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Museo Picasso Málaga
Málaga/Decía Salvador Dalí que lo mínimo que se puede pedir a una escultura es que no se mueva. Sin embargo, durante buena parte del siglo pasado lo más honesto que se podía hacer con las esculturas era conferirles la capacidad de movimiento, o, al menos, la ligereza suficiente para obtener la impresión del mismo. En 1915, Albert Eistein formuló la teoría general de la relatividad, que puso boca abajo todo el ideario que la especie humana había sido capacidad de desarrollar hasta entonces en torno a la realidad al demostrar que el espacio y el tiempo no son valores absolutos, sino relativos, por influencia de la gravedad (todo esto, por supuesto, con sus convenientes matices). En los primeros años del siglo Max Planck puso las bases de la teoría cuántica, ampliada después con el principio de incertidumbre de Heisenberg (enunciado en 1925) y la ecuación de Schrödinger (presentada justo al año siguiente), pilares fundamentales de la física moderna que venían a demostrar, entre otras cuestiones, que lo que hasta entonces se había conocido como vacío estaba lleno a rebosar. Toda esta revolución científica, que perduró hasta que buena parte de sus impulsores se vieron obligados a tomar partido en la Segunda Guerra Mundial (con las consecuencias ampliamente conocidas), marcó a fuego el desarrollo posterior de la física, cristalizado en los estudios sobre agujeros negros realizados por Roger Penrose, Stephen Hawking y Kip Thorne; más aún, en los últimos años el físico italiano Carlo Rovelli ha sostenido que el mundo no está hecho de cosas, sino de relaciones (las cosas son ilusiones que la limitada inteligencia humana crea para poder concretar la experiencia); y en 2005, el físico estadounidense Richard Conn Henry publicó en Nature un incendiario artículo titulado El Universo mental que concluía así: “El Universo es inmaterial, mental y espiritual. Vive y disfruta”. Pero la influencia en el ámbito de la creación artística no ha sido menor: sin ir más lejos, la conferencia que pronunció Albert Einstein en la Residencia de Estudiantes de Madrid en marzo de 1923 influyó de manera notable en buena parte de los poetas y artistas que nutrieron la Generación del 27, especialmente Federico García Lorca; aunque en lo que se refiere a la escultura, posiblemente el ánimo relativista y descosificador del conocimiento científico de la época tuvo su respuesta más certera en el estadounidense Alexander Calder (Lawnton, Pensilvania, 1898 – Nueva York, 1976): sus populares móviles, admirados e imitados en Europa como signo identitario de las vanguardias, constituyeron el órdago definitivo por el que el vacío quedaba incorporado a la escultura no como metáfora ambicionada, sino como materia prima. Y con el vacío, claro, todas sus posibilidades relativas a la misma experiencia humana.
Ahora, la figura de Calder goza de una particular reivindicación en el Museo Picasso Málaga con su nueva exposición temporal, Calder-Picasso, que el público podrá visitar a partir de este martes 24 y hasta el 2 de febrero. Se trata de un proyecto que sienta a dialogar a los dos artistas a través de un total de 107 obras (50 de Picasso y 57 de Calder, además de una selección de fotografías, cartas, programas y otros elementos favorables a la contextualización) en un marco que desdeña el criterio cronológico pero que abarca buena parte los periodos en que ambos desarrollaron sus perspectivas trayectorias, siempre con el diálogo como razón primera. La muestra nace gracias a la alianza de la Calder Foundation, la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte (FABA), el Museo Picasso Málaga y el Museo Picasso París, donde ya se estrenó la exposición, que fue visitada por más de 400.000 personas. Ahora, Calder-Picasso llega al Museo Picasso Málaga, con el patrocinio de la Fundación Unicaja y Erco, y tuvo este lunes su presentación de la mano de sus comisarios: el presidente de la Calder Foundation, Alexander S. C. Rower; el copresidente de FABA y presidente del Consejo Ejecutivo del Museo Picasso Málaga, Bernard Ruiz-Picasso; el director del Museo Picasso Málaga, José Lebrero; y las responsables para la muestra del Museo Picasso París, Claire Garnier y Emilia Philippot. Además, participaron en la rueda de prensa la consejera andaluza de Cultura, Patricia del Pozo; y el presidente de la Fundación Unicaja, Braulio Medel.
En realidad, Calder-Picasso nace de la amistad y complicidad que comparten desde hace años los nietos de los protagonistas, Rower y Ruiz-Picasso, ya que, como explicó el primero, “plantear una exposición conjunta de Calder y Picasso es una apuesta extraña. Los dos tienen puntos de vista distintos sobre el arte, pero confluyen cuando se aproximan al vacío: ahí es donde tienen intuiciones parecidos, y de hecho la exposición que ahora presentamos aborda, sobre todo, el vacío. En su obra, Picasso se presenta esencialmente a sí mismo, sea cual sea el objeto o la persona retratada; y lo hace explorando el vacío, en un intento proverbial de comunicación. Calder, por el contrario, externaliza todo esto: no habla sobre su experiencia, sino sobre la percepción más objetiva posible del vacío. Lo que sí es cierto, en cualquier caso, es que ambos comparten la misma pasión”. Rower subrayó además que no hay muchos registros biográficos respecto a los encuentros que Calder y Picasso compartieron en varias ocasiones, aunque lo cierto es que algunos fueron harto significativos: basta recordar que en el Pabellón de España de la Exposición Universal de París de 1937, la Mercury Fountain de Calder se instaló justo frente al Guernica, lo que da buena cuenta de que sus 'pasiones' no eran dispares, ni mucho menos. Lebrero evocó por su parte otro encuentro, el que Rilke mantuvo con Rodin en 1902, cuando el primero, al descubrir y admirar la obra del segundo, afirmó que la escultura había ganado al fin la participación del aire. Del aire al vacío hay un largo trecho, pasando por la idea de no-espacio y la transformación radical de todos los conceptos asignados a la idea de volumen; pero, en todo caso, Calder-Picasso es un buen ejemplo del modo en que la negación de la realidad entraña una representación de la misma.
A lo largo de la exposición, el diálogo ahonda justamente en esta cuestión. Uno de los primeros dúos escultóricos que encuentra el visitante en la primera de las dos salas que ocupa la muestra es el integrado por Mujer en el jardín (1930) de Pablo Picasso y Objeto con discos rojos (1931) de Alexander Calder. En su contemporaneidad, la primera funciona como una re-creación de lo real desde el criterio personal y libre del artista; en la segunda, la impresión es que cualquier realidad es potencialmente posible, lo que obedece a los criterios de la mecánica cuántica que justo a comienzos de los años 30 estaba arrojando datos sobre la misma realidad física difíciles de digerir (a nivel subatómico, las partículas se comportan como si todas sus posiciones posibles en el espacio-tiempo se dieran a la vez). En declaraciones a Málaga Hoy, Alexander S. C. Rower explicó respecto a esta escultura que, una vez realizada, su abuelo invirtió nada menos que “cuarenta minutos a observarla, con tal de identificar cuál era esa realidad que estaba a punto de nacer”. Lo mismo puede decirse de las esculturas de alambre en las que Calder trabajó a finales de los años 20, con motivos tanto clásicos como circenses o populares (entre las personalidades representadas no falta Josephine Baker), así como la maqueta de la Mercury Fountain presente en la exposición, sus pinturas de 'formas imparciales', móviles emblemáticos como el Big Red (1959) o la escultura Sabot (1963) que puede verse en el patio central del museo (por cierto, la iluminación, sabiamente afinada en las salas reservadas a la exposición temporal, representa un papel no pequeño: las sombras de las esculturas móviles tienen mucho que decir en su proyección sobre los muros blancos). Picasso comparece con obras bien conocidas para el visitante del Museo Picasso Málaga, como la Cabeza de toro (1942) o el Acróbata (1930), además de hallazgos notables como la Figura (1935) o la Niña saltando a la comba (1950). Un total de 44 de las 107 obras que nutren la muestra han sido cedidas por el Museo Picasso París, auténtico vertebrador del proyecto; el resto provienen del resto de las instituciones participantes y de otros museos como el Centro Pompidou de París y el Whitney Museum de Nueva York.
Admite Alexander S. C. Rower la influencia del desarrollo del pensamiento científico de comienzos del siglo XX en la obra de Calder, si bien matiza que Einstein “no era un científico. Si lo hubiera sido, de hecho, difícilmente habría llegado a formular la teoría de la relatividad. Precisamente porque carecía de una base matemática consistente, pudo desarrollar su intuición de manera más libre”. En cualquier caso, “la teoría de la relatividad y la teoría cuántica nos invitan a establecer una relación distinta con la realidad. Si el tiempo es relativo, si el espacio lo es, únicamente podemos atrevernos a considerar que el mundo es algo más que lo que nuestros sentidos nos indican. Se trata tal vez de una cuestión de trascendencia, algo espiritual, no religiosa, pero sí de apertura vital por nuestra parte. Eso es justo lo que pretende la obra de Calder”. Es un mundo hecho de relaciones, no de cosas, el que corresponde descubrir en un vacío en el que cualquier realidad es posible.
En consonancia con el contenido de la exposición, Calder-Picasso contará con un amplio programa de actividades complementarias que se prolongará hasta febrero y que ahondará en los vínculos que comparten ciencia y arte en el estudio y representación de la realidad. A partir de las próximas semanas se sucederán conferencias, talleres, visitas guiadas, ofertas para el público adulto, propuestas para familias, exploraciones para la comunidad escolar y otras posibilidades de participación que se harán particularmente interesantes el fin de semana del 26 y 27 de octubre para la celebración del aniversario del Museo Picasso Málaga.
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