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El jardín de los monos
Habíamos dejado a Simón de Monfort ya instalado como señor del Vizcondado de Carcassonne, Albí y Béziers, una vez doblegados los señores de los castillos de todas las tierras de los Trencavel. La ambición de Simón de Monfort, unida al odio que algunos prebostes eclesiásticos tenían a los herejes, entre ellos y principalmente, Amaud Amaury, ya nombrado arzobispo de Narbona, hacía que la misión no la tuviese por finalizada sin poner la mano sobre el rico Condado de Toulouse y el rebelde Condado de Foix, ambos protectores de los cátaros. Había llegado la hora de intentarlo una vez conseguido que el Rey de Aragón, Pedro II, le reconociese como el nuevo señor de aquellas tierras y vasallo suyo.
Cuesta trabajo entender que Simón de Monfort se hiciese en tan poco tiempo con el Vizcondado. Tampoco parecía comprensible que intentase ahora conquistar el Condado de Toulouse, siendo como era que pertenecía a una de las familias más poderosas de la Francia Meridional: la casa de los Saint-Gilles. Sin embargo lo dispuso todo para ir contra el conde Raimundo VI sin importarle que fuese primo de Felipe II Augusto, rey de Francia, cuñado de Pedro II de Aragón y también, por segundas nupcias, de Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra.
Raimundo VI era un liberal, sibarita, amante de la poesía y permisivo con los cátaros establecidos en sus posesiones, lo que le ocasionó serios altercados con el clero, especialmente con el legado papal Pierre de Castelnau, antecesor de Arnaud Amaury. Tan conocida era su actitud para con los herejes que cuando, en enero de 1208, asesinaron en Saint-Gilles al tal Pierre de Castelnau, la Iglesia le acusó del crimen y procedió a excomulgarlo.
Cuando los ejércitos franceses se reunieron para comenzar la cruzada ya se temió el tolosano que fuese contra él y, como buen diplomático, se apresuró a pedir perdón y hacer promesa de ayudar a la Iglesia contra la herejía. Fue perdonado aunque para ello hubo de sufrir humillación y penitencia pública ante las tropas cruzadas en Saint-Gilles. Eso, que ocurrió en julio de 1209, tuvo la consecuencia de convertir a Raymond Roger de Trencavel en el primer objetivo de los cruzados. Sin embargo, aún estando presente con las tropas cruzadas, Raimundo VI no participó activamente en la guerra contra el Vizconde.
La decisión de Simón de Monfort de ir contra el conde de Toulouse vino motivada porque, cuando el conde vio lo que aquél estaba haciendo con los vasallos de Trencavel, se arrepintió de su arrepentimiento y organizó la resistencia contra los cruzados en el Languedoc. La consecuencia fue que en 1211 el Papa volvió a excomulgarlo de nuevo en el Concilio de Montpelier y los cruzados se reforzaron con más tropas del norte. Raimundo VI no pudo evitar que el nuevo vizconde de Carcassonne pusiese sitio a Toulouse que fue asediada, tomada y reconquistada por varias veces. Hay que tener en cuenta que la cruzada, hasta la toma definitiva de todo el Languedoc, duró treinta años y, en ella, lucharon dos generaciones.
En el primer asedio de la ciudad, todos los señores que apoyaban al Conde y rechazaban al de Monfort, aunque hubiese sido designado por el Papa, acudieron a Toulouse para defenderla. Así que resistieron un par de años hostigados por los cruzados, hasta que, en 1213, se produjo un hecho de vital importancia para sus aspiraciones. El rey Pedro II de Aragón acudió con sus tropas en defensa de Raimundo VI con la desgracia de que, aún siendo muy superiores en número a los cruzados, perdieron la batalla de Muret, muriendo en ella el rey aragonés. Lo que parecía una victoria fácil se convirtió en una debacle de terribles consecuencias para todo el Languedoc.
Pero con todo, Simón de Monfort no entró en Toulouse. En 1215, Inocencio III convocó un nuevo Concilio en Letrán en el que se determinó desposeer de todos sus bienes a Raimundo VI. Tras este Concilio, el vizconde aún no tenía clara su hegemonía sobre todo el Languedoc, a pesar de que el conde de Toulouse y su heredero habían salido del país. De nada sirvió que el rey Felipe II Augusto invistiese a Simón de Monfort como señor de todo el territorio con capital en Toulouse. La cruzada había derivado en una simple campaña militar de conquista y el motivo por la que se inicia seguía vivo y eso es lo que preocupaba a la Iglesia: La herejía aún no había sido erradicada. Si bien la preocupación estaba minorada por los pingües ingresos que las conquistas del normando le estaba proporcionando.
Un año después, Raimundo VI y su hijo, Raimundo VII, volvieron con sus ejércitos y derrotaron a Simón de Monfort en la batalla de Bucaire. El joven Raimundo resultó ser mucho mejor estratega y tener mucho más espíritu militar que su padre. No le sentó nada bien la derrota al vizconde de Carcassone, Albi y Béziers que se vio obligado a negociar con el Conde de Toulouse. En 1217, Raimundo VII entró triunfalmente en Toulouse. A él se habían unido todos los señores feudales desposeídos de tierras a los que se les denominó “faidits” (el término derivó en castellano a “proscritos”). Mientras los tolosanos se organizaban y reconstruían las fortificaciones, Simón de Monfort no dejó de hostigarles. Puso sitio a la ciudad sin resultado hasta que, en junio de 1218, murió. Una muerte que perjudicó su bélico curriculum, ya que falleció de una pedrada que le atizó una mozuela desde la muralla.
El rey de Francia nombró al hijo, Amaury de Monfort, jefe de la cruzada, pero no tenía las dotes de su padre para la milicia, así que cogió el petate y se fue a París. Falleció también por esa época el papa Inocencio III. Su sucesor, el papa Honorio III, convenció al rey Felipe II Augusto de que convocara otra cruzada para rematar la conquista. El rey accedió y envió, al frente de ella, a su hijo el príncipe Luis VIII, apodado El León. Éste tomó la ciudad de Marmande que había capitulado ante su asedio. Aún así, el príncipe pasó a cuchillo a toda la población. Después puso sitio a Toulouse, pero terminó levantándolo.
Tras la muerte de Raimundo VI en 1223, año en el que también falleció el rey de Francia, Felipe II Augusto, Luis VIII, ya rey, se percató de que todo el Languedoc podía acabar bajo su real manto, así que intentó convencer al Papa de iniciar una nueva cruzada. Dos años después, en 1225, año en el que también murió el terrible Arnaud Amaury siendo arzobispo de Narbone, en el Concilio de Bourges, el rey francés consiguió que se aprobara una nueva cruzada. La decisión conciliar fue terrible para la región. Cundió la desesperanza y el desasosiego. Cuando en 1226 las poblaciones del Languedoc vieron que Luis VIII se lanzó con sus tropas a una nueva campaña se dieron por perdidas. El propio rey pensó que sería un paseo militar, pero se equivocó. En su avance hacia la ciudad de Foix, enfermó y se fue con su Augusto padre. Fue en Montpensier. Tomó el mando de las tropas su primo Humberto de Beaujeu que se dedicó a arrasar todo lo que encontraba a su paso.
El Languedoc estaba asolado y desolado. En 1229, el nuevo rey Luis IX (San Luis) firmó el Tratado de París. Un tratado que fue una autentica humillación para el valiente Conde de Toulouse, Raimundo VII. Fue obligado a desposar a su hija y heredera Juana con un hermano del Rey de tal forma que, si el moría antes o no tenían descendencia, sus posesiones pasaban directamente a la corona francesa. En el mismo tratado todas las posesiones de los Trencavel pasaron también a la corona. En 1231 el castillo de Montségur se convirtió en el refugio de los cátaros y murió el siniestro Foulque de Marsella, obispo de Toulouse. En 1232, el cátaro Gillabert de Castres, obispo cátaro de Toulouse, celebró un sínodo en Montségur y en 1233 el papa Gregorio IX consagró la Inquisición y, ya sin cruzada, las barbaries continuaron.
El Tratado de París no acabó con la situación de guerra y desolación. En 1240 el nieto de Trencavel puso sitio a Carcassonne, dos años después se volvió a rebelar Raimundo VII y se produjo la matanza de Avignonet. En 1243 se celebró otro Concilio en Béziers en el que se decidió la destrucción del castillo de Montsegur. En 1244 fue arrasado y quemados en la hoguera los cátaros que no abjuraron de su fe que fueron todos. El trabajo de limpieza religiosa continuó en manos de la Inquisición y duró hasta bien entrado el siglo XIV.
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