Manuel Alcántara: un poeta columnista que boxea día a día frente a las palabras

Muere Manuel Alcántara

'Málaga Hoy' recupera la última entrevista concedida por Manuel Alcántara, recogida por Carlos Moncada en su libro 'Malagueños singulares', publicado en 2018 por la Fundación Málaga

Manuel Alcántara, en una imagen de 2017-
Manuel Alcántara, en una imagen de 2017- / Jorge Zapata / Efe
Carlos Moncada

17 de abril 2019 - 14:42

Málaga/Junto al honor de ser doctor honoris causa por la Universi­dad de Málaga, Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, Medalla de Andalucía, Hijo Predilecto de Málaga, Hijo Predilecto de la Provincia de Málaga e Hijo Adoptivo del Rincón de la Victoria, localidad en la que re­side, entre otros méritos, Manuel Alcántara también su nombre da título a un premio de periodismo y a otro de poesía. En 2007 nació una fundación encargada de difundir y reeditar su densa obra.

No siempre hay que morir para llegar a recibir el grato reco­nocimiento social póstumo que al fin aprecia tu loable labor y entrega de amor hacia un elegido oficio.

Alcántara, poeta, articulista y narrador de sensaciones, degus­ta sabores dulces que acaricia en vida entre multitud de justos aplausos a tan lúcido y elaborado trabajo. Reflejos de un espí­ritu elástico gracias a una mente nacida para comunicar.

Este genuino Tarzán de las palabras mueve día a día sus columnas de liana en liana. Disciplinado, inventa sus percepciones en cada batalla diaria alimentando su cotidiana visión con la suficiente habilidad para opinar, sin juzgar, bajo el fondo de una envidiable y certera pluma descriptiva.

En virtud a sus dotes y digno acreedor de tantos merecidos reconocimientos de índole académica y social, Manuel Alcántara ha resuelto incontables aconteceres desde la humildad del narrador con magistral desenvoltura poética, audacia articulista y perfecta solvencia. Nadie le ha regalado nada.

Cita con Manuel Alcántara, decano de los columnistas en activo de este país, en el restaurante casi anexo a su Fundación y que con frecuencia visita tantos mediodías.

Don Manuel, buenas tardes. ¿Le pongo lo de siempre?

Acogida cordial en voz de quien le atiende con asiduidad en su refugio de avituallamiento digestivo antes de irse a casa a escribir la columna, fresca y siempre al día, que escribe desde hace años sin faltar a la cita de producción previa en su singular cocina.

"¡Su Dry Martini, don Manuel!". Le conocen bien. Tras un biombo con otras licencias placenteras, inicio con don Manuel el deseo de desnudar esencias de su alma. "No me llames don Manuel", responde con firmeza. "Si hay mucho desnivel de edad o de trato me llaman Manuel, pero a mí me parece ridículo que entre escritores o periodistas utilicemos el don", afirma con rotundidad.

Al personaje Alcántara y al entrevistador les une una similar afición, el gintonic fresquito que ambos saborean mientras escriben. El hecho sin palabras, a veces, también entra en casa.

Ya sin don, le confieso a Manuel que por lealtad deberíamos estar patrocinados por una concreta marca de ginebra, entre tantos otros adeptos a este sorbete de larga duración en tan saludable prolongación de la "prórroga", como tilda Alcántara su presencia vital a estas alturas del partido.

-Manuel Alcántara nace en Málaga en 1928, ¿para ya dedicarse a escribir?

-Bueno, en Málaga, seguro. Lo del 28… Tengo que confesar que nunca me he quitado años, es un imposible metafísico quitárselos, pero conozco a queridos escritores amigos míos que han ocultado siempre su fecha de nacimiento. Hasta Vicente Aleixandre, Premio Nobel y un caballero intachable, no mentía (risas), aunque parece que se restaba un año, una cosa cómica. Era por querer pertenecer a una generación y publicar un libro en esa época, la coquetería hay que admitírsela a cualquier persona que proyecta.

-¿Te sientes malagueño de pura cepa?

Esa es de las pocas cosas que tengo claras. Yo pertenezco a esta tierra. Decidí a los cincuenta años vivir ya en mi tierra. Conservo mi casa y el cariño de Madrid, mi mujer era de Madrid, mi única hija es de Madrid. A mi hija la bautizamos en el Paseo de la Florida, frente a la Ermita de Goya, y mi nieta Marina fue bautizada en Zamarrilla. Yo tengo la teoría de que no sólo se es de donde se nace, sino de donde se vive y, probablemente, de donde se muere.

A mí me extraña ser de un solo sitio. Todos los hombres somos Roma, de la cultura occidental. Yo soy de todos los sitios en donde he estado. Viví el apartheid en Ciudad del Cabo en tiempos de Mandela en la cárcel. Entré en un tranvía que ponía, hasta en los bancos de la estación, "prohibido para negros", una cosa escalofriante. Defendían que era una zona salvaje hasta que hicieron grandes ciudades. Johannesburgo tenía en aquella época quince mil piscinas. Desde el avión se veían como pastillas. El hombre blanco decía: "eso se debe a nosotros, esto era selva". Pero hay una cosa que se llama geopolítica. Y estaban en la tierra de ellos.

La esencia del mundo es cambiante. Hay cambios interiores, pero el mundo no se está quieto nunca. Ahora en España estamos intentando con mucho cuidado que no se rompan unas cosas que nos salieron bien, como la transición, que arregló muchas historias. De momento, vinieron todos los periodistas del mundo para ver cómo los españoles se volvían a matar mutuamente. Y quedaban un tanto decepcionados, sorprendidos. Pero ¿qué pasa? Típico de nuestro país. Y yo lo rastreo mucho en la literatura, en la poesía… Bárbaros españoles inhumanos, decasílabos que se han hecho famosos en puertas del Siglo de Oro.

En qué consiste la fama del español. En haber sido capaz de conquistar un mundo, pero también de no haber sido hábil para administrarlo bien. España, como enigma histórico, sigue presente. He llegado a conocer a muchos integrantes de la Generación del 27, aunque no pude llegar a conocer a Antonio Machado ni a Lorca porque precipitaron su marcha. Todos los amigos de Lorca que he conocido me han comentado que era una criatura luminosa y alegre llena de invención y ocurrencia. Pertenezco a esa generación. Resistiendo. Yo siempre digo que estoy jugando la prórroga.

-¿Cuándo te diste cuenta de que naciste poeta y escritor?

-En el colegio, quizá. Tengo una incapacidad absoluta para las matemáticas. En el colegio, muchos de los reverendos padres agustinos eran ágrafos. Desde entonces, el ejercicio de la redacción era una cosa primitiva. Recuerdo que había que rellenar un folio sobre la lluvia y había a quien no se le ocurría más que escribir que la lluvia moja, pero había que escribir un folio. Y yo hacía tres ejercicios de redacción sobre la lluvia y los cambiaba por ejercicios de matemáticas.

Como toda vocación, te haces la ilusión de que procede de una capacidad, de una intención. En periodismo hay que ser obediente. En principio, la vocación depende de una cierta o presunta aptitud.

-El mundo es cambiante, reseñabas. El ser humano, ¿también?

-Absolutamente. Cambiamos en todo. Es muy ridículo, sobre todo en política. No quiero justificar a los tránsfugas, pero es muy curioso que alguien siga pensando estrictamente lo mismo que cavilaba hace cuarenta años. Hay convicciones que han de mantenerse, aunque también la vida es pura evolución. Variamos según lo que nos dan a escoger. Yo creo en la lealtad interior, no en la especie. Refrendo eso de que Dios nos ha dado el divino don de la palabra para poder ocultar nuestros pensamientos. Esto, actualmente, lo llevan a rajatabla muchos políticos.

Yo ahora prefiero hablar de cosas intemporales, de la poesía o del amor, que es la base de todo, sin restringirlo al amor de pareja, sino a lo que el poeta llamó general amor por cuanto nace. Yo creo que si no hubiera aparecido la figura de Jesús de Nazaret, todavía estaríamos mordiéndonos unos a otros. No significa que sea partidario de los intermediarios, quienes han desvirtuado tantas figuras.

Me acuerdo precisamente de nuestro amigo Teodoro León Gross. Es una de las personas por las que siento mayor gratitud, de los que han hecho más cosas por mí desinteresadamente, desde que apareció en Madrid y escribió un libro sobre mí cuando él era estudiante. Hay que ser agradecido.

-Te quiere mucha gente. Y eso, ¿por algo será?

-Me hago la ilusión. Al menos, en mi paso por la vida no he hecho daño consciente a nadie. Si yo tuviera una varita mágica en la mesita de noche para decidir quién quiero que se muera, ni siquiera la tocaría simplemente para un dolor de muelas. El rencor es todo y no se puede almacenar, hay que amanecer nuevo cada día. Cuida de este día, maravilloso eslogan, a ver qué hago yo con este día. A ver si soy digno de ver amanecer, de tomarme una copa y ver lentamente cómo atardece sobre el mar.

El mar me produce un estado de hipnosis. No son altos pensamientos. La actualidad se pierde rápidamente. José Antonio Griñán, al dimitir como presidente de la Junta de Andalucía, citó a Juan Ramón Jiménez: "yo me iré y seguirán los pájaros cantando". Un político gana muchos puntos al decir eso.

"No le temo a la muerte, sí al sufrimiento"

-Resulta chocante tu alta sensibilidad frente a frente con el boxeo.

-Eso es freudiano, porque viene de la infancia. En la casa del barrio de la Victoria donde yo vivía, en las Lagunillas que ya han destrozado, había junto a mi casa un solar donde boxeaban. Cuando daba la lata en casa me decían: "¡niño, vete con los boxeadores!". Desde entonces se me ha quedado para siempre, incluso ese particular olor a resina. En la Ilíada aparece un combate de boxeo.

-Por tanto y por ello, no es incompatible…

-Al boxeo en tiempos de la Ilíada se le llamaba pancracio. Los guantes no eran para proteger las caras del contrario. No, la cara, que la quite si puede, pero los guantes estaban hechos para que no se rompieran los metacarpianos de los pegadores. Era un deporte de esclavos y, ahora, sigue siéndolo, pero ya de esclavos multimillonarios. Los grandes campeones eran mucho más ricos que cualquier Ronaldo de hoy día. En un solo combate, un acreditado boxeador, en una sola noche si salva su vida sin que se trate de machacar, gana más dinero que nadie. A cualquier ser humano le apasiona ver a otro ser humano en una situación límite, siempre que esa situación sea voluntaria.

Odio la guerra, la sufrí en calidad de inocente. Viví toda mi infancia con bombardeos desde por la mañana, cuando no te despertaban por la noche. Cogí la época buena del boxeo. El cubano Pepe Legrá me llama siempre que viene a Málaga para vernos. Simpatiquísimo. Pedrito Carrasco era muy amigo mío, y a Velázquez me lo encontré conduciendo un taxi. O el triste final de Galiano, de quien me cuentan que vivió el final de sus días en un coche abandonado habiendo ganado muchos millones en Buenos Aires triunfando en veinte de veintidós combates, con dos nulos.

Notorio reconocimiento merecen sus crónicas sobre aquellos históricos combates de boxeo cuando esta disciplina gozaba de mayor visibilidad mediática. Dueño de magistrales reseñas pugilísticas con relatos hilados sobre el tejido de la sensibilidad, algo impensable en razón a tan cruenta temática, ofreció distinto sentido informativo a un deporte que no sólo debía conocerse por algunas trágicas historias de vidas muertas sobre una simple lona.

A los boxeadores les afecta el mal final, pero son personas nobles. En general, no son personas que les guste desde chico pegarse, eso es mentira. He conocido a boxeadores muy modestos y bien educados, aunque también conocía a algunos boxeadores belicosos que desahogaban en el ring lo que detenían sus instintos naturales. Es muy complicado hablar del boxeo, es un deporte con cierta crueldad, aunque el único deporte en el que se saludan antes y se abrazan después de un combate. Antes de que el árbitro diga el veredicto, se abrazan. Son deportistas con difícil defensa. Tengo datos de gente muerta en el cuadrilátero. Las últimas estadísticas contrastadas cifran en casi quinientos los muertos en un combate. Las reglas del boxeo se las inventa el Marqués de Quilberry, el padre del niño que era amante de Oscar Wilde, en aquellas riñas de marineros en el Támesis a puño desnudo. Cada uno apostaba por el marinero más bruto o bestia de su barco.

Descubrió y nos enseñó a entender que ahí sucedía algo más que un mero combate sobrecogedor, incluso a veces, con triste final infeliz. Dos de sus allegados amigos, Teodoro León Gross y Agustín Rivera, quisieron compilar sus hazañas literarias en un libro: Manuel Alcántara. La edad de oro del boxeo. 15 asaltos de leyenda. Aún reacio a entender o ser profano desconocedor de estas lides, es de obligada atención distinguir su visión sobre el boxeo en un formato periodístico pionero, único.

Acumula prestigiosos premios periodísticos y numerosas distinciones. Con una singular capacidad para imaginar, el perspicaz y ágil de mente Alcántara firma a diario una sutil narración de historias bajo su singular prisma ofreciendo luz clara al lector día a día y sin remilgos.

Notifica sensaciones para él relevantes sin nunca dogmatizar. Huye de la sentencia, sólo propone. Simplemente dibuja por escrito sus apreciaciones, viendo algo más del hecho en sí. Jamás generaliza, la excepción confirma la regla. Es el columnista que lega un elenco de recursos para que aprendamos cómo se hace una columna de opinión fresca a diario con un respetuoso mensaje jugoso. Invalida por costumbre la hipótesis sobre la estricta interpretación de la norma aceptada, ejemplifica la aversión hacia lo pueril. Franco y recto en su visión de evidencias razonables, a diario nos invita a reflexionar con argumentos imparciales sin caprichos ni prejuicios. Desnuda cualidades extraordinarias que le encumbran a un estatus especial dentro del oficio y ante una sociedad exigente y crítica. Pero también guarda a su nieta monedas de dos euros en huchas de lata.

"La envidia es el único pecado al que yo no le consigo la penitencia"

-Existe un profundo descontento generalizado, lógico y justo parece, ¿no?

-Es lógico lo que está ocurriendo ahora. La gente cita que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y eso no lo dijo Jorge Manrique. No se pueden hacer citas parciales. ¡Qué equivocados estamos! «Basta que cualquier tiempo pasado nos parezca mejor», dijo el poeta. ¿Tan equivocados estamos que sentimos la nostalgia del pasado? De la urgencia del periodismo diario intento estar atento hasta que me encuentro con mi vieja hispano-Olivetti a la que siempre le falta alguna tecla.

Lo que está pasando en España es que no encuentras temas agradables. A mí no me gusta ser fiscal de nadie, pero es que resulta dramático que hasta todos los partidos tengan cosas que ocultar. Hay una cosa peor todavía. Y es que la escoba con la que queremos limpiar está ya llena de barro. Cuidado, que los limpiadores lo pueden poner todo más sucio todavía. Eso es lo que está pasando. Todos los periódicos comparan los chanchullos del PP con los ERE del PSOE. Entonces, ¿con qué cartas se queda cada uno? Cuando se duda con qué carta quedarse, hay que quedarse con la Carta Magna, la Constitución; no necesitamos más tambaleos, ni más ocultaciones.

Muestra, no esconde, reserva. Navega por el canal de la retención, de la memoria privilegiada. En su discurso, regala siempre intuición. Da la sensación de que mima fantasías en el camerino de sus sueños literarios para de repente ofrecer el factor sorpresa esperado. La retención comedida y, cuando él quiere, osada o atrevida. Quizá, muy probable, sólo es cuestión de capacidad. Cualidades de uno de los elegidos.

El periodismo precisa vigilancia y estar al tanto de todo. Ortega y Gasset defiende y define la palabra inteligencia como estar siempre prevenido, en estado de alerta. Todo lo contrario a lo que en Málaga llamamos estar cuajao. A mí me reprochan cierta ironía a la hora de juzgar a las personas, pero intento compaginarla con piedad. Todo ser humano ha venido aquí a pasar una pequeña temporada, demasiado pequeña quizá. Ramoncín decía hábilmente que somos muertos de vacaciones. No sabes lo que pasó antes de venir ni lo que pasará después.

-El bloguero ¿es el periodista del siglo 21?

-Hay que ser experto en comunicación. El periodismo ha sido entendido como la locomotora del progreso. Y el periodismo sin libertad puede resultar bueno o malo, pero cuando no la hay, ya es necesariamente malo. Los periódicos, no todos por el mismo rasero, les conceden ahora mucha vigilancia a hechos muy poco significativos para la sociedad. Hay gran atención a la frivolidad y eso es porque la gente está abrumada y se refugia en problemas menores. El periodista no puede ser simplemente un cotilla, tiene que ser algo más.

-Informamos demasiado, alimentamos y despertamos ese lado oscuro del alma…

-La responsabilidad es siempre necesaria, pero hemos de tener en cuenta que los periódicos dependen de la economía. Hay dos formas de entender el periodismo: averiguar cuáles son los gustos del público y suministrárselos, dar lo que buscan y no fallar, u otra manera más exigente, como es formar con ese punto de literatura, sin pasarse, pero que ahora a veces se desatiende.

-El periódico en formato papel ¿peligra?

-A los que nos gusta el periódico, que no lo toque nadie que nunca lo haya abierto. Esa brisa que se produce cuando pasas una página es insustituible. No creo que nunca muera el papel. El peligro es el papel que cumpla en la sociedad.

Accesible, entrañable, nada retorcido. Aun pudiendo, no circula con sangre de divo. Con carácter, nunca resulta engreído. Ni comparece resabiado, pues su humildad jamás se lo permitiría, o siquiera se aprovecha de su edad o del reconocimiento y respeto para reclamar espacios en esta sociedad a menudo cruel. Ya lo tiene. Es pausado, natural.

"¿He hablado demasiado?", me pregunta.

Improvisa de repente: "El Rey Sol, por poner un alto ejemplo, que tenía unos cortesanos alrededor, les dijo: contradíganme de vez en cuando al objeto de que seamos dos".

-A la opción de abortar en libertad, ¿votas sí? ¿O no?

-En eso quizá sea más permisivo que otras personas. En casos extremos, no sólo de expresa voluntad, sí estoy a favor. De lo que no puede convencerme nadie es de que no es igual que una semilla no vaya a tierra con que se pueda llegar a equiparar con talar un árbol del parque. Impedir, no. Y la mujer no es la única, es cosa de dos. Ella es la parte fundamental, pero un hijo lo hacen dos. Es un tema complicado. Y me chirrían las palabras de ser proabortista. Si la extensión de la tierra es limitada, los habitantes no pueden ser ilimitados. Y aquí tiene mucha culpa, dicho con toda sinceridad, la Iglesia Católica.

No le hace falta alardear ni presumir, quizá ni sepa cómo se hace. Además, nunca lo necesitó. Mamó de otro tipo de periodismo más puro tiempo atrás y goza merecidamente del respeto desde su reconocido espacio ganado a pulso. Ha sabido conquistar al lector con singular naturalidad y sencillez.

-Los curas ¿deberían casarse?

-Claro que sí. Habría menos clandestinidad. Pero, cuidado. Ese es un tema muy gordo, pues no se ha decretado que la prohibición de estar con una mujer lo sea todo. Lo que sí ha determinado es que mucha gente, para encubrir su homosexualidad, se fuera a los conventos, un refugio perfecto.

-¿Hay muchos curas homosexuales?

-No lo creo. Anteriormente ya eligieron su destino. A los curas sólo hay que echarles la culpa de lo que tengan.

Alcantara, en su casa de Rincón de la Victoria, en una imagen de 2005.
Alcantara, en su casa de Rincón de la Victoria, en una imagen de 2005. / Málaga Hoy

-El matrimonio entre personas del mismo sexo ¿se debe llamar así, matrimonio?

-El conflicto está en la palabra, en su nomenclatura, como siempre, pero es absolutamente legítimo. Las instituciones quemaban a los homosexuales. Semejante barbaridad. Por un cromosoma, una tendencia, si por un gusto prefieren estar con un señor…, no hay que amargar la vida del ser humano en busca de su felicidad. Sin intransigencia. La búsqueda de la felicidad ha de ser igual para todos. Es como si a ti te gusta acostarte con un pez, con un rape. Existe una gran disminución de la piedad.

Si a la literatura o a la poesía se le quitase la contribución de los homosexuales, si aún es nada, se quedaría en mucho menos. Y en esto ha habido un gran avance. Yo soy partidario de ello. Otro tema para mí ridículo es la fiesta del orgullo gay. Lo de los tíos enseñando el culo vestidos de colorines reconozco que no me gusta.

Maratoniano de prosa ágil y cercana, su versátil pluma atestigua aromas de un figurado joven especialista en dar brochazos frescos de dulzura descriptiva ante el lienzo de la tempestad que acontece día a día en su España querida. Y disimula como nadie que pueda estar pachucha, bien dolida, bien enferma. Él anima, relata, propone. Ilusiona desde la pasión. Apasiona desde su particular ilusión.

Sobre el Rincón de la Victoria, Alcántara sostiene que el nombre del municipio malagueño donde él reside "proviene de un concepto más bélico, pues obedece a una victoria muy antigua, cuando los Reyes Católicos allí pernoctaron. No, como se dice, por otros motivos… Dudo que este lugar sea una excepción. Desde siempre, la clandestinidad ha propiciado refugios".

Era un pueblecito de pescadores con siete mil habitantes. Ahora, en los veranos florecientes, hay más de cien mil personas, con semáforos, pasos de cebra, guardias… Se han acabado los pueblos idílicos. Ya ni siquiera Robinson Crusoe podría tener su refugio.

-¿Legalizaría la droga blanda?

-Todo es droga, el Martini, el tabaco y tantas otras cosas. Te dicen el grado de veneno que contiene, su porcentaje de alquitrán y etcétera.

-¿Qué opinas del tremendo crecimiento de Málaga?

-Brillante dicho malagueño. "Málaga, ciudad bravía, con más de cien tabernas y una sola librería". Hoy, afortunadamente, tenemos más de cien tabernas y muchas librerías donde saben de libros y el librero no es un simple vendedor.

En la Málaga que yo nací había doscientos mil habitantes. Ahora estamos en el millón. Antes, a la gente de los barrios se le conocía por su acento: tú eres de la Trinidad, tú de El Palo.

-De mayor, ¿qué quieres ser?

-Más mayor todavía. No le temo a la muerte, sí al sufrimiento. No la veo lejos, pero hay días, y no quiero entristecer a nadie, que cuando me acuesto pienso que estaría bien si no me levantase. Lo de la muerte no está tan mal hecho. No hablo de resignación, pero hay veces que ya está bien, cuando aparece el decaimiento físico. No entiendo lo de querer quedarse para siempre, una aspiración inútil. Hay que tener aceptación. Yo, que soy muy quevediano, él tiene un decasílabo prodigioso: Mi vida acabe y mi vivir ordene. Quevedo estaba harto de intrigas, de la cárcel y de tantas cosas.

"¿Te fías de este aparatito?", me pregunta señalando la grabadora.

"¿Has registrado todo?".

"Sí".

"¡Ahhh!".

-Disfrutas mucho comiendo, por ejemplo hoy, con este sabroso arroz.

-Sí. Además, el arroz es de las cosas que más me gustan.

"Y si el mar fuera ginebra, tú y yo seríamos buzos, jeje", replico mientras él se relame con su arroz.

-¿Cuál consideras que es el formato periodístico más complejo de abordar?

-El género periodístico que más echo de menos es el reportaje. Haciéndolo bien son difíciles todos. Es meterse en otra persona e intentar ser un detective de sentimientos, penetrar.

No estuve solo con el personaje Alcántara. Quise invitar a un sujeto neutro y querido por los dos.

Para el periodista Agustín Rivera, elegido biógrafo en la anterior entrega de Malagueños Singulares, allá en 2014, además amigo cercano y en mi modesta percepción, dueño de una afinada, sólida y exquisita pluma literaria que sobresale por encima del resto, el reportaje es un gran género, pues ahí cabe la información, la interpretación, la opinión… Se pueden apreciar las manos de un autor que se define hacia algo con fines informativos. A mí es el género que más me gusta leer y el que más me apetece practicar. Y eso que ahora me dedico sobre todo a la información pura y dura (El Confidencial). La entrevista es el género periodístico que más me apasiona, sin lugar a dudas. Sobre todo, en el tono que tú la haces, la entrevista reportajeada. Para mí, es maravilloso ese formato".

Agustín Rivera matiza: "la entrevista pregunta/respuesta no me subyuga. Sí la del estilo indirecto. Ahora resulta que si eres periodista, pero no articulista, no eres nadie. Me parece increíble".

"¿Y cuántos articulistas hay que no son periodistas?", le planteo en razón al crispante intrusismo.

"Creo que no se puede hacer un buen reportaje si no has mamado los entresijos de un periódico, una redacción o la carrera", asegura Rivera convencido.

-Agustín, hay que pasar por esa fábrica que comentas para saber de qué estamos hablando, ¿no?

-La entrevista es querer saber lo que opina la persona entrevistada sobre temas transcendentes.Yo he sufrido entrevistas en las que me han preguntado cuál era mi flor favorita o cosas así. Si la pregunta es una tontería, ¿qué se dice?

-¿Otra tontería?

-Salen quinientos periodistas al año en Málaga. ¡Qué coño vamos a hacer!

-¿Seguir enmascarándolo? Quizá no, ¿verdad?

-Eso es lo malo.

-Manuel, ¿ya desencantado de la política? ¿La ves como una especie de enfermedad o lacra que padecemos?

-El pueblo delata como segundo gran problema la corrupción. Pero, desde luego, lo más dramático que está pasando ahora es que haya gente que quiere trabajar y no encuentra el modo. Y eso se nota, lo noto, lo notamos. Auténtico y dramático que la gente se conforme ya con lo que sea. Es lo que ha pasado con los mileuristas de dos carreras. Parecía broma y ahora son la envidia.

Nunca se sabe la capacidad de aguante de la gente. Temo el estallido social, que la desilusión por el descrédito hacia los políticos pueda acarrear revueltas sociales importantes.

-¿Apostarías por listas abiertas para que cualquier persona pudiese accedera un puesto político? ¿Una especie de primarias sociales en España?

-Con el bipartidismo, todo acaba siempre en pacto, la política es un arte muy incierto. Hay gente que se ha especializado en engañar.

-El pacto entre políticos, ¿es una traición al pueblo?

-Quizá no se pueda decir taxativamente si es bueno o malo, pero la política exige flexibilidad y solución, aunque abunden los farsantes. Golfos de tamaño natural de todos conocidos, de un partido o de otro.

Agustín Rivera matiza: "Yo no creo en la amistad entre periodista y político. Son absolutamente incompatibles". Y para Alcántara, entre el periodismo y la política existe quizá complicidad, pero no amistad.

-Cuando te sientas a escribir y compruebas que no te sale, Manuel, ¿qué haces?

-Pues como en todo, seguir escribiendo. Lo de la inspiración lo inventó el francés Baudelaire. Estaba trabajando y le preguntaron si creía en la inspiración. El dijo que sí. Sólo espero que me coja trabajando y no me pille de paseo. Así, no se podría escribir bien. Hay que entender la inspiración como un momento propicio donde unas cosas que tenías previamente acumuladas encuentran su salida. Por muchas ganas que tengas de escribir algo, si no hay acumulación, no hay inspiración. Si no tienes nada pensado, mal irá la cosa. No es cuestión de ver residuos de romanticismo. Hay que ponerse. Y pensar.

Escribir es un ejercicio muy completo, una ciencia abierta que requiere tesón, perseverancia, sensibilidad, inteligencia, talento…Por eso yo no he acometido tareas largas. A mí me gusta escribir algo que se pueda acabar en el día. Me preguntan: "¿tú no has escrito novela?". Y, sobre todo, porqué no he escrito un libro con mis memorias.

-¿Has ganado mucho dinero con el Periodismo?

-Sí. Me considero un privilegiado.Tengo un contrato en el que mis artículos van a diez periódicos y una agencia. Si consideramos lo que costaría cada uno de los diez diariamente, no es tanto. Me da vergüenza decirlo, pero si tú me preguntas, no puedo engañar. Sí. He ganado dinero escribiendo. Y no sólo con escribir, sino con muchos premios de poesía, etcétera.

-Hoy día, ¿es impensable poder vivir de escribir?

-Hombre, el periodista es un escritor, porque escribe. Cuánta gente vive del periodismo. Yo vivo de él habiendo trabajado en oficinas siniestras desde finales de los años cincuenta.

-Y cuando escuchas que el Periodismo no tiene salida, ¿qué pasa por tu mente?

-Una desgracia. Pero vamos ampliando. Lo que pasa es que hay una inflación. No sé cuántos salen de la facultad cada año. Y que cada pueblo editara un periodiquito… no da de sí para eso.

-¿Nos encontraremos con muchas almas frustradas en un futuro?

Cuando en el fútbol hay millones de muchachos que quieren basar su porvenir en darle una patadita al balón, y que son muchos… Apenas voy ya a ver al Málaga. Los gritos y demás, ahora me resultan incómodos, aunque procuro ir todos los años a dos o tres partidos, hay que ayudar.

-Hay una cosa que yo no entendí desde la prohibición radical de la prostitución en la calle. Queda feo, poco estético sobre todo en un centro histórico, sin duda. Pero se prohíbe y sanciona tanto a la prostituta/o como al cliente. Y no se busca solución, sólo castigar sin ofrecer recurso alguno a tal enmienda sin ofrecer alternativas posibles. ¿Dónde está la salida?

Este problema no tiene solución y está envuelto en hipocresía. Desde luego, en Madrid hay calles que se han hecho imposibles para comprar una casa por determinada zona pues hasta se te meten en el coche. Encubrir una cosa tan antigua tiene difícil solución. No se puede recomendar una fórmula cuando realmente una señora debe ir esquivando preservativos de la calle mientras lleva a su hijo al colegio.

-Una curiosidad, ¿qué te ocurrió un día en Villanueva de Tapia con su alcaldesa?

-Pues que me tuvo una hora de pie a la espera de que llegase. Vas a hacerle un favor a una alcaldesa… y encima se extrañó. Le dije: "No, no, yo me voy ya a mi casa". La gente se divide en dos clases. Los que son muy duros con los inferiores, nada más. Y los que tiemblan con los superiores si le presentas a un alcalde o a un ministro. Mi especialidad es justo lo contrario. Mientras más poderoso sea el de enfrente, menos tiemblo. No espero ni dependo de nadie. Tiendo a ser más comprensivo con un humilde. Me da vergüenza la gente que maltrata, por ejemplo, a una persona presuntamente inferior, a un camarero mismo. Me pongo bastante nervioso. Y en Málaga hay un señoritismo muy desagradable.

-La miseria humana, será. ¿El hombre es bueno y la sociedad le corrompe? O estamos ante una de las mayores mentiras de la humanidad.

-Es la vieja teoría que atribuye todos los males a la colectividad. La que decía que el hombre es bueno pero los hombres son malos. Estoy muy seguro de que la naturaleza humana no es así. El egoísmo humano está inscrito en nuestra propia naturaleza.

Ver a una de mis nietas en un cumpleaños alineando todos los juguetes de su hermana, que estaba de excursión, y escucharla decir a ella sola "mío, mío, mío…" me hizo pensar sobre la naturaleza humana y el instinto de propiedad. Ella sabía que nada le pertenecía.

-¿Tan envidiosos somos?

-Hombre. El señor Bárcenas exagera ya. Quiere que sea suyo todo lo que era nuestro. La envidia es el único pecado al que yo no le consigo la penitencia. Ser envidioso es una desgracia. Siempre habrá en la vida un tío más guapo, más alto, con más dinero y más éxito con las mujeres… El envidioso está sufriendo siempre. Todos los demás presuntos pecados ofrecen más satisfacción: el miserable, el roña… Los Dioses me han librado de ambos pecados. De la avaricia (el dinero para mí es un vagamundo, cuando lo tengo, me lo gasto). Con la envidia, esa persona de desgracia que siempre encontrará a gente que tiene algo más que él, lo pasará fatal. A mí, por ahí no me llevan los demonios, ni por la envidia ni en la roñería. Conozco muchos ricos que se pueden morir sin haber invitado a un amigo a una cerveza. Amigos de toda la vida que tienen otras virtudes. Personas que se toman la preocupación de no llevar dinero encima para no gastárselo.

-¿Serías capaz de reconocer y confesar algún defecto y alguna virtud?

-Mis defectos son innumerables y no he podido llevar la cuenta. En cuanto a virtud, creo que sí tengo la de la gratitud. Todo el que haga algo bueno por mí, no se me olvida.

-¿Odias a alguien?

-En absoluto, no tengo tiempo. Con el artículo, el Dry Martini, la copa o esto y lo otro…, no tengo materialmente tiempo para ello.

-¿Alguien te ha hecho alguna vez mucho daño?

-Nunca.

-Entonces, ¿te sientes un privilegiado? Tan querido, tan respetado…

-Esa sí es una presunción que se acentúa con los años. En Málaga hay muchos desconocidos que me saludan por la calle. Y lo agradezco infinitamente. No sé por qué. Pero sospecho que, en Málaga, donde hay mucha gente que simula ser otra cosa, no he engañado a nadie. Sigo viviendo en el mismo pueblo, en la misma casa, tengo los mismos amigos. En Málaga es que casi nadie es lo que parece. Es verdad. Yo sí soy lo mismo que parezco.

-¿Transparente?

-No quiero decir con ello nada, ni hablo de elogios. Todo el mundo tiene un alto concepto de sí mismo… jeje.

-¿Cómo es el malagueño?

-De muchas maneras, pero sustancialmente es parecido. La naturaleza humana no cambia con facilidad. Quiero decir que un tío de Hong Kong o de Moscú tiene los mismos impulsos que nosotros.

-¿Y su verdadero carácter?

-Bueno, hay mucho de lo que despectivamente denominamos malaguita, que acentúa el color local. Y todo lo que han pensado en la vida es que quieren mucho a la virgen de su barrio. Si el malagueño se caracteriza por algo es por su buen carácter. Por su hospitalidad, acogida. Eso sí ha funcionado siempre en Málaga. Luego hay una cierta estrechez de vida y rivalidades ridículas. Vivimos en un país de distancias íntimas. Con un buen coche se puede ir en un rato a La Coruña. Y llegas en el mismo día. El provincianismo, no. Lo que amo es la diferencia bien llevada, pero hay mucha gente que no cree en ello.

Elegí vivir en el Rincón de la Victoria por recuerdos familiares. Para mí era como un barrio de Málaga. La Cala y el Rincón se llevan fatal. Tres brazadas más nadando y ya estás en La Cala. La línea divisoria es la frontera donde yo vivo. Decía yo:"coño, cómo es posible tenerse tanto odio". A la gente de La Cala, los nativos del Rincón les llamaban moros con gran desprecio. Y los de La Cala también llamaban a los del Rincón moros. Los dos se ponían muy contentos llamándose mutuamente así. Todos moros… jeje.

Hay un gag inolvidable de una película de los Hermanos Marx cuando por su cumpleaños se regalan cada uno —lo llevaban oculto— un salchichón idéntico, y los dos se ponen muy contentos.

Acaba de llegar su taxista Antonio para llevarle a casa para escribir la columna fresquita.

Nos invita. Se mostró cómodo y relajado. Alcántara, sin duda, singular. Encantador. Calculador. Exacto. Agustín y yo le damos las gracias por invitarnos. El maestro responde.

Espero que no sea la última vez que comamos juntos. Tengo cierta obligación moral de ir a El Pimpi. Porque en los momentos que la Fundación ha pasado grandes apuros —eso es bueno que se sepa porque da gusto poder hablar bien de alguien—, Pepe Cobos, ese tiene elegancia y ofreció en su modesta profesión ayudar a la Fundación y dar una cantidad mensual que en unión a otras ha resuelto problemas, de momento. Tengo que agradecerlo porque, eso me lo cuenta Teo, se lo propone a él (se refiere a Teodoro León Gross). Pepe le dijo a Teo: "yo quiero llegar a la Fundación y estoy dispuesto a pagar una cantidad simbólica a cambio de que no se entere nadie". No quería ninguna medalla. Y ya me cae El Pimpi tan simpático que, cuando vaya a Málaga, lo primero que voy a hacer es tomarme una copa allí y darle las gracias.

"Bajamar de la desgana: las olas cerca de mí, yo lejos del agua clara". El alma de Manuel Alcántara (Málaga, 10 de enero de 1928), algo más que un poeta y columnista de opinión. Entre sus libros de poesía están Manera de silencio, El embarcadero, Plaza Mayor, Ciudad de entonces, Anochecer privado, Sur, paredón y después y Este verano en Málaga. De sus más de dieciséis mil artículos en diversos medios de comunicación (actualmente publica su columna en los diarios del grupo Vocento) se han editado cuatro recopilaciones: Los otros días, Fondo perdido, Vuelta de hoja y Málaga nuestra. Son algunos méritos del maestro.

"La plaza fue el papel; las fachadas, los versos; y Manuel Alcántara, la poesía". Es un ejemplo, otro gesto compartido. Este mensaje, tal cual, fue el que apareció oficialmente en el municipio malagueño de Estepona cuando se rindió homenaje al talento del poeta y articulista en la emotiva inauguración de una plaza que lleva su nombre. La sociedad alaba la calidad de su trabajo tras más de medio siglo de reflexiones y versos que se resumieron en este lugar al que el homenajeado aseguró llevaría a su familia y amigos. "Quiero que vean este sitio y decirles: aunque vosotros me veáis, me leáis y tengáis un juicio aproximado, no siempre muy favorable, ¡mirad la calle que tengo en Estepona!", dijo entonces en tono divertido.

"He vivido bastantes años, pero todavía quiero dejar señales", sentencia camino del siglo de edad.

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