars Sonora me preguntaban si yo escuchaba aquella música en casa habitualmente, y yo respondía que hay un tiempo para todo, para escuchar a Elvis, a Steve Reich, el flamenco y la copla. Son sentimentalidades distintas y perfectamente nos puede apetecer escuchar algo distinto en momentos diferentes. Lo malo es el reduccionismo, escuchar siempre la misma música. Que es lo que abunda, por cierto.
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