Un misterio llamado Olga
Museo Picasso Málaga
El Museo Picasso Málaga inaugura 'Olga Picasso', una exposición que a través de 350 obras de arte y objetos personales presenta un perfil biográfico inédito de la mujer que compartió su vida con el artista entre 1917 y 1935, así como del propio pintor
Málaga/Fue Joachim Pissarro, profesor de Historia del Arte y director del Hunter College Art Gallery de Nueva York (y a la sazón bisnieto del artista del que heredó su lustroso apellido) quien mejor explicó el quid de la cuestión: "Creíamos que lo sabíamos todo sobre Picasso. Que no quedaba ya ninguna parcela de su creación ni de su vida personal sin estudiar, que sería imposible encontrar algo nuevo. Pero resulta que sí ha sido posible". Ese algo nuevo es nada menos que Olga Khokhlova, la primera mujer de Picasso, a quien conoció el artista en 1917, con la que se casó al año siguiente, con la que tuvo a su primer hijo, Paulo, y con la que vivió hasta 1935 (si bien el matrimonio no llegó a disolverse hasta la muerte de Olga, en Cannes, en 1955). Olga fue un motivo recurrente para gran parte de la obra que Picasso alumbró en este periodo de convivencia y también bastante más allá del mismo, pero lo cierto es que, un tanto en paralelo con el tono enigmático de sus retratos picassianos, su relato personal formaba parte del mayor de los misterios: poco se sabía de ella salvo su dedicación a la danza, su incorporación a los Ballets Rusos que dirigía Serguéi Diághilev (fue en virtud de su ocupación como bailarina lo que le permitió conocer a Picasso, en la Roma de aquel 1917 en la que se representaba Parade con los telones y vestuarios diseñados por el artista malagueño) y sus tormentas reflejadas por el propio Picasso cuando conoció la entrada en juego de la amante de su esposo, Marie-Thérèse Walter. Pero la aparición de su baúl personal en el taller de Picasso en Boisgeloup, donde llevaba olvidado desde los años 50; y más aún del ingente material epistolar y fotográfico que contra todo pronóstico se encontró en su interior, permitió descubrir en la tremenda biografía de Olga Khokhlova aspectos determinantes que arrojaban una luz distinta no ya sobre sí misma, sino sobre buena parte de la obra que puso patas arriba la Historia del Arte en el siglo XX. El resultado de aquel hallazgo, al que siguieron tres años de pormenorizada documentación y clasificación, es Olga Picasso, una exposición comisariada por el citado Joachim Pisarro; la conservadora del Museo Picasso París, Émilia Philippot; y el presidente del Consejo Ejecutivo del Museo Picasso Málaga, nieto de Olga Khokhlova y verdadero artífice del milagro del baúl, Bernard Ruiz Picasso. La muestra, producida por el Museo Picasso París y la Fundación Bernard y Almine Ruiz-Picasso para el Arte, se inauguró en el centro parisino en 2017 a modo de celebración del centenario del encuentro de Pablo Picasso y Olga Khokhlova; en 2018 se trasladó al Museo Pushkin de Moscú y este lunes se ha presentado en el Museo Picasso Málaga, donde podrá verse hasta el 2 de junio antes de su estancia veraniega en el Caixafórum de Madrid.
Olga Picasso reúne en las dos salas dedicadas a las exposiciones temporales unas 350 piezas (133 obras de arte de Pablo Picasso además de fotografías, objetos personales, piezas de mobiliario e incluso películas domésticas rodadas en Boisgeloup a comienzos de los años 30) que arrojan un luz definitiva sobre este misterio llamado Olga. El propio Bernard Ruiz-Picasso afirmó en la presentación a los medios que este proyecto "me toca y me emociona" por la posibilidad que entraña de reconstruir la historia de su abuela, pero no menos "por lo complejo del proyecto, ya que había que encajar muchas piezas e implicar a muchos agentes hasta llegar hasta aquí". Ruiz-Picasso y el director del Museo Picasso, José Lebrero, coincidieron en señalar a Olga Khokhlova como un verdadero símbolo del siglo XX: las cartas encontradas en su baúl relatan cómo la bailarina perdió a su padre y sus hermanos tras el estallido de la Revolución Soviética en 1917, con lo que su relación con Picasso quedó ya marcada por la tragedia desde el principio. Pero la tragedia decidió anidar en esta mujer que ya antes de 1925 tuvo que despedirse para siempre de la danza por culpa de su delicada salud y que pocos años después asistía a la descomposición de su matrimonio a cuenta de la infidelidad de Picaso. La Olga Khokhlova que en 1935 queda sola y desamparada, apátrida, sin pasaporte francés y sin un hogar a donde ir, con su hijo Paulo como única tabla de salvación, representa con un alto grado de fidelidad a la Europa que se preparaba para desatar sus peores desastres en la Segunda Guerra Mundial. Tal y como indicó José Lebrero, "en estos años Europa estaba llena de contradicciones. Y, a su modo, aquella bailarina rusa que llegó a Francia y aquel pintor que traía consigo el sol de Andalucía también representaron una profunda contradicción".
El contenido más biográfico respecto a Olga Khokhlova queda recogido especialmente en la primera sección de la exposición, Historia de una vida, donde el visitante puede encontrar tanto el baúl en cuestión como buena parte de su contenido: fotos de familia, cartas de sus parientes y programas de mano en los que Khokhlova comparece como miembro de los Ballets Rusos; incluido, como significativa nota local, el programa de la actuación de la agrupación en el Teatro Cervantes de Málaga en aquel mismo 1917. Ya en este primer apartado aparece un viejo conocido de la colección del Museo Picasso Málaga, la Olga con mantilla que pintó Picasso en 1917 y que vuelve como uno de los emblemas de la exposición. De hecho, Olga Picasso recupera no pocos lienzos que resultarán familiares a los conocedores del legado del museo, si bien el conjunto, gracias especialmente a las aportaciones del Museo Picasso París, resulta altamente ilustrativo del considerado periodo clásico de Picasso. Tal y como apuntó Émilia Philippot, "los documentos encontrados nos permiten mirar este periodo de otra forma y establecer nuevas clasificaciones, acercarnos a la obra de Picasso de manera más íntima. Es en estos años cuando, por ejemplo, Picasso, que nunca llegó a formar parte del movimiento surrealista, dialogó con más soltura con los artistas de esta corriente; y ahora sabemos con más profundidad hasta qué punto aquel diálogo resultó determinante".
Así, la segunda sección, Melancolía, recupera retratos decisivos como Olga pensativa (1923) y Olga con cuello de piel (1922-1923), en los que Picasso representa a su mujer sumida en la nostalgia: precisamente, la relación epistolar sostenida en aquellos años por la bailarina rusa con su familia, en la que cada nueva misiva se traducía en una ocasión para el dolor, explica la razón de la fijación de Picasso por este carácter taciturno. La sección Maternidad describe el punto de inflexión que significó el nacimiento de Paulo, con una pintura más tierna y más carnal en obras como las Maternidades (1921 y 1923), Tres mujeres en la fuente (1923) y El manantial (1921). Cambio de escenario sigue la pista de Olga en los años del máximo apogeo picassiano, en los años 30; especialmente reveladoras son las películas caseras rodadas en el castillo de Boisgeloup entre 1930 y 1931, en las que comparece la familia en entrañable complicidad afectiva y hasta un Paulo niño disfrazado de torero entrando a matar. Pero para entonces el espectador de este teatro sabe que esta complicidad es sólo aparente: Picasso había conocido a Marie Thérèse Walter en 1927 y para entonces el fin del matrimonio estaba cantado. Sólo Paulo ejercía de improbable argamasa.
Al propio Paulo está dedicada la sección siguiente, con retratos icónicos como Paulo sobre un asno (1923), Paulo vestido de Pierrot (1925) y Paulo vestido de Arlequín (1924), además de los recortables como el Caballo (1921-1922) que realizaba para el infante su padre a modo de juguete. La sección consagrada al Circo indaga con más intención en la relación paterno-filial y permite, de paso, comparar el Acróbata (1930) contenido en la colección del Museo Picasso Málaga con el imponente Acróbata azul (1920) llegado desde el Museo Picasso de París. La siguiente sección, Metamorfosis, abunda en la evolución de la representación de Olga en la obra de Picasso en plena crisis matrimonial y, conformada por sólo dos cuadros, es tal vez la más interesante de la exposición: Mujer en sillón rojo (1931) y Gran desnudo en un sillón rojo (1929) revelan a un Picasso que se entrega incluso al abismo de la abstracción para seguir pintando a una Olga rota por el dolor y la rabia. Eros y Thanatos prolonga la cuestión con un Picasso que decide proyectar en su obra de manera casi psicoanalítica su papel de verdugo a través de la mitología clásica: abundan los grabados realizados entre 1934 y 1936 en los que el artista se representa a sí mismo como el Minotauro que arrastra el cuerpo muerto de una yegua, a su vez figuración tremenda de Olga Khokhlova. En algunos de estos grabados comparece un potro, también muerto, que sin embargo porta un candil encendido, trasunto del pequeño Paulo que acusó con no menos dolor la separación de sus padres. En esta sección, por cierto, se incuyen fotografías de Olga Khokhlova posteriores a 1935 y hasta bien entrados los años 50, en las que comparece con sus nietos y como, aún, la mujer de quien procuró para ella las mayores cotas de sufrimiento.
En la sección Bañistas pueden admirarse cuadros como Mujer (1927), Figuras a la orilla del mar (1931) y Gran bañista (1929), en los que Picasso compagina la representación de Olga con tonos grises y la de Marie-Thérèse Walter con una mayor variedad de color. En el siguiente apartado, Taller, otra de las imponentes presencias llegadas del Museo Picasso París, El pintor y su modelo (1926), escenifica a un artista que en plena ebullición ocupa todo el lienzo mientras su modelo y esposa queda reducida a un margen insignificante: a pesar de la ruptura, Picasso sigue luchando para incluir a Olga en su representación del mundo. Pero no es fácil: en la última sección, Crucifixiones y corridas, la conciencia de que algo se ha perdido para siempre alcanza su plenitud. En Crucifixión (1930), la figura torturada resume bien los caracteres con los que Picasso había pintado a su esposa en los últimos años; mientras que en la anterior Corrida (1922) Picasso es ahora un toro que embiste contra Olga, aquí un caballo herido. El torero es una mujer. Otra mujer. A cuenta de su dolor, Olga prefirió que su historia quedara en el olvido, pero, por si acaso, lo guardó todo en un baúl. Ahora podemos saludar a Olga Khokhlova como uno de los nuestros. Su misterio, acaso, es el mismo que nos corresponde.
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