Ozores: una dinastía de cómicos

Carlos Colón

13 de mayo 2010 - 05:00

Cinco generaciones de cómicos, que se remontan a mediados del siglo XIX, latían en el corazón ahora parado para siempre de Antonio Ozores. Los antepenúltimos de estas generaciones fueron sus padres, los actores Luisa Puchol y Mariano Ozores Francés. Los penúltimos fueron los tres hermanos José Luis (cuya muerte temprana lloró toda España), Mariano y Antonio. Y los últimos son Adriana y Emma. Seguirán pues sobre los escenarios los Ozores después que ayer se parara el corazón de Antonio, enlazando el siglo XIX y el XXI a través de una de las más largas y populares dinastías de cómicos.

Aún niños los tres hermanos trabajaban junto a su padre en espectáculos como Los cuatro ozoritos. La familia hacía de todo: teatro, revista, variedades. Y cuando llegó la hora del cine, películas. No siempre con el humor más fino, desde luego; pero es que venían de lo más duro del teatro en los años más duros. Fellini adoraba a estos cómicos de lo que en Italia se llama avanspettacolo y varietá: de allí sacó a Aldo Fabrizi para proponérselo a Rossellini como intérprete de Roma città aperta. Los cómicos españoles, cuando llegó eso del Nuevo Cine, casi no tuvieron fellinis que aprovecharan su talento. Pero antes sí. En los 40 y 50 grandes directores como Sáenz de Heredia, Neville, Fernán Gómez, Berlanga, Forqué o Lazaga les dieron los papeles que merecían.

Con Edgar Neville, en El último caballo, debutó Antonio Ozores en el cine. No es casual que sus mejores interpretaciones las hiciera entre 1950 y 1970, destacando joyas mayores o menores como Esa pareja feliz, Los ladrones somos gente honrada, Los tramposos y Cómo está el servicio! Y para qué seguir. 167 películas, 210 obras de teatro y la invención de un tipo surreal en la estela de La Codorniz son su legado.

No se trata de decir de Ozores, ahora que ha muerto, lo que no se le dijo en vida. Pero hay que reconocer que escuece pensar que sus películas eran ignoradas cuando se babeaba ante los bodrios de la Escuela de Barcelona, por poner un ejemplo de pedantería insoportable. La venganza es que ya sólo los ayatolá con turbante de celuloide son capaces de tragarse Ditirambo, mientras lo mejor del humor de Antonio Ozores sigue vivo y hace reír.

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