Preparativos para una fantasía árabe
Museo Carmen Thyssen
‘Málaga Hoy’ asiste al proceso de montaje e instalación de la nueva exposición temporal del Museo Carmen Thyssen, una operación donde cada detalle se observa al milímetro
Málaga/La sala es un continuo ir y venir de gente con bártulos bien voluminosos, así que conviene andarse con cuidado: el valor de lo que contienen las cajas no es precisamente pequeño. La puesta de largo de cada nueva exposición en un gran museo despierta por lo general la idea de que lo que encuentra el visitante ha llegado caído del cielo, pero la realidad es muy distinta: el montaje de cada proyecto es un proceso largo y esmerado, con muchos agentes implicados y en el que cada elemento y cada decisión deben medirse al milímetro si se quieren evitar accidentes bien dolorosos. El próximo 12 de octubre, el Museo Carmen Thyssen inaugurará su nueva exposición temporal, Fantasía árabe. Pintura orientalista en España (1860-1900), que podrá visitarse hasta el 1 de marzo. Estos días tiene lugar la llegada de las obras que componen la muestra desde diversos museos y colecciones y el posterior procedimiento que culmina con la puesta de cada obra en su lugar preciso, y Málaga Hoy ha sido testigo de este rito que, a ojos ajenos, parece una aventura no exenta de riesgos.
Tal y como explica la responsable de Conservación del Museo Carmen Thyssen, Bárbara García, el proceso de instalación de cada nueva exposición temporal empieza “justo al día siguiente de la despedida de la anterior”: ya entonces se activa la maquinaria con la decisión en torno al color de las paredes de la sala y la distribución de las obras confirmadas. A partir de entonces, será el número de obras, así como la disparidad de su procedencia y su estado de conservación, el que permita establecer el grado de dificultad de la operación. El caso de Fantasía árabe es singularmente complejo: la muestra, comisariada por la directora artística del museo, Lourdes Moreno, y el coordinador de Colecciones del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), Francesc Quílez, propone una lectura de la aportación de los pintores españoles a la tendencia orientalista que cundió en Europa en la segunda mitad del siglo XIX; y lo hace a través de un total de 74 obras de arte, además de una decena de objetos y varias fotografías, procedentes nada menos que de unas cuarenta entidades prestadoras. La principal es el propio MNAC, aunque los visitantes podrán admirar obras llegadas desde los Museos de Bellas Artes de Burdeos, Córdoba y Sevilla, el Museo del Prado, el Museo Thyssen-Bornemisza, la Biblioteca Nacional, la Diputación de Barcelona, el Museo Lázaro Galdiano, el Museo del Romanticismo, el Instituto Municipal Reus Cultura, el Museo de la Alhambra y el Museo de Bellas Artes Gravina (MUBAG) de Alicante, entre muchos otros, incluidas varias colecciones privadas. La nómina de artistas representados contiene a genios como Fortuny, Lameyer, Fabrés, Tapiró, Delacroix, Benjamin Constant y Dehodencq, entre los que se cuentan orientalistas en exclusiva y otros que se limitaron a probar el género sin abandonar otros. Explica Bárbara García que, si bien en algunas ocasiones se opta por hacer una concentración de las obras en un almacén exterior, desde las que son trasladadas al destino final, “en esta ocasión cada envío ha llegado directamente al museo, lo que facilita las cosas”. Entre el personal que se mueve en la sala mientras se van desembalando los cuadros se advierten los técnicos enviados por cada centro: “Algunos museos envían a sus correos, que evalúan el estado de conservación de sus obras tras el viaje. De todas formas, nosotros enviamos siempre información puntual de los diagnósticos”. Algunos operarios hacen acopio de esfuerzo y equilibrio para colgar en la pared, tras su pertinente evaluación, el cuadro de Antonio Fabrés La esclava ( en realidad, tal y como apunta Lourdes Moreno, se trata de un boceto de grandes dimensiones traído desde Cataluña; el original sigue en el Museo de la Casa de los Tiros de Granada dadas las dificultades para su desplazamiento) mientras otros desembalan y colocan sobre la mesa para su análisis otro cuadro del mismo autor, El encantador de serpientes (cerca puede verse otro cuadro del mismo tema e igual título, de Salvador Viniegra, procedente de Cádiz). Comienza entonces una exploración que tiene mucho de intervención quirúrgica, incluida la iluminación empleada. Apunta García mientras tanto que el proceso de montaje se desarrolla durante cuatro o cinco días, a los que siguen otros tres o cuatro para la instalación de la iluminación (la fijación de la luz perfecta para las características de cada cuadro no resulta ni mucho menos sencilla, aunque Moreno explica que el uso de focos LED ha facilitado enormemente la cuestión y ha multiplicado las posibilidades).
Ya con el cuadro en la mesa, es la restauradora Estrella Arcos, de la firma Quibla Restaura (el Museo Carmen Thyssen tiene actualmente externalizado el servicio de restauración), quien se encarga de registrar centímetro a centímetro El encantador de serpientes por si acaso se hubiera producido algún daño que obligase a la correspondiente reparación. Explica Lourdes Moreno que las atenciones se multiplican cuando llega un cuadro cuyo estado de conservación así lo exige, y señala un gran cuadro de Benjamin Constant que el Museo de Bellas Artes de Burdeos accedió a prestar para la exposición sólo después de alertar en numerosas ocasiones de su delicado estado de salud. En lo que se refiere a las coleccionistas privados, las reclamaciones pueden llegar a ser draconianas. Bárbara García apunta por su parte que la evaluación de las obras no termina con la inauguración de la exposición, sino que continúa durante la misma: “De hecho, los lunes, que es cuando cierra el museo al público, nos dedicamos fundamentalmente a los chequeos”. Los técnicos de la empresa Inte Art, responsable del traslado, siguen desembalando otras obras mientras los especialistas del museo calibran la posición de cada cuadro ya colgado con sus niveles. El instrumental desplegado a base de lentes, focos y otros recursos es abrumador.
Cada cuadro desembalado evoca la posición de una criatura recién nacida que busca su lugar en el mundo. El esplendor que luego luce cada obra durante la exposición es así, en gran medida, resultado del trabajo de un gran número de técnicos implicados en ello. Al cabo, la belleza del arte es también una ilusión certera.
Los grabados de Fortuny, a modo de complemento
Uno de los pintores españoles de la segunda mitad del siglo XIX con mayor protagonismo en la exposición del Museo Carmen Thyssen dedicada al orientalismo es un viejo conocido de su colección, Mariano Fortuny. Pero, además, y a modo de complemento idóneo (aunque con mayor diversidad temática), el centro inaugurará en su Sala Noble el próximo 29 de octubre otra exposición de carácter más discreto que presentará los principales grabados realizados por el artista catalán. Cedidas por Enrique Juncosa, las treinta piezas reúnen algunos motivos orientalistas, pero también clásicos y costumbristas, hasta abarcar prácticamente todas las inquietudes estéticas de quien fue el pintor de mayor éxito en la España de su tiempo.
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