Luto por la Málaga cantaora

La desaparición de El Tiriri y de Pepito Vargas señala el fin de una manera de hacer y vivir el flamenco: la que nació en los corralones y a duras penas

Pepito Vargas, en la Plaza de la Constitución, en una imagen de 2008.
Pablo Bujalance Málaga

03 de marzo 2015 - 05:00

En una entrevista concedida a este periódico en septiembre de 2008, cuando acababa de anunciar su retirada de los escenarios, el bailaor Pepito Vargas afirmaba que lo que se aceptaba hoy comúnmente como baile flamenco no era tal: "No es que no me guste, es que no es flamenco. Se baila otra cosa. El flamenco no tiene tantas vueltas, ni tantas florituras, ni tanto llevar los brazos arriba. Tiene las figuras que le corresponden. Flamenco es lo que bailaba Antonio, con el que compartí escenario muchas veces". Y por esta convicción decidió seguir impartiendo clases en la Escuela Municipal de Flamenco: para preservar algo que creía irremediablemente perdido. En aquella misma entrevista, el artista se lamentaba del desamparo al que se veían sometidos los flamencos malagueños: "En Sevilla cogen a cualquiera que cante o baile un poquito y se le promociona enseguida; aquí no. Y yo soy malagueño y perchelero antes que nada, que conste". Al año siguiente, con un retraso considerable, la Bienal Málaga en Flamenco prodigó a Pepito Vargas su más que merecido homenaje. Pero lo justo es admitir que el bailaor, fallecido el pasado domingo poco después de celebrar su 76 cumpleaños, no se ha despedido de este mundo como habría merecido hacerlo uno de los bailaores más reconocidos y aclamados del último medio siglo, admirado por Camarón y Lola Flores, cómplice de Pastora Imperio y Miguel de los Reyes. Quiso el destino que su ascensión celeste se produjese sólo pocos días después de la de El Tiriri, con quien compartió por igual glorias y fatigas. Con la muerte de ambos termina también una manera única de vivir y hacer el flamenco, la que nació en los corralones, en los años de la hambre, y que se tradujo en una irrepetible asunción del genio. Sólo La Cañeta, José Salazar, Carrete y La Quica quedan para atestiguarlo. Lo que vino después, como advirtió el propio Vargas, era ya, sin remedio, otra cosa.

El pintor Eugenio Chicano, fundador de la Peña Juan Breva, se expresa al respecto de manera tajante: "Esta gente se ha muerto sola. Hecha pedazos. No hay derecho". No comparte, sin embargo, la idea de un fin de la Málaga cantaora, "porque la Málaga cantaora fue anterior a la Guerra Civil. La Málaga de Pepito y El Tiriri era la del hambre, la marginación, la de los corralones donde estos artistas empezaron y trabajaron hasta que acertaron a organizarse en tablaos como El Refugio, donde por dos pesetas te daban media botella de vino blanco con una pajita". En el mismo sepelio de Pepito Vargas, La Cañeta recordó a Chicano "cierta ocasión en que fueron invitados a actuar en Algeciras. Y allí fueron todos, Pepito, La Repompa y La Cañeta. Pero fueron andando. De vez en cuando alguien se ofrecía a llevarlos en coche un rato, pero nada más. Cuando llegaron tenían los pies destrozados, y aun así bailaron y cantaron toda la noche". Pero si algo les unía a todos era su pasión autodidacta: "Obedecían a sus intuiciones. Pepito decía siempre que cuando entró en el ballet de Pastora aprendió algunas cosas, pero nada más. Todo era, digamos, muy desgraciado, no había un guía que pudiera indicarles por dónde ir. Más tarde, Miguel de los Reyes tiró de algunos, como el mismo Pepito, y cuando La Taberna Flamenca vino a darles estabilidad ya llevaban muchos años en los suyo, aprendiendo a base de hambre y zapatazos". Chicano da la razón a Vargas a la hora de explicar la desatención que estas figuras vivieron en los últimos años, apeados de los escenarios mucho antes de su retirada formal: "Sencillamente, aquel flamenco ya no le interesa a nadie. Hoy el flamenco es otra cosa, un espectáculo. Pero nadie entra hoy a un sitio a ver a un gitano cantando dos horas sentado en una silla, y menos pagando. En Málaga no hay afición, ni ganas de entender en qué consiste eso, si está bien o mal, y una cultura flamenca no se adquiere en dos días. Eso explica que ni siquiera haya un tablao flamenco hoy día".

El actor, director y profesor Jacinto Esteban, muy ligado también al género y director de la Escuela Municipal de Flamenco, Dramaturgia y Folclore, coincide con Eugenio Chicano en su dictamen, aunque matiza: "El flamenco continuará para los restos, lo que sucede es que los maestros desaparecen. Ahora bien, el problema por el que el flamenco termina devaluándose, convirtiéndose en otra cosa, no reside tanto en los artistas, que sigue habiéndolos, y muy buenos; el problema está en la organización del sector, en los mecanismos de promoción y en cierta influencia política. Actualmente, un cantaor bien formado, que es aficionado desde niño, tiene que echar mano de otras cosas distintas del flamenco, como la copla, si quiere mantener su carrera. Ahí está el caso de Miguel Poveda. Los que se dedican a hacer flamenco puro apenas sobreviven. Y a quienes intentamos echar una mano, otros, a veces, ni nos dejan". La memoria ligada al cante y al baile es mucha. Extinguida y yerma.

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