Paseando por Roma IX: De la Chiesa del Gesú al Panteón

El Jardín de los Monos

La Chiesa del Gesú fue la primera iglesia de los jesuitas en Roma. Fue considerada como la primera iglesia barroca y su aspecto influyó durante más de un siglo en la arquitectura religiosa europea

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El Panteón de Roma.
El Panteón de Roma.
Juan López Cohard

17 de septiembre 2022 - 07:00

Málaga/La Chiesa del Gesú, de finales del s. XVI, fue la primera iglesia de los jesuitas en Roma. Fue considerada como la primera iglesia auténticamente barroca y su aspecto influyó durante más de un siglo en la arquitectura religiosa europea, es más, fue el modelo de todas las iglesias de la orden que fundara San Ignacio de Loyola en el mundo y, especialmente, en Latinoamérica. Se construyó bajo el mandato del tercer prepósito (superior) de los jesuitas, el español Francisco de Borja.

En su diseño y construcción intervinieron varios arquitectos, entre ellos Miguel Ángel, aunque los dos fundamentales fueron Vignola y Giacomo della Porta. El interior, inicialmente muy sobrio, se fue enriqueciendo con obras de los más célebres maestros del Barroco, destacando en su decoración el fresco del techo, Triunfo del nombre de Jesus, de Giovanni Battista Gaulli.

Desde la Iglesia del Gesú, Vasari nos llevó por el Corso Vittorio Enmanuele II hasta el Largo Torre Argentina que en realidad es una inmensa plaza. Observándola nos explicó nuestro cicerone:

–Este espacio no se llama así en honor al país sudamericano, como se pudiera pensar, toma ese nombre porque, recién iniciado el s. XVI, aquí se estableció un Maestro de Ceremonias del papa Julio II que era de Estrasburgo, ciudad que en época romana se llamaba Argentoratum. Construyó su palacio junto a una torre y de ahí el nombre de Torre Argentina. Curiosamente, junto a ésta torre, hay otra que nada tiene que ver con ella. Esta otra se llama Torre del Papitto, estos es, (en español) del Pequeño Papa, en alusión al antipapa Anacleto II que era paticorto. En esta plaza de Largo Torre Argentina están las mayores ruinas romanas de la época republicana. A toda la zona arqueológica se le llama Area Sacra y en ella se encuentran los restos de cuatro templos anónimos, a los que se les ha llamado A, B, C y D, además de un Teatro, las Termas de Agripa y el Pórtico de Pompeyo cuyo propileo (entrada) cuenta con cien columnas. Eso que se conozca tras las excavaciones, que comenzaron en el año 30 del pasado siglo XX. En las ruinas se reconoce, además del ábside de una iglesia medieval, un templo circular probablemente de finales del s. II a.C. y dedicado a la diosa Fortuna.

En el Pórtico de Pompeyo que estamos viendo, acaeció en los idus de marzo del año 44 a.C. que un grupo de senadores conjurados asesinaron a Julio César tras una sesión del senado. Aquí pronunció Julio César sus últimas palabras dirigidas a Bruto: “¿Tú también, hijo mío?”, al menos eso dice Suetonio que le dijeron que había dicho, aunque tanto él como Plutarco dejaron escrito que César murió sin decir ni pio. Claro que con veinte puñaladas, una por cada conjurado, no parece que el hombre estuviese como para decir nada.

Desde allí nos llevó Vasari a otra de las iglesias que forman parte de la colección de joyas de la arquitectura y escultura religiosa de Roma: Santa María sopra Minerva. Antes de entrar en la iglesia quiso explicarnos algo sobre el obelisco que se encuentra en el centro de la Piazza homónima:

–En primer lugar quiero deciros que el propio nombre de la iglesia ya nos está indicando que se construyó sobre las ruinas de un templo dedicado a la diosa Minerva. Pero pongamos la atención en el obelisco egipcio sostenido por un elefante. Se le llama vulgarmente en italiano, el Pulcin della Minerva, cuando en realidad, en lugar de cerdito de Minerva deberían llamarle el piccolo elefante de Minerva, pues es un elefante lo que Bernini colocó en su monumento para representar la sabiduría divina. En la base hay una leyenda en latín cuya traducción es: “Estos símbolos de la sabiduría de Egipto que ves grabados en el obelisco que sostiene un elefante, el más poderoso de todos los animales, son la prueba de que es necesaria una mente fuerte para sostener una sólida sabiduría”. El obelisco es uno de los tres que Adriano mandó traer a Roma desde Heliopolis.

–Sta. Mª sopra Minerva –nos dijo– es la única iglesia gótica que hay en Roma. Se sabe que el templo de Minerva que había en su lugar era del año 50 a.C. y fue mandado construir por Pompeyo Magno. Los dominicos recibieron su propiedad del papa Alejandro IV en el siglo XIII y construyeron la iglesia y un convento. Hoy sigue siendo sede de los dominicos. Fue renovada en el Barroco y restaurada en el siglo XIX, adoptando ese aspecto neoclásico-medieval que tiene. En la basílica hay varios papas de la familia Medicis enterrados, además del pintor renacentista del Quattrocento, Fra Angelico, y Sta. Catalina de Siena.

–A la izquierda del presbiterio, en el crucero, hay un Cristo Redentor de Michelangelo Buonarroti. El divino hizo varias versiones de las que desechó algunas, y en todas ellas el Cristo estaba íntegramente desnudo, siguiendo los mismos cánones estéticos del clasicismo que había utilizado en otras esculturas como el David. Ahora, tras una ridicula censura, luce un horrendo taparrabos que le sienta como dos pistolas al cinto y que hiere su dignidad. A la derecha puede contemplarse el Monumento funerario de Benedicto XIII Orsini, que está antes de la capilla donde se encuentran sus restos.

Y de Sta. Mª sopra Minerva nos fuimos paseando hasta el Panteón, que es el lugar donde se le daba culto a todos los dioses de Roma. En la Piazza della Rotonda, donde se encuentra el monumento, hay otro obelisco. Explicó Vasari que:

–En el s. XV, el papa Eugenio IV derribó los numerosos puestos de venta que durante siglos se habían instalado en el solar. Más tarde, en el s. XVI, el papa Clemente XI creó la plaza y el arquitecto Giacomo della Porta diseñó la fuente que hay en su centro llamada Funte del delfin sobre la que está el obelisco de Ramses II.

–El Panteón fue construido por el emperador Adriano en el siglo II sobre las ruinas del templo que Agripa levantó en el año 27 y que fue destruido por un incendio. Vasari recordó las palabras que Adriano, en “sus memorias”, dejó escritas a través de la pluma de Marguerite Yourcenar: “Para alzar el Panteón me remonté a la antigua Etruria de los adivinos y los arúspices”. Quizá por eso el templo tiene un halo de misterio y tantas incógnitas. Sin embargo Adriano no quiso que su nombre figurara en el edificio y la leyenda que aparece en el friso del pórtico es la del templo anterior: “Marco Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, lo hizo”, de ahí que se le conozca como Panteón de Agripa. Sin duda es un edificio que impresiona. “Diseño angélico y no humano” escribió Miguel Ángel de él.

Vasari, con su peculiar amabilidad siguió explicándonos:

–Su frontal es un pórtico (pronaos) de ocho columnas y cuatro a cada lado, todas corintias. Debajo del friso, en el arquitrabe, hay otra inscripción referente a la restauración que hizo Septimio Severo a comienzos del s. III. La nave del templo es un cilindro totalmente circular y totalmente sobrecogedor, con siete nichos (o exedras), enmarcadas por columnas, y un entablamento corrido del que nace la cúpula. La altura de la nave es igual al radio de la cúpula que es una semiesfera perfecta, lo que quiere decir que el interior del templo podría acoger la esfera resultante de unir dos cúpulas. La cúpula está diseñada como un sistema dividido en círculos paralelos y meridianos, como se puede ver en los casetones que confluyen en el óculo central, única abertura al exterior que deja pasar la luz. Es impresionante. Hay que tener en cuenta que es la mayor cúpula del mundo construida de mampostería. Su peso se aligeró utilizando, para fabricar el hormigón, árido de piedra pómez. Y la suerte de que podamos contemplar hoy el Panteón se debe a que en el siglo VII el papa Bonifacio IV lo convirtió en la Iglesia de Sta. Mª de los Mártires, aunque todo el mundo la llamó Sta. Mª Rotonda, de ahí el nombre de la plaza.

En el siglo VII el emperador Constante II se llevó a Constantinopla todo el bronce que le pudo arrancar. En el siglo XIII le colocaron un campanario en el centro de la cúpula y, en el s. XVII, el Barberini papa Urbano VIII, echó abajo el campanario y le puso dos torres gemelas, atribuidas erróneamente a Bernini. Popularmente, estas torres, fueron conocidas como las orejas de burro y permanecieron hasta que en el siglo XIX las derribaron. Además, el bárbaro papa Barberini, también arrambló con todo el bronce de la cúpula y el pórtico del Panteón. Lo fundió para fabricar bombardas destinadas a la fortaleza de Sant’Angelo y las columnas salomónicas del baldaquino de San Pedro. En fin, que si está vivo es de puro milagro.

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