“El duelo por el pacto socialdemócrata lo ha hecho la clase obrera a base de dolor”

Nicolas Mathieu | Escritor

El novelista francés presentó este martes en el CAL ‘Sus hijos después de ellos’, una obra generacional que retrata con rabia y coraje el ocaso de la clase media y que ganó el Premio Goncourt en 2018

El escritor Nicolas Mathieu (Épinal, 1978), este martes, en Málaga, antes de la entrevista. / Javier Albiñana

La Francia que recrea Nicolas Mathieu (Épinal, 1978) en Sus hijos después de ellos, que acaba de publicar en España el sello Alianza de Novelas con traducción de Amaya García Gallego, es la de la periferia rural que en los años 90, una vez descartado cualquier milagro industrial, asistía a la extinción definitiva de la clase media. Mathieu opta por el relato iniciático y generacional en una obra que, por su coraje y su ambición, fue reconocida el año pasado con el Premio Goncourt. El mismo autor la presentó este martes en el Centro Andaluz de las Letras junto al novelista Rodrigo Blanco Calderón.

-¿Qué lectura hace de la buena acogida que ha tenido Sus hijos después de ellos en Francia?

-Hay una parte de los lectores que, como yo, ronda los 40 años y supongo que ha encontrado en la novela una propuesta generacional que narra su propia adolescencia. Pero mi intención no era escribir una novela para la gente que escuchaba a Nirvana en los 90 y que compartía una cierta visión del mundo. Lo que intento es encontrar una conjunción máxima entre la escritura y el mundo que yo veo: que alguien, en el salón de su casa, esté leyendo algo en el libro sobre una cuestión social o una relación amorosa y diga “ostras, esto lo he vivido yo”. Que nos pongamos de acuerdo en ciertas definiciones del mundo es lo que permite establecer una alianza entre los escritores y los lectores; cuando algo así se da sí que tengo la impresión de haber dado en la diana. Y, al final, respecto a la adolescencia, hay cosas invariables que suceden en todas las épocas y todos los territorios, especialmente en lo que tiene que ver con el deseo y la frustración.

-¿No implica esa idea una interpretación pesimista de la historia, tal y como invita a pensar la cita del Eclesiástico que abre su novela (“De otros no ha quedado recuerdo, desaparecieron como si no hubieran existido, pasaron cual si a ser no llegaran, así como sus hijos después de ellos”)?

-No, en absoluto. Lo que viene a decir esa cita es que los movimientos sociales tienen que ver con la reproducción. Normalmente, uno no se mueve muy lejos de donde ha nacido y a partir de aquí es habitual que cada cual reproduzca lo que han hecho sus padres. Hay muchas excepciones, por supuesto, aunque podríamos establecer una generalidad razonable. Pero estas vidas, que no marcan la Historia, no son por ello menos dignas ni más infelices. Suponer que esto es una idea pesimista significa suscribir implícitamente que es casi una obligación tener una vida mejor que la que tuvieron nuestros padres, lo que no tiene que ser siempre así. Uno puede hacer lo mismo que hicieron sus padres, dar de comer a sus hijos y tener una buena vida familiar. La cita demuestra que esa reproducción social no es un mero concepto sociológico, sino una constante por la que las vidas minúsculas quedan ligadas a la mitología de las vidas que las precedieron. Lo que no deja de ser un proyecto político.

-Hablando de mitos, ¿podemos concluir que su novela aborda la frustración que el mito del progreso ha generado en la clase media francesa?

-Sí. Después de la Segunda Guerra Mundial, especialmente entre los años 50 y 60, existía el convencimiento de que la situación sólo podía ir a mejor. Y de hecho mis padres conocieron aumentos de hasta dos dígitos en diez años de su salario. Se trataba de una época dorada en la que parecía que todo iba a ser fantástico. Pero luego no fue así, y ese duelo lo ha hecho la clase obrera a base de dolor, hasta que el pacto social que hizo posible la democracia se rompió.

-¿Cabe hacer una pedagogía de ese duelo para explicar las revueltas que han sacudido a Francia en los últimos años?

-Yo no establecería tanto una pedagogía como una genealogía. El pacto socialdemócrata posterior a la guerra se basaba en la distribución de la riqueza para la mejora continua de la vida de las personas, pero se acabó y está muerto. Además, en las sociedades globalizadas no existe ya ninguna garantía en este sentido. Ocurre lo mismo que sucedía en los años 30, hay quien pierde y hay quien gana. Se han roto las reglas, y esto genera mucha frustración. Lo que percibe la clase obrera es que le han tomado el pelo. Durante algún tiempo, el problema de las zonas periféricas quedó camuflado con el terrorismo, pero quien ha perdido aquí es la clase obrera.

"Hay que reivindicar a Céline. El campo artístico está hecho de tal manera que no se limita a la moralidad"

-¿Y la respuesta evidente a la tomadura de pelo era que el granero tradicional de la izquierda votara a la extrema derecha?

-Lo que ha pasado en toda Europa es lo que los partidos de la izquierda socialista demócrata se han desplazado hacia el centro, fundamentalmente porque su electorado era cada vez más burgués. Esto ha llevado a estos partidos a perder el contacto con la clase obrera, que por su parte prácticamente ha desaparecido también. Toda esta gente que aspiraba a una seguridad económica y de identidad se ha encontrado con serias amenazas para las dos cuestiones y se ha dejado llevar por los dudosos encantos del populismo. Un elector de la extrema derecha de Francia es un antiguo comunista al que le han robado la radio del coche, que tiene miedo de que su vecindario cambie y de que los inmigrantes sigan robándole cosas. Claro, sería interesante que hubiera propuestas de izquierda decentes, que no fuesen xenófobas ni populistas, para captar la legitimidad de este electorado, que sigue estando ahí.

-Sus personajes transmiten mucha verdad. ¿Qué recursos empleó para construirlos?

-Los he construido fundamentalmente a través de mi memoria, de mi experiencia de vida. He escrito los diálogos atendiendo sobre todo a su musicalidad: no ha sido un trabajo arqueológico, no era mi intención reproducir el lenguaje de la calle de los años 90, pero sí que el lector sintiera el lenguaje de los personajes como verdadero. Para algunos personajes más alejados a mi experiencia personal he recurrido más a la sociología, hasta desarrollar un trabajo de carácter documental. Y luego, bueno, algunas amigas me han ayudado con los personajes femeninos.

-¿Se siente parte de la tradición realista francesa? ¿Más cerca de Balzac que de Camus, o al revés?

-El proyecto realista era al principio afectivo en lugar de teórico, y lo que yo busco en el realismo es un medio para obtener información del mundo. De modo que mi primera referencia es Flaubert, porque a lo largo de toda mi novela hay una ironía latente que espero que haya conservado la traducción. También incluiría a Céline, que quiere ver la realidad de frente, aunque se queme. También a Perec, a Simenon, autores que entienden así el realismo.

-¿Perec?

-Sí, Perec nos enseña en Las cosas, por ejemplo, que la realidad es una construcción constante. No es menos realista que Balzac, sólo que por otros medios.

-¿Puede un novelista francés reivindicar hoy en día a Céline sin temer represalias?

-Sí. Aunque conviene tomar algunas precauciones. Era un cabrón y un cobarde. Pero el campo artístico está hecho de tal manera que no se limita a la moralidad. Y debería ser reconocido como un genio literario. Su obra es tan grande que no se puede tirar sólo porque no nos guste el personaje.

-¿Qué se puede escribir después de Sus hijos después de ellos?

-Esa es mi preocupación ahora mismo. Pero no lo sé. Soy de esa clase de escritor que necesita escribir para saber lo que piensa. No planifico, ni aplico programas.

-Es usted entonces más de brújula que de mapa.

-Sí, me parece acertada esa apreciación. Cuando Pierre Boulle empezó El planeta de los simios, escribió la frase “El astronauta subió al cohete” y se paró ahí porque no sabía qué escribir a continuación. Yo soy un poco Pierre Boulle.

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