Paseando por Roma XX: Arrivederci (Una cena soñada con Indro Montaneli)
El jardín de los monos
Amigos béticos, no olvidéis nunca que nuestros orígenes son estos romanos que crearon un imperio vinculado a ese maravilloso mar que denominaron el “Mare nostrum”
¡Claro que volveríamos! En Roma siempre quedan cosas por descubrir
Paseando por Roma XIX: Tivoli (de Villa d’Este a Villa Adriana)
“Arrivederci Roma, adiós, goodbye, au revoir, puede que algún día vuelva a verte”. Eso cantaba Doménico Modugno en una de las estrofas de la canción. Y nosotros, como todo el que visita la eterna ciudad, sentíamos lo mismo con un nudo en el corazón. ¡Claro que volveríamos! En Roma siempre quedan cosas por descubrir.
Vagamos sin rumbo para despedirnos de la eterna ciudad, si bien el último paseo no iba a ser por sus calles, plazas, fuentes o monumentos, iba a ser por la historia pequeña de Roma y los romanos. Un paseo que soñamos con Indro Montanelli en el restaurante Alex, en Vía Véneto, tomando un refrigerio y cenando, mientras el célebre historiador nos descubría que de aquellos romanos de la antigüedad clásica, tanto sus costumbres como su forma de vida seguían vivas en la Europa de nuestros días.
--Bien, amigos, -comenzó diciéndonos mientras nos servían unos aperitivos- no digamos nunca que vamos a tomar un refrigerio ya que para los romanos refrigerium eran los tres banquetes que se celebraban para consuelo de los deudos de un finado. Digamos que vamos a tomar un aperitivo para después cenar. Aunque cenar, tal como lo vamos a hacer, tampoco se ajusta mucho a la que hacían nuestros antepasados romanos, ya que las cenas podían contener del orden de veinte o más platos. Se cuenta que Lúculo, famoso comilón, una noche que su criado le sirvió menos platos de lo habitual le preguntó el porqué de ello. El criado le contestó que le había servido menos cantidad porque esa noche no tenía invitados, a lo que él le contestó: No olvides que Lúculo cena hoy en casa de Lúculo. Aparte de anécdotas, es importante no caer en el tópico de que los romanos fueron siempre igual. La evolución fue continua en todos los terrenos, tal como ha ocurrido con todos los pueblos en su historia. Recordemos que estos aldeanos comenzaron derrocando una monarquía, después lucharon durante dos siglos por la igualdad política entre patricios y plebeyos, luego tuvieron las guerras sociales derivadas de la reivindicación de los pueblos de la Península Itálica para obtener la ciudadanía romana, posteriormente sufrieron levantamientos de esclavos, revueltas provocadas por los partidos populistas y, tras varias guerras civiles, acabaron con la República y aparecieron los emperadores, o sea, volvieron a un régimen similar al inicial. Pero sin duda alguna hay muchas cosas que, en mayor o menor medida, les colocan la vitola de romanos a todos.
--Recordad que os dije que Roma fue grande a pesar de las humanas debilidades de sus hombres. Algunas de éstas han sido tan tremendas y truculentas como históricas. Por ejemplo, en Roma sucedían cosas como ésta: Marco Licinio Craso, riquísimo, hizo su fortuna por tener a su cargo el cuerpo de bomberos. Cuando había un incendio se presentaba en él, le pedía al propietario una cifra descomunal, si pagaba lo que le había pedido apagaba el fuego y si no se sentaba a ver cómo ardía el edificio. Pero quizá sean las atrocidades de los emperadores lo que más juego haya dado a la literatura y al cine y se lo debemos, en buena parte, a Suetonio por su obra “Los doce césares”. También eso ha creado una serie de estereotipos que nada tienen que ver con la generalidad de los romanos, si bien tales excentricidades, a veces sanguinarias y crueles, se dieron en la realidad. Por ejemplo, Nerón persiguió a Vespasiano porque se durmió mientras cantaba. Otros muchos, por no aplaudirle, fueron ejecutados. Calígula para ofender al Senado quiso hacer senador a su caballo Incitato. Vespasiano se reía de sus senadores, y los despedía con sonoras ventosidades. Cómodo además de meterse a gladiador y cobrar sus actuaciones del erario público, se permitió tener dos harenes, uno con trescientas mujeres y otro con trescientos muchachos. Y ¡qué decir de los temas amorosos!, verdadero escándalo en las cortes imperiales: El extraordinario Julio César, de joven, fue amante del rey de Bitinia que lo vestía y maquillaba como si fuese una jovencita. Heliogábalo tuvo por amante a su cocinero que estaba extraordinariamente dotado; lo trató como si fuese su marido y hacía el amor gritándole: “Trabaja cocinero”.
--Los crímenes estuvieron a la orden del día. Tiberio, Calígula, Nerón, Domiciano, Cómodo, Caracalla, Heliogábalo y un montón más de emperadores fueron asesinos en serie. No digamos los que decretaron las persecuciones cristianas, aunque éstas fueron más por motivos políticos que por sadismo o por miedo. Sí, sí, por miedo. Muchos crímenes ordenados por los emperadores fueron por estar permanentemente bajo la sospecha de ser asesinados. Así que vivían atemorizados. Al fin y al cabo fueron raros los emperadores que murieron por causas naturales. Y puestos a matar ¡qué decir de las emperatrices! Eran maestras en el arte del envenenamiento. Ejemplo de todas fue la propia Livia, mujer de Augusto.
--Pero todas esas atrocidades y extravagancias estuvieron mezcladas con actos de valor y muestras de sabiduría. En cierta ocasión, Pompeyo, corriendo un gran riesgo, se puso al frente en una batalla para alentar a sus soldados. Cuando algunos amigos le recriminaron que arriesgase así la vida, Pompeyo les dijo: “No estoy aquí para vivir, sino para vencer”. Lucretia, que fue violada por el hijo del rey Tarquinio el Soberbio, decidió hacer público el crimen y delante de su padre y del rey se suicidó diciendo: “Es preferible morir que avergonzarse de vivir”. Con este valeroso gesto Lucrecia provocó un alzamiento contra el tirano rey de Roma, la caída de la Monarquía y el advenimiento de la gloriosa República de Roma. La sabiduría de Cicerón era proverbial. Cuando ya sesentón se casó con una jovencita, sus amigos le recriminaron diciéndole que apenas era una niña. Él les contestó: “Mañana será mujer”.
--Con todo, los romanos eran extraordinariamente escrupulosos con la ley. Cicerón afirmaba que “Somos esclavos de la ley para poder ser libres”. Séneca aconsejaba que la ley fuese breve para que los profanos la recordasen con facilidad. Tácito afirmaba que sólo las repúblicas corruptas tenían muchas leyes. Y cuando Caracalla le pidió al abogado Papiniano que lo defendiese ante el Senado por el asesinato de su hermano Geta, aquél le contestó: “Es más fácil cometer fratricidio que defenderlo”.
--Pero no todo lo que nos ha quedado de ellos son los hechos de los ricos y poderosos. El pueblo llano nos legó muchos usos y costumbres que aún conservamos. Por ejemplo gestos como hacer la peseta; dice Marcial en un epigrama: “Riete mucho del que, Sextilio, te ha llamado marica y levanta el dedo de en medio”. (Ese gesto sigue teniendo el mismo significado hoy: el de meter el dedo, como símbolo fálico, por el culo del receptor del gesto). O el gesto de cornudo, índice y meñique levantados, que aparece representado en algunos frescos de Herculano. También los romanos se lanzaban besos poniendo sus dedos en la boca; Tácito criticó al emperador Otón porque tiraba besos a la gente en su proclamación. También tiraban del lóbulo de la oreja para felicitar el cumpleaños. También heredamos de ellos nuestra famosa siesta cuyo nombre proviene de la hora “sexta”, ya que el día de un romano normal se dividía así: por la mañana lo primero era el desayuno, normalmente en una tabernae, después se iba al trabajo, sin que faltara dar una vuelta por el Foro, y tras una ligera comida, a la hora sexta del día se daba una cabezadita; echada la siesta tocaba ir a las termas y, al final del día, se hacía la comida más importante, o sea, la cena.
--También heredamos el diseño de las casas, especialmente en Andalucía (la Bética romana), que han mantenido la distribución como la tenían las domus romanas. Estas cosas las cuenta maravillosamente bien el profesor Emilio del Rio en su libro “Calamares a la romana” editado por Espasa, de imprescindible lectura para los amantes y curiosos del mundo romano. Dice en él, respecto de nuestras domus andaluzas, “cuando leo que son de influencia árabe me desespero”. Efectivamente, la distribución de la vivienda en torno al atrio no puede ser más romana. Y qué decir de las joyas, seguimos apreciándolas como las apreciaban ellos y las seguimos usando de igual modo, como las alianzas de casados o los anillos como sello. También ocurre con los regalos de Navidad, proviene la costumbre de los regalos que se hacían los romanos en las fiestas saturnales de diciembre. Por el poeta Marcial conocemos el tipo de regalos que se hacían: perfumes, objetos de marfil, agujas de oro para el pelo, etc. Y, curiosamente, hasta el regalo sorpresa del roscón de Reyes cuenta con más de 2.500 años. Los romanos, por estas fechas solían comer una torta redonda con miel a la que se le introducía una haba que era símbolo de la buena suerte, al que le tocaba se le coronaba como el rey de la fiesta; con el tiempo se le fueron añadiendo regalitos sorpresas, como monedas o figuritas de cierto valor, por lo que al que le tocaba el haba que no valía nada, terminó siendo el tontolaba.
En fin, amigos béticos, no olvidéis nunca que nuestros orígenes son estos romanos que crearon un imperio vinculado a ese maravilloso mar que denominaron el “Mare nostrum”. Para ello os animo a leer a los clásicos y, especialmente, mi “Historia de Roma”. Así no os ocurrirá como a los niños romanos de hoy en día que cuando gritan ¡Viva la Roma! no lo hacen por el orgullo de ser ciudadanos romanos, sino que están pensando en un equipo de futbol.
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