Miguel Romero Esteo: fin y principio de un teatro imposible

Obituario | Miguel Romero Esteo

El dramaturgo, Premio Nacional en 2008 y profundo renovador de las artes escénicas en el siglo XX, falleció a los 88 años tras permanecer ingresado y en aislamiento por una infección

El dramaturgo Miguel Romero Esteo.
El dramaturgo Miguel Romero Esteo. / Málaga Hoy

Málaga/En más de una ocasión afirmó Miguel Romero Esteo: “Mi teatro se reconocerá cuando yo esté muerto”. Otras veces sentenciaba, con algún insulto de propina: “Alguno se hará rico a mi costa cuando yo ya no esté”. Divagar sobre la opinión que le merecía al autor la posteridad significaría incurrir en contradicción, aunque seguramente el precio es inevitable a la hora de aproximarse a un talento que fue en sí mismo un ejercicio de contradicción. La cuestión es que ya estamos en ese punto: el dramaturgo, nacido en el municipio cordobés de Montoro en 1930, falleció este jueves en el Hospital Regional de Málaga después de pasar una jornada ingresado a cuenta de una infección bacteriológica que terminó resultando fatal. Romero Esteo vivió sus últimos años en un retiro casi absoluto en su casa familiar, con su salud delicada y sin comparecencias públicas. Pero su aportación a la vida cultural española, muy particularmente en Málaga, es tan descomunal como desconocida. No es descabellado afirmar, de entrada, que con Romero Esteo muere una historia del teatro español que pudo ser y no fue. O que tal vez empieza ahora.

Romero Esteo se trasladó junto a su familia a Málaga con sólo nueve años y se licenció en Madrid en Periodismo y Ciencias Políticas. Escribió sus primeras obras a comienzos de los años 60 y no tardó en facturar sus grotescomaquias, obras marcadas por el exceso, de gran extensión, enormes repartos, parlamentos quilométricos y puesta en escena a menudo imposible: piezas como Pontifical, Paraphernalia de la olla podrida, la misericordia y la mucha consolación, Pasodoble, Tartessos, El vodevil de la pálida, pálida, pálida, pálida rosa y Horror vacui, fueron generalmente prohibidas por el franquismo, tanto en lo relativo a su edición como a su representación, con la excepción de algunas funciones no exentas de polémica en festivales como el de Sitges y el Festival de Teatro Nuevo de Madrid y en salas casi siempre independientes. En 1985 recibió el Premio de Teatro del Consejo Europeo por Tartessos y justo entonces decidió volver a Málaga, a cuya Universidad se incorporó como profesor y siguió escribiendo, así como impulsando nuevos montajes de sus obras en la presunta tranquilidad de la periferia.

"El teatro era para él algo muy distinto de una cuestión intelectual.Era ante todo una fiesta", afirma el director teatral Juan Manuel Hurtado

Su impronta se dejó sentir en la ciudad nada más llegar: enseguida fundó el Festival de Teatro Internacional de Málaga, que contó todavía en los 80 sus primeras funciones en el Teatro Romano, junto a la vieja Casa de la Cultura, donde actuaron figuras del calibre de Bob Wilson y Jan Fabre invitados por Romero Esteo. Tras la restauración y la adquisición municipal del Teatro Cervantes, el festival se trasladó al mismo ya con la colaboración de quien sería posteriormente su responsable, Miguel Gallego, fundador de la compañía Elestable, quien conocía a la familia de Romero Esteo desde su infancia y quien mantuvo el sello del fundador en el certamen a lo largo de tres décadas (actualmente, Gallego prepara como director la próxima apertura del Teatro del Soho, promovido por Antonio Banderas). Mientras tanto, Romero Esteo publicaba ensayos y monografías sobre temas diversos, incluida una de sus grandes pasiones: los verdiales, cuyo estudio al respecto se considera canónico. En 2008, conformado ya con un segundo plano, recibió, en una irónica jugada del destino, el Premio Nacional de Literatura Dramática por Pontifical, una obra estrenada cuarenta y dos años antes y que no había sido publicada oficialmente hasta que la Editorial Fundamentos la incluyó en sus Obras completas. En los últimos años, la Asociación Miguel Romero Esteo, creada en Málaga por el primer director del Teatro Cervantes, Carlos de Mesa, y el director escénico Rafael Torán, ha favorecido la representación de algunas de sus obras, como La oropéndola, en un montaje que, dirigido por el segundo, se representó con éxito en Estrasburgo treinta años después de que Romero Esteo recibiera allí el Premio del Consejo Europeo. De cualquier forma, su escritura excesiva, a prueba de actores y directores, ha contribuido a que sus representaciones constituyan contadas excepciones mientras el interés académico por su teatro crecía en países como Francia y Alemania, con diversas tesis publicadas en los últimos años. No obstante, la llama se mantiene viva: la productora audiovisual malagueña MLK realizó un documental dedicado al dramaturgo hace unos años y muy próximamente, el 12 y 13 de enero, el actor Ángel Baena estrenará en el Teatro Cánovas su producción de El barco de papel.

'La oropéndola', dirigida por Rafael Torán.
'La oropéndola', dirigida por Rafael Torán. / Málaga Hoy

El director Juan Manuel Hurtado, que se ocupó del montaje de varias obras de Romero Esteo tras la llegada del autor a Málaga, situó al dramaturgo historiográficamente hablando “en el salto que sigue a Valle-Inclán y la Generación del 27 en el teatro español del siglo pasado. De este salto nacen dos tendencias: una, más realista, cuyo principal representante es Buero Vallejo; y otra más experimental, incluso underground, que tiene su cima en Romero Esteo y que cuenta con otros autores como Jerónimo López Mozo”. Hurtado recuerda que esta segunda tendencia quedó soterrada “porque tuvo muy poca aceptación”, y recordó de hecho el titular de la crítica que firmó Eduardo Haro Tecglen (“que sin duda prefería a Buero”) tras el estreno del montaje de El vodevil de la pálida, pálida, pálida, pálida rosa que protagonizó Carmen de la Maza: “El teatro escupe lo que no le pertenece”. “En sus últimos años, Romero Esteo llegó a sentirse muy resentido por el hecho de que no se representaran sus obras en España”, apuntó en declaraciones a Málaga Hoy Hurtado, que continuó así: “Se convirtió en una especie de Thomas Bernhard. Decía que quería desentenderse de España y hacerse apátrida. Pero, al mismo tiempo, Romero Esteo era muy consciente de la enorme dificultad que entraña montar sus obras”. Y apuntó Hurtado un matiz revelador: “El teatro era para él algo muy distinto de una cuestión intelectual. Decía que pensar era para los cultos. Que el teatro era para reír, una fiesta. Al mismo tiempo, decía que su obra estaba plenamente imbricada en la realidad. Lo curioso es que poseía una cultura muy amplia. Podía disertar sobre cualquier tema de manera espontánea con verdadera autoridad”.

Carlos de Mesa recordó, al igual que Hurtado, “el carácter generoso y afable” de Romero Esteo, así como “su compromiso absoluto, no sólo artístico, también político e ideológico. Desde hacía años, por ejemplo, acogía en su casa a inmigrantes que no tenían otro sitio a donde ir, y lo hacía como algo absolutamente natural”. Carlos de Mesa subrayó la aportación del dramaturgo a la vida cultural de Málaga: “A través del Teatro Independiente, supo movilizar a mucha gente que necesitaba estímulos para la creación cultural y sentar las bases de todo lo que vino después”. El director teatral y editor Luis Vera concluye así su recuerdo de Romero Esteo: “Fue, sencillamente, el mejor dramaturgo español de su generación. Y también el más contradictorio”. Enigma y luz. Como la escena.

“No sé por qué irrito a la gente. Será porque la gente me irrita a mí”

Si los encuentros con Miguel Romero Esteo resultaban por lo general memorables, no menos fue la entrevista que concedió a Málaga Hoy en octubre de 2008, tras la concesión a cargo del Ministerio de Cultura del Premio Nacional de Literatura Dramática por Pontifical, una obra estrenada cuarenta y dos años antes, que por culpa de la censura franquista primero y del desinterés editorial después, no había podido publicara hasta entonces. El dramaturgo se refería así a la cuestión: “Eso ha llamado mucho la atención en este país, dentro de que no hay nada de qué hablar. Y no sé por qué, las bases del premio son claras: se exige que la obra haya sido publicada el año anterior, pero de cuándo haya sido escrita no refiere nada. Hace unos años le dieron el premio a Arrabal por una obra que había escrito tres o cuatro años antes y nadie protestó, nadie dijo nada. No sé por qué irrito ala gente. Será porque la gente me irrita a mí. Hace unos días salió en El País un editorial envenenado contra mí por haber conseguido este premio, defendiendo que nunca deberían habérmelo dado. Y, en fin, el de Literatura Dramática es uno de los Premios Nacionales chusmeros. Pero la verdad es que ese editorial envenenado me ha encantado. Uno se hace notar con esas cosas”.

Sobre las vanguardias, apuntaba lo siguiente: “La vanguardia es un término militar que no me gusta mucho. El vanguardismo me repele. Yo empecé en el teatro porque trabajaba de periodista, ganaba poco dinero y quería ganar más. Mi motivación no era artística, sino crematística. Para escribir aquellas obras inventé unos desmadres salvajemente cómicos, con tal de que funcionaran en taquilla. Y de repente me vi convertido en un escritor de vanguardia, que me cae gorda. Mis poemas, por ejemplo, no tienen nada de vanguardistas. Pueden ser singulares, pero no vanguardistas. Y del teatro me interesaba la taquilla; está mal que lo diga por aquello de que los escritores parecemos seres geniales, casi como iconos que han sustituido a los santos de la Iglesia. Yo soy más bien malvado, la santidad me incomoda. La vanguardia me gusta como receptor, como lector. Me he informado de todos los vanguardismos habidos y por haber. ¿Sabía que a comienzos de los 70 había arquitectos que construían rascacielos inflables? Al final, creo que los vanguardismos trascienden lo humorístico y tienen más que ver con estar loco. Son pasiones demasiado al límite”.

Y sobre la censura: “He afrontado muchos obstáculos de los que no puedo hablar porque son muy sanguinarios. Pero censuras hay muchas; la censura franquista se podía trampear, uno podía buscarse la manera de sortearla, pero después de la Transición llegó la censura social, por la que toda la masa poblacional detesta lo que estás haciendo y te cierra las puertas. Y ésa, que perdura todavía, no se puede trampear”.

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