"El teatro es uno de los pocos sitios en los que nadie interrumpe las razones del otro"
Núria Espert y Lluís Pasqual | Actriz y director de teatro
El Teatro del Soho Caixabank acoge hasta el próximo día 23 el ‘Romancero gitano’, tributo lorquiano dirigido por Lluís Pasqual y con Núria Espert como protagonista absoluta
Málaga/No hay que ser un lince, a estas alturas, para advertir que sin Lluís Pasqual (Reus, 1951) y sin Núria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) el teatro español del último medio siglo habría contado una historia muy distinta. De entrada, Lorca tendría una presencia mucho más reducida, y con una resonancia mucho másdiscreta, en los escenarios. El granadino, precisamente, ha unido a ambos en varios proyectos (también Shakespeare, con el histórico Rei Lear que estrenó el Teatre Lliure en 2015) y ahora vuelve a hacerlo con el Romancero gitano que Pasqual dirige y que Espert interpreta en el Teatro del Soho hasta el próximo día 23. Es precisamente en el patio de butacas del Teatro del Soho, a cuya puesta en marcha contribuyó Pasqual como fugaz director artístico, donde tiene lugar esta entrevista:
-Si no me equivoco, la primera vez que Lorca los unió fue en Haciendo Lorca, en 1996.
-Lluís Pasqual (LP): Antes hicimos los recitales de La oscura raíz. Luego hicimos Haciendo Lorca y después Bernarda Alba.
-¿Ha sido Lorca la argamasa que mejor ha sabido juntarlos?
-Núria Espert (NE): Sí. La otra experiencia que tenemos juntos, inolvidable, fue Rei Lear. Fue un proyecto muy importante a nivel personal y profesional para los dos. Uno de esos momentos en que te ves recompensada claramente por todo el tiempo y todo el esfuerzo que has invertido, algo que no es sólo trabajo, aunque indudablemente hablemos de trabajo.
-LP: Con Lorca ocurre eso que llaman afinidades electivas. Hay una comunión mutua. Habitualmente, en el periodo de ensayos uno intenta comprender a los actores y comprender al autor. Pero para hacer el Romancero gitano ya veníamos comprendidos, con un pasado común. El 80% de las cosas que hay que generar en los ensayos para avanzar ya no había que buscarlas, ya las teníamos.
-NE: Todo lo que un actor necesita saber de sus personajes, todo el camino que hay que recorrer hasta que llegas a su corazón, con Federico ya está andado. Tienes ya la impresión de que podrías hacerlo con los ojos cerrados.
-LP: Una parte de ese entendimiento viene mediante transmisión. Núria, por ejemplo, no conoció nunca a Margarita Xirgu, pero estuvo en su momento rodeada de gente que sí la había conocido y que había trabajado con ella. En eso hay un aprendizaje compartido. Los dos hemos conocido a Alberti, a amigos de Federico, a su familia. Hemos tenido acceso al jardín privado de Lorca.
-NE: Eso crea un poso sobre el que te sientes segura.
-Pero, ¿no se sigue ese mismo proceso con cualquier autor?
-LP: Insisto en lo de la transmisión generacional. A mí me impresionó mucho cuando leí que Rubinstein había aprendido a tocar el piano con un alumno de Beethoven, y que éste tenía las partituras con la digitación hechas a mano por Beethoven. De manera que Rubinstein respiraba la música como Beethoven quería que se respirase. Pues bien, eso nos pasa un poco a todos: hemos heredado de la generación anterior una manera de respirar a Lorca que es más fácil para otras generaciones.
-¿Hay garantías, entonces, de que Lorca vaya a seguir siendo reclamado en las siguientes generaciones? Que conste que pienso en un autor como Alberto Conejero.
-LP: De momento, no conozco a ningún poeta contemporáneo español, si bien no los he leído a todos, en el que algún momento no se respire el perfume de Lorca. Y esto sucede porque Lorca forma ya parte de nuestra manera de ser, por su lenguaje, por su manera de retratar nuestras miserias y virtudes. Un poco como sucede con Shakespeare en Inglaterra.
-Ustedes dirigieron el Centro Dramático Nacional, en distintas etapas, en la primera mitad de los 80. ¿Está el teatro español contemporáneo en la posición que soñaban entonces?
-LP: El teatro no es un protozoo apartado. En los 80 había mucha ilusión puesta en el teatro, pero lo mismo le sucedía a la cultura, al deporte, al país entero. Teníamos una generación que soñaba con cumplir sus sueños y que tenía un horizonte distinto para hacerlo.
-NE: Hasta que esa misma generación se topó con la realidad y toda aquella luminosidad se esfumó. Después hubo que sobreponerse a eso y seguir adelante.
-LP: De todas formas, la situación del teatro hoy día es muy parecida en todo el mundo. El impacto de lo audiovisual en la vida cotidiana de la gente ha sido enorme. Llevamos muchos años escuchando que el teatro iba a desaparecer, y esas advertencias siguen sonando cada vez más. Pero, créeme, lo harán cada vez menos. Hemos llegado ya a un punto el que todo el mundo tiene una idea de sí mismo enmarcada en una pantalla. Y el teatro es un lugar...
-NE: En el que podemos huir de esa pantalla.
-LP: En el que huimos de la pantalla para ver lo que le puede suceder a alguien de carne y hueso. A otro, no a mí. El teatro es uno de los pocos sitios en los que nadie interrumpe las razones del otro. En las tertulias, en las familias, en la vida cotidiana, todo el mundo se interrumpe constantemente. Alguien hace una pregunta y ya ni siquiera espera una respuesta. En el teatro, esa ceremonia aún sigue vigente: el espectador tiene que escuchar hasta el final las razones de Antígona. Podrá estar de acuerdo o no, pero lo que no puede hacer es interrumpirla. La escucha es algo muy difícil de ejercitar hoy día, pero en el teatro sí se produce. Como una misa laica en la que el silencio sucede todavía.
-Núria, usted fue pionera en la escena también como mujer empresaria. ¿Qué fue lo más difícil?
-NE: Sobrevivir. Hablamos de los años 60, muy marcados por la censura. Había que tener siempre un plan B, o C, porque éramos conscientes de que el A podía quedar barrido de un plumazo. La compañía la creó mi marido. A mí me parecía algo imposible, pero él me respondió que los sueños no nos los iban a regalar. Que había que pelear. Para mí fue como crecer diez años de golpe cuando tuve que escoger la obra que quería hacer, quién la iba a dirigir, con qué actores íbamos a contar. Pero tuve siempre el apoyo constante de mi marido. Sin él mi carrera habría sido muy distinta. Además de tener la casa siempre hipotecada y todo eso, el momento político tan siniestro te obligaba a ser más consciente. Compartíamos los miedos, pero también las ganas de hacer algo y de que eso que hacíamos sirviera para algo.
-Perdone el atrevimiento, pero ¿está convencida de que sirvió?
-NE: Sí, desde luego. Los teatros estaban llenos y sobrevivíamos. Sin subvenciones ni ayudas de ningún tipo. Queríamos pelear y peleábamos. El comportamiento de la censura era impredecible: lo mismo dejaban pasar Marat-Sade de Peter Weiss que no te permitían montar a Arrabal. Hoy cuentas estas anécdotas y parece muy divertido, pero en su momento lo pasábamos mal. Aunque, si te digo la verdad, me alegro mucho de haber vivido aquellos tiempos. En mi adolescencia yo era una persona terriblemente tímida y eso se me quitó de golpe cuando tuve que discutir con un actor sobre su salario. Pero aquí estamos. Nos hemos equivocado muchas veces pero también hemos acertado. Si sólo hubiéramos errado, no estaríamos aquí. Respecto a lo que preguntabas antes sobre el teatro español contemporáneo...
-Diga, diga.
-NE: Te costará creerlo, pero no pienso en eso nunca. Tengo la impresión de que va bien cuando me recomiendan con insistencia que vea una obra. Últimamente, por ejemplo, me han recomendado varios compañeros que vea Prostitución, de Andrés Lima, que es un director extraordinario. Y el hecho de que le vaya bien me alegra tanto como si fuese mi hermano. Igual que la gente que lucha en el Teatro Pavón con los euros igual que luchábamos nosotros con las pesetas, peleándose con cuentas que no salen. El teatro es un mundo en constante movimiento. Con cambios a la vista.
-¿Qué cambios?
-NE: Pues eso depende de Lluís. Él dirá lo que tengo que hacer.
-¿Está sobre la mesa la posibilidad de que Shakespeare vuelva a unirlos? Usted, Núria, ya fue el Próspero de La tempestad. ¿Entraría en sus planes repetir?
-NE: No, Próspero no. En aquel montaje hice también de Ariel, por cierto.
-LP: Siempre nos quedará Shakespeare.
-NE: Es el padre eterno, está en todas partes.
-LP: Podemos decir de él todo lo que hemos dicho de Lorca pero en un contexto universal.
-NE: Si lo piensas bien, Shakespeare es un puntal en Inglaterra no sólo de su cultura. También de su economía. Y ya podemos decir lo mismo de España y Lorca. Recuerdo a las gitanas de El Vacie que hicieron La casa de Bernarda Alba. Fue algo muy emocionante. A Federico le habría chiflado. Lorca está en todas partes. Hay grupos de teatro que hacen sus obras donde quiera que vayas. Se le lee en toda Europa. Es una inspiración decisiva para todo el que quiere hacer teatro. Para mí lo fue, desde luego. Luego ya la vida, una vez que empiezas, te lleva por un camino o por otro. Lluís, tú y yo hemos tenido suerte.
-LP: Mucha suerte. Si algo recuerda uno de la etapa de Núria al frente del CDN fue Doña Rosita la soltera. Y de la mía, seguramente, El Público. Yo le dediqué a Federico toda una temporada. Pero el estreno de El Público fue un regalo único. Como tocar por primera vez una partitura de Mozart.
-Aquel estreno vino a demostrar que buena parte de lo que el teatro europeo creyó inventar en los años 50 y 60 ya lo había creado Lorca treinta años antes.
-LP: Así es. Muchas cosas de Beckett y Genet, por ejemplo, están en Lorca. Pero su anticipación va más allá de su faceta de escritor. Después de la Segunda Guerra Mundial, la política que asimilaron los principales teatros nacionales europeos fue la de poner los clásicos al servicio de los ciudadanos, de la gente. Y eso lo había hecho Federico veinte años con La Barraca. Era un iluminado.
-Núria, ¿qué cualidad destacaría en Lluís como director?
-NE: Lluís no se parece a nadie en este país. Sus espectáculos sólo pueden estar dirigidos por él. Su mano, que es fina y delicada con los actores, a la vez que segura, se ve a la legua. Veo a la gente que ha bebido de sus espectáculos, que trata de encontrar esa especie de limpieza iluminada en sus montajes, ya sea de Eduardo De Filippo o de Shakespeare. Los actores que pasan por su mano quedan marcados por su manera de comprender y de transmitir. Cuando preparábamos el Rei Lear, había intervenciones de gente muy joven que constaban de una sola frase: “¿No has oído ruido de espadas?” Pues bien, Lluís convertía eso en una gran escena. En un acontecimiento. Y eso pasaba una vez, y otra, y otra. Por eso todos los jóvenes que trabajan con él terminan dedicándose al teatro, seguro. Ya no quieren hacer otra cosa.
-Y usted, Lluís, ¿qué ha aprendido de su trabajo con Núria?
-Uno aprende no de lo que le enseñan, sino de lo que uno aprende. Y con Núria he aprendido que siempre se puede ir más lejos. Con ella sabes que puedes pedir ocho y que vas a tener diez. Núria es imprevisible, ante todo, para sí misma. Y eso es lo extraordinario. No es alguien que tenga los sentimientos almacenados en una estantería y opte en cada ocasión por uno u otro. No, se sorprende a ella misma. Hay muy pocos actores que lleguen a ponerse en riesgo, porque para ponerse en riesgo hay que ser muy buen atleta. Y Núria se pone siempre en riesgo. Va más allá y lleva al espectador más allá.
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