Matriz poética para alumbrar al monstruo
literatura
La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda presenta hoy en la Económica su última novela, 'Mandíbula', que ha cosechado el entusiasmo de la crítica
Málaga/Se le refiere a Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) el apelativo extremo y ella acepta el envite de inmediato: "Para mí lo extremo es sinónimo de riesgo, lo contrario de acomodarse". Si en 2016 su novela Nefando, una aproximación brutal a los infiernos virtuales, llamó la atención de no pocos lectores, su obra publicada el año pasado, Mandíbula (aparecida, como la anterior, en el catálogo de la editorial Candaya), ha ganado el entusiasmo de buena parte de la crítica, que ve ya en Mónica Ojeda a una de las máximas exponentes de la última literatura escrita en Latinoamérica por mujeres, junto a referentes como Mariana Enríquez, Ariana Harwicz, Fernanda Melchor, Liliana Colanzi o Samantha Schweblin; y tampoco faltan quienes ven la estirpe de Roberto Bolaño en Mandíbula, una novela que empieza con el secuestro de una adolescente a manos de una profesora víctima de abusos y que a partir de aquí aborda la condición humana a través de la familia, la sexualidad y la violencia. Ojeda, que fue profesora de Literatura en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, y que actualmente reside en Madrid (donde cursa un doctorado sobre literatura pornoerótica), presenta hoy Mandíbula en la Sociedad Económica de Amigos del País (Plaza de la Constitución, 7), a las 19:00, en un acto organizado por la Librería Proteo y junto a Vicente Luis Mora.
Señala la autora que Mandíbula "tiene elementos del thriller y la novela de terror, sin ser un thriller ni una novela de terror. En realidad, los subgéneros tienen siempre algo de trampa. Prefiero hablar de la narrativa como una aproximación a las emociones primordiales del ser humano, y el horror es una de ellas". En su desarrollo, Mandíbula no escatima a la hora de llevar al lector a determinados lugares ciertamente extremos con una expresión directa del abuso sexual y la violencia, donde no faltan mutilaciones ni canibalismos en entornos familiares, pero sí es verdad que asistimos no a una novela de terror sino sobre el terror: "El miedo nos define a todos, porque todos lo hemos pasado alguna vez. Está indisolublemente ligado al sexo, a la religión y a la vida misma. Lo que yo hago es abordarlo desde una perspectiva psicológica, incluso filosófica, con un protagonismo especial de la corporalidad". Pero este conducir al lector a experiencias extremas tiene mucho de reivindicación de la palabra poética ("escrita o hablada", apunta Ojeda) como mecanismo capaz: "La poesía es eso, el modo en que la palabra nos permite llegar a ciertos sitios. Y yo, que soy narradora [aunque también ha publicado la autora libros de poesía], sostengo que la prosa puede ser poética. Es más, que tiene el potencial de estar manchada de poesía todo el tiempo. La palabra poética te remueve siempre, y precisamente lo que yo busco es una literatura que conmueva, que no deje indiferente. No me gustan nada las novelas que me dejan igual, para mí constituyen un fracaso. Concibo la escritura únicamente desde el riesgo. Para lo próximo que escriba, también tendré que arriesgarme. Si no, para hacer lo mismo que he hecho ya, mejor no escribo nada más. No tendría ningún sentido".
En Mandíbula, prácticamente todos los personajes (todos de hecho, salvo un profesor sin demasiada relevancia en el curso de los hechos) son mujeres. Las relaciones que se abordan son principalmente las de madres, hermanas e hijas, a menudo de forma implacable. Y esta elección por parte de Ojeda cristaliza de manera especial en una novela sobre el pánico: "Cuando opté por el miedo como asunto a desarrollar en mi obra, me interesé especialmente por la línea narrativa que trabaja la feminidad como aliado de lo monstruoso. Es un tema que ya aparece en las mitologías clásicas, con ejemplos como Circe o las sirenas, y que desde entonces ha seguido una evolución muy rica en la historia de la literatura. Eso sí, para acercarme a este vínculo prefiero adoptar una postura más sutil: podemos decir que una mujer es un monstruo cuando se aparta de lo normal, cuando hace o dice algo distinto de lo que se espera de ella. En Mandíbula, mis mujeres no son objetos de deseo, sino cuerpos deseantes; y estos es lo que las convierte en monstruos". Monstruos que sangran, se hieren, se devoran y se dan miedo de la mano de una tradición que supera con mucho a la de la novela de terror o de género: "Hay escritoras en Latinoamérica muy valientes, pero poco conocidas en España, que llevan años en esta línea. No estoy sola".
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