Málaga: una historia de ciencia-ficción
Editoriales, asociaciones, tertulias, escritores y tiendas han alentado en los últimos años la afición al genero en la ciudad, una corriente aún seminal pero prometedora y dotada de su propia tradición
Entre toda la avalancha de actividades celebradas hace una semana en la Noche en Blanco, el Centro Andaluz de las Letras acogió una mesa redonda que, no por desapercibida entre el gentío general, resultó menos reveladora. Bajo el lema Star Word se abordó el asunto de la literatura de ciencia-ficción (dado que la Noche en Blanco estaba dedicada a las estrellas, la ocasión la pintaban calva) desde una perspectiva local, asunto que puede parecer bizarro y descabellado pero que, tal y como quedó demostrado, tiene mucha tela que cortar. Entre el público congregado, alguien llamó la atención sobre el particular: "Hace unos años ni siquiera podíamos soñar con que el Centro Andaluz de las Letras dedicara una sesión a la ciencia-ficción". Y es que, por más que escritores de primera fila como Gonzalo Torrente Ballester, Eduardo Mendoza, Rosa Montero y Enrique Vila-Matas hayan cultivado el género de manera más o menos directa en el último medio siglo, todavía la sola mención del mismo conduce directamente a la idea de margen y extrarradio. Pero, como sucede con cualquier género que se precie, aunque seguramente con un extra de fidelización, es habitual que la ciencia-ficción se convierta en fenómeno a compartir a través de encuentros de aficionados; y es aquí donde Málaga está experimentando en el presente un interesante movimiento cultural que la convierte en territorio propicio a la ciencia-ficción, a través de la aparición de nuevas editoriales, tertulias, asociaciones, escritores, comercios y demás agentes. Sucede además que esta corriente, aún seminal pero altamente prometedora, reivindica su propia tradición; y es que la ciencia-ficción literaria no ha sido una cuestión ajena en Málaga ya incluso desde la primera definición del género, por más que la crítica y la historiografía hayan mirado para otro lado. De todo ello se habló en Star Word y cabe extraer algunas conclusiones al respecto.
De entrada, resulta complejo alcanzar un pacto sobre la propia definición de la ciencia-ficción, pero posiblemente el imaginario colectivo ha hecho ya este trabajo, si bien todo se desliza más entre fronteras que entre conceptos académicos asentados. Hace dos años abrió en el Soho Hombrecillos Verdes, una humilde librería consagrada a la ciencia-ficción y otros paisajes fantásticos que prestaba especial atención al sector del libro usado, predilecto entre los seguidores del asunto. Con el tiempo, Hombrecillos Verdes se concentró en el mercado digital pero sus fundadores, Pilar Márquez y José María Soret, pusieron en marcha un proyecto aún más ambicioso: la editorial El Transbordador, sello que aspira a concentrar toda una convergencia de la ciencia-ficción nacional. Su catálogo ha permitido descubrir a los legos en la materia a escritores como Juan Antonio Fernández Madrigal, nacido en Córdoba en 1970, profesor e investigador de robótica en la Universidad de Málaga y autor de una ya abundante bibliografía que le ha valido en varias ocasiones el puesto finalista en los premios Ignotus, el galardón más prestigioso de la ciencia-ficción en España. El Transbordador publicó hace sólo unas semanas la última novela de Fernández Madrigal, El tapiz invisible, una aproximación en parte deudora del Dune de Frank Herbert a la trascendencia del medio ambiente como elemento proyectado en sus habitantes. También el escritor malagueño Santi Fernández Patón, ganador del Premio Lengua de Trapo con su novela Grietas, publicará una distopía después del verano con Mitad Doble ediciones. Otra editorial malagueña de reciente cuño, GasMask, fundada el año pasado y dedicada al ensayo sobre el cine y la literatura fantástica, acaba de publicar El caminante de Providence, detallada aproximación biográfica a H. P. Lovecraft (a quien no pocos críticos y exégetas vinculan con la ciencia-ficción por derecho, y no sin razón) escrita por Roberto García Álvarez (y presentada el pasado viernes en En Portada, la librería de la calle Nosquera).
Más allá de la actividad editorial, Pilar Márquez y Jordi Soret están detrás de la nueva Tertulia Malagueña de Ciencia Ficción (TerMal), un proyecto que acaba de dar sus primeros pasos y que reúne con periodicidad mensual a aficionados y expertos del género en diferentes enclaves del Soho. Quien crea que en estos encuentros se discute únicamente sobre sables de luz y demás merchandising se equivoca: entre las materias puestas en juego por sus participantes conviven sin tapujos la navegación marítima, la metalingüística, la física cuántica, la política y cualquier literatura. Mientras las TerMal siguen adelante, algunos de sus promotores trabajan en la constitución de una Asociación de Ciencia-Ficción en Málaga, proyecto impulsado por el coleccionista, experto, colaborador en diversos certámenes literarios y cinematográficos y divulgador incansable José Miguel Martín. Los pasos dados hasta el momento, en tan breve plazo, parecen ir abocados a la consecución de un órgano que confiera visibilidad y margen de acción para la organización de nuevas actividades a sus miembros. En parte, Málaga se beneficia de que la ciencia-ficción, en un mundo lleno de inseguridades, vuelve a estar de moda, y todo apunta a que podría volver a estarlo con la enjundia de que disfrutó en la Guerra Fría. El éxito de escritores contemporáneos como Kim Stanley Robinson y la entrega a la causa de autores en lengua española tan exigentes como Edmundo Paz Soldán confirman que la puerta vuelve a estar abierta.
Pero que se hable ahora de ciencia-ficción en Málaga no significa, que el género haya sido una cuestión extraña hasta ahora. Ni mucho menos. El mismo Festival de Cine Fantástico que organiza la Universidad de Málaga, aunque inclinado en los últimos años, quizá en demasía, a los títulos de terror, prodigó en su momento argumentos para el crecimiento de la afición a la ciencia-ficción en la ciudad, con numerosos puentes brindados a la narrativa gracias a la presentación de libros y ediciones exclusivas; en la provincia, la Semana Internacional de Cine Fantástico de Estepona ha ejercido una influencia similar con la presencia añadida de luminarias como Colin Arthur y Alejandro Jodorowsky. Pero la literatura de ciencia-ficción, que tradicionalmente ha seguido un camino propio aunque salpicado de injerencias cinematográficas, tiene en Málaga sus padres legítimos, con nombres y apellidos, y el mismo José Miguel Martín se encargó de evocarlos en la sesión de Star Word de la semana pasada. Quizá la referencia fundamental es Eduardo Texeira, nacido en La Línea de la Concepción en 1921 pero trasladado con su familia antes de cumplir un año a Málaga, la ciudad en la que siempre residió y en la que falleció en 1990. Periodista de oficio (ejerció en el diario Sur desde los 14 años hasta su jubilación en 1984), cultivó diversos géneros literarios aunque gozó de especial éxito y reconocimiento como escritor de ciencia-ficción popular, si bien sólo publicó cuatro novelas: El pueblo oculto de Kon-Tiki (1957), Extraños en la luna (1957), Los habitantes del astro sintético (1958) y La isla de otro mundo (1959), ampliamente distribuidas en las viejas colecciones de bolsilibros y deudoras tanto de la imaginación de Edgar Rice Burroughs como del ánimo de afección histórica de H. G. Wells. Anterior es la figura de Carlos Mendizábal (Zaragoza, 1864 - Málaga, 1949), militar, ingeniero, inventor y escritor, una suerte de Nikola Tesla ibérico entre cuyos logros se encontraba el cinisófoto, artilugio que mejoraba la calidad de proyección de películas en salas de cine y cuyos prototipos fueron probados con éxito en París y Berlín. Mendizábal, creador de uno de los sindicatos de patentes más importantes de la historia de la aviación española, fue destinado a Andalucía por el Ejército para erradicar el contrabando en 1926; y, aunque su gestión resultó un fracaso, quedó adoptado para la posteridad como andaluz y malagueño. Entre su obra literaria destaca Elois y Morlocks, secuela apócrifa de La máquina del tiempo de H. G. Wells publicada en Barcelona en 1909 con el seudónimo Dr. Lázaro Clendábims. Por lo demás, cabe recordar que el escritor finlandés Aarne Haapakoski, alias Outsider, creador de novelas pulp protagonizadas con gran éxito por el robot Atorox, falleció en 1961 en Torremolinos y está enterrado en el Cementerio Inglés. Y tampoco resulta baladí señalar que J. G. Ballard ambientó en una Costa del Sol entregada a los brazos del narcotráfico una de sus distopías más alarmantes, Noches de cocaína (1996). Mucho antes, hasta Ángel Caffarena había publicado una colección de relatos de ciencia-ficción con ilustraciones de Enrique Brinkmann. La ciencia-ficción no es, por tanto, un extraño entre nosotros. El viaje continúa.
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