"Vengo a Málaga a prestar un servicio público, aunque el Teatro del Soho sea privado"
Lluís Pasqual | Director del Teatro del Soho
El creador escénico, convocado por Antonio Banderas para gestionar su proyecto, da cuenta en esta entrevista de sus primeras impresiones respecto a Málaga y de sus expectativas
Málaga/Reciente aún el exitoso estreno de su montaje de Doña Francisquita en el Teatro de la Zarzuela (donde podrá verse hasta el 2 de junio con un reparto en el que figura el malagueño Antonio Torres), Lluís Pasqual (Reus, 1951) supervisa en Málaga las obras del Teatro del Soho, cuya inauguración está prevista para el 18 de octubre, pero hace un alto para atender a Málaga Hoy. Fundador en 1976 del Teatre Lliure que desde Barcelona ha ejercido de faro a la vanguardia de la escena europea (y que ha dirigido en varias etapas), Pasqual ha sido también responsable de instituciones como el Centro Dramático Nacional y el Teatro del Odeón de París. Sus montajes de obras de Shakespeare, Lorca, Beckett y Pinter, entre otros muchos, le han valido su condición de clásico imprescindible del teatro español en el último medio siglo. Desde que Antonio Banderasle invitara a dirigir su proyecto para Málaga, distribuido entre la sede del antiguo Teatro Alameda y la Escuela Superior de Artes Escénicas de Málaga (Esaem), Pasqual ha hecho de la ciudad su primera motivación. En esta entrevista apunta impresiones y expectativas al respecto.
-¿Podemos esperar un Lliure en el Teatro del Soho?
-Yo siempre me he dedicado al teatro como servicio público. Tengo 67 años y eso no va a cambiar. Cuando inauguramos el Lliure en el 76, lo que exigíamos era que la cultura se convirtiera en un servicio público igual que lo era el gas o la educación. Partíamos de esa base y de esa base parto yo ahora. Es verdad que hay una diferencia grande, y es que el Soho es un teatro privado, impulsado de manera personal por alguien a quien quiero desde hace muchos años y que despierta en mí, cuanto menos, una gran admiración por su decisión de invertir su dinero en un teatro para Málaga. Pero mi compromiso es el mismo. No cambia.
-¿Tuvo que aplicarse Antonio Banderas para convencerle?
-Tardó un poco. Yo necesito reinventarme continuamente, y sólo cuando me hube reinventado por completo le dije que sí. A ver, es evidente que hay una raíz, algo así como un sello propio: cuando Javier Solana me llamó para dirigir el Centro Dramático Nacional, lo que quería era reproducir en Madrid lo que se respiraba en el Lliure. Y cuando me llamaron del Odeon de París, lo que querían era reproducir lo que se respiraba en el María Guerrero, que era a su vez lo que se respiraba en el Lliure. Todo esto obedece a una manera de ser, luego el dinero vendrá a través de subvenciones, o de La Caixa, o de El Corte Inglés, pero eso da igual. Además, me gusta Málaga. Mi madre era de Almería y siempre he tenido una conexión muy grande con Andalucía. Por eso me gusta mucho el flamenco, que por cierto no le gustaba a mi madre. Soy consciente de que no es lo mismo un andaluz de Cádiz que un andaluz de Córdoba, pero yo en Málaga siento un vínculo directo con mi ADN, tal vez por la manera de entender el mundo, o por la gastronomía, por tantas cosas.
-¿Admitiría usted alguna comparación con la Barcelona en la que nació el Teatre Lliure?
-Málaga es una ciudad en expansión, y eso la conecta con aquella Barcelona, pero con una gran diferencia: el Lliure nació en un contexto determinado y yo tuve allí la suerte de crecer con el público. Por aquel entonces, todos empujábamos en la misma dirección porque teníamos que quitarnos la caspa y el polvo del franquismo. Y la situación ahora, claro, es distinta. Eso sí, con respecto a Málaga tengo la impresión de que empieza al fin a sacudirse sus complejos respecto a Sevilla u otras ciudades. No me he encontrado a nadie que no se refiera a nuestro teatro como un proyecto ilusionante. Es como si la gente lo necesitara. Y en los principios del Lliure la ilusión tuvo mucho que ver. Luego, todo esto llegará a donde llegue, pero que de entrada contemos con la ilusión de la gente es muy importante.
-Es revelador que hable de complejos respecto a Málaga.
-Es que durante mucho tiempo he escuchado que en Málaga no se hace nada, y no es verdad. La oferta cultural es enorme. Ayer mismo estuve en el Museo Picasso, y no todos los que estaban se habían bajado del crucero. Percibo ganas de que se produzca aquí algo más que bares y restaurantes. Me subió mucho la adrenalina mi primera visita a la Esaem. Encontrarme allí a seiscientos alumnos de teatro, música, danza y canto, lo mismo de doce que de veinte años, con la misma ilusión que tenía yo cuando empecé en esto, me impactó. Una ciudad no puede desaprovechar este capital. Por mi parte, tengo la ocasión idónea para reinventarme y poner en marcha un teatro. Así que aquí estoy.
-¿No le produce reparo la fama de Málaga como ciudad difícil para llevar a la gente al teatro?
-Cuando estuve en el Odeón tenía un gráfico en la pared con un mapa de Europa y las diferentes temperaturas medias de las ciudades. Pues bien, cada grado más de temperatura se traducía en mil abonados menos en los teatros. Es una ley bastante fiable y explica lo que pasa en Málaga. Si vives en Hamburgo, no sabes si el 7 de febrero te apetecerá ver Hamlet o no. Pero lo que sí es seguro es que hará frío y que te tendrás que meter en algún sitio. El gran antagonista, que no enemigo, del teatro en Málaga es el clima. Cuesta más meter a la gente en una sala que en Bilbao. Soy muy consciente de ello, pero también pienso que en estos momentos en que parece que lo tenemos todo, que todo se nos ofrece en las pantallas, se da la evidencia de que el teatro no te lo puedes descargar. Y que a la gente le sigue gustando que le sorprendan. El público está ahora más familiarizado con los intérpretes, seguramente porque los ven más por televisión, y podemos aprovecharnos de eso. Lo mismo pasa con la música: ahora la gente joven escucha a todas horas la música que le apetece, y por eso me parece muy significativo inaugurar el teatro con un musical como A Chorus Line. Pero si ofreces algo al público que le haga salir de sus esquemas, incluso de su zona de confort, estoy convencido de que va a haber una respuesta positiva. Cuando tenía 25 años pensaba que el teatro podía cambiar el mundo; ahora no lo creo, pero sí pienso que durante una hora y media o dos horas de función puedo hacer feliz a alguien. Y me conformo con eso.
-De manera general, ¿le ha aclarado la experiencia qué va a buscar el público a un teatro?
-El arte tiene una función tradicional de denuncia, de ofrecer a la sociedad otra imagen de sí misma. Pero hoy debe asumir otra responsabilidad: acompañar a la gente. La gente está muy sola, aunque parezca que vive acompañada. El gran problema de nuestra sociedad es la soledad. Y en el teatro la gente se siente menos sola. Nadie va solo al teatro, aunque sí vaya solo al cine. Las emociones, la risa y el llanto, se contagian. El teatro es un refugio contra la soledad y además recupera un bien necesario y a la vez muy devaluado: el silencio. Es muy difícil encontrar hoy un sitio donde la gente se calle y escuche a los demás, y el teatro es uno de ellos. Ofrece esa garantía. A nadie se le ocurre ponerse en pie para responder al actor mientras dura la función. Y eso recogimiento que entraña el pararse a escuchar, en silencio, se ha convertido en un valor reclamado por cada vez más gente.
-Planteaba usted un plazo de cinco años para lograr la consolidación del Teatro del Soho. ¿Sigue contemplando ese margen?
-Sí. Ojalá fuesen menos, pero necesitamos un plazo así para probar. Nadie espera nada en concreto del Teatro del Soho, pero mi trabajo como gestor consiste en adivinar lo que el público quiere sin que necesariamente sea consciente de que lo quiere. Es importante incorporar lo que pasa en el mundo. El movimiento feminista, por ejemplo, nos ofrece un contexto muy interesante desde el que proponer cosas. En los últimos años se ha desarrollado mucho el teatro de carácter documental, y bien, habrá que ver si podríamos hacer algo con esto. Hay muchas fuentes a las que podemos acudir y necesitamos tiempo para probarlas.
-¿Y cómo le gustaría ver el teatro pasados esos cinco años?
-Me gustaría que el Soho fuera un sitio al que la gente va, sin más. Es verdad que al final un teatro es un sitio al que acude un público para comprar sus entradas y ver un espectáculo. Pero durante mucho tiempo la gente acudió al Lliure para encontrar algo más. Y tengo la esperanza de que ahora suceda lo mismo. De que la gente sienta que lo que sucede en el escenario le atañe. Pero eso no se consigue en un mes, ni en un año. No renunciamos a una vocación nacional e internacional, pero presentamos el teatro como un hecho ciudadano. Así ha sido desde sus orígenes, y así debe seguir siendo.
-Además de hacerse cargo de la gestión, ¿dirigirá usted aquí sus propios espectáculos?
-Por supuesto. Si no, no habría accedido a venir. En correspondencia con mi condición de Géminis, tengo una parte muy artística y otra muy centrada en la gestión. Al contrario que para muchos compañeros, lo administrativo no me estorba. Lo disfruto. Es más, me gusta tanto producir un espectáculo de otro como hacerlo yo. Eso sí, por supuesto, si tuviera que escoger entre la gestión y la dirección escénica me quedaría con la segunda, seguro. Si me dedico a la gestión es porque la asumo como un camino para llegar a lo artístico. De todas formas, me interesa ahora mucho la formación, la transmisión del conocimiento. En el teatro, como en muchos sitios, sólo puedes crecer a partir de lo que otros han hecho antes; por eso me parece tan importante compartir lo que conocemos quienes ya somos veteranos en esto. Estando en la Esaem, independientemente de los profesores, me vinieron a la cabeza los nombres de al menos diez personas que podrían enseñar y compartir cosas allí. Por eso la formación va a tener un protagonismo fundamental en el Teatro del Soho. A mi edad ya sólo me importan los árboles y los zagales.
-¿Una de esas diez personas es Núria Espert?
-Sí. La dirigí por primera vez con 26 años y yo estaba, como correspondía, muerto de miedo. Recuerdo que entonces se me acercó un día y me dijo: “Tienes mucho talento, y me sabe mal, pero tendrías que buscarte la vida en otro sitio, porque el teatro se va a acabar”. Afortunadamente, el teatro no sólo no se ha acabado sino que sigue siendo muy necesario. Y de hecho Espert es un ejemplo vivo de lo que el teatro es capaz de suscitar en la gente. Cuando vas al teatro y adquieres cierta emoción, comprendes que eso únicamente pasa en el teatro. No en cualquier otro sitio. Por eso dice Peter Brook que el teatro puede permitirse cualquier cosa menos aburrir. Si te duermes en el cine, a Brad Pitt le da igual. Si te duermes en el teatro, el actor se da cuenta enseguida. Núria Espert actúa igual que lo hacía, según dicen, Laurence Olivier: haciendo sentir a cada espectador que trabaja únicamente para él. Imagina todo lo que puede aportar.
-¿Y qué posibilidades baraja para dirigir sus obras en el Soho?
-Estamos trabajando en la programación.
-¿Shakespeare?
-¿Te sorprendería que hiciera un Shakespeare?
-No.
-Eso es. Pero lo que yo quiero es sorprender. La verdad es que me apetece hacer cosas con música. Y música de aquí.
-Si se refiere al flamenco, eso lo ha hecho también antes.
-Sí, pero lo he hecho poco. He hecho más Shakespeare. No haría aquí un Shakespeare para empezar porque así no sorprendería a nadie. Y necesito sorprender.
-Un actor malagueño que ha trabajado con usted empleó el término transfiguración para describirme su manera de dirigir los intérpretes. ¿Exageraba?
-Los que no dedicamos a esto estamos enfermos. Lo hacemos porque algo nos falla. Lo que más me gusta de mi trabajo es disfrazarme. No es lo mismo hacer un Lorca que un Shakespeare, un Koltès o un Beckett. Pero me encanta disfrazarme de Lorca o de Beckett y preguntarme ahí por qué este autor escribe lo que escribe. Cuando empiezo a respirar con el autor, me oriento. En la calle me pierdo fácilmente, pero en una sala de teatro me oriento sin problemas justamente porque no hay límites. O sí, hay uno: la infelicidad.
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