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Málaga/NUESTRO querido arquitecto y biógrafo Giorgio Vasari se dirigió al otro lado del río Tiber atravesando el Ponte Sisto. Trastevere, que quiere decir Tras el Tiber, era el decimotercer barrio del centro histórico de Roma. En la Piazza Santa María in Trastevere nos encontramos con la Basílica del mismo nombre.
Vasari nos deleitó con una bonita historia: –En este lugar, en el año 36 a.C., acaeció que del suelo de una “taberna meritoria”, que era el hogar de descanso para veteranos militares eméritos, comenzó a manar aceite en tal cantidad que llegó hasta el Tiber. Así lo cuenta Dión Casio en el siglo II. La comunidad judía y por ende la cristiana, consideraron el fenómeno como un milagro que predecía la llegada del Mesías, o de Cristo en su caso. No olvidemos que “Messiah”, en hebreo, significa “ungido del Señor”, de ahí el valor simbólico del aceite cuya mancha se extenderá por todo el mundo. El lugar fue llamado Fons olei. La citada taberna fue cedida por el emperador Alejandro Severo a los cristianos para ser usada como oratorio y, después de muchas vicisitudes, el papa Inocencio II (en el s. XII) le dio su actual aspecto a la Basílica de Santa María in Trastevere. El mosaico de la fachada es del s. XIII, fachada que fue modificada en el s. XVII por el arquitecto Carlo Fontana que le añadió el pórtico. En el interior destacan el bellísimo artesonado de la nave central y el “mosaico” del ábside que data del s.XII. La basílica fue fundada por el papa Silvestre I en el siglo IV. Este papa tuvo una vida muy interesante a la par que tranquila. Fue el primero en no morir martirizado, en usar la tiara papal (o triple corona pontificia) y en condenar el arrianismo en el Concilio de Nicea I. Gobernó la Iglesia de la mano de Constantino el Grande que le cedió el Palacio de Letrán y la basílica adjunta de San Giovanni (Basílica de San Juan de Letràn), considerada desde entonces como la catedral de Roma. Además su fiesta, que se celebra el último día del año, es muy famosa por las maratones del día de San Silvestre que se corren en muchas ciudades del mundo.
Vasari tomó el Viale di Trastevere, que es la arteria principal del barrio, para llegar a la Iglesia de San Crisógono.
–Esta iglesia está dedicada a un santo con un nombre tan raro como raro es su reposo eterno ya que su cuerpo descansa en Venecia y su cabeza reposa en Roma. El campanario es del s. XII y la iglesia fue modificada en el s. XVII por el cardenal Scipione Borghese. En su interior, barroco total, destaca el “mosaico” del ábside del siglo XIII y el “artesonado”, de una bellísima factura en el que figura el escudo de los Borghese.
Ya fuera del Trastevere y pasado el Ponte Garibaldi llegamos a la zona del antiguo Gheto judío que permaneció como tal desde el s. XVI al XIX, si bien la comunidad judía ya existía desde el año 63 a.C. El centro del Gheto es la “Gran Sinagoga y Museo Hebraico de Roma”: -Su estilo es ecléctico, sin aspecto de sinagoga al uso. Se la reconoce a distancia por su bóveda que es de base cuadrada y laterales triangulares esféricos. No hay otra similar en Roma.
En mitad del río Tiber se encuentra la Isla Tiberina y fuimos a visitarla atravesando el Ponte Fabricio que data del año 62 a. C., justo un año después de que Cicerón fuese cónsul:
–Desde este Ponte Fabricio –comentó nuestro guía mirando al río– tenemos una vista perfecta del Ponte Emilio, más conocido como Ponte Rotto. Es el puente más antiguo de Roma, seguramente data del s. III a. C. En el año 142 a. C. se sustituyeron las pasarelas de madera por arcos de mampostería. Pero después de sucesivas destrucciones y reconstrucciones por las crecidas del río, en la última que data del s. XVI, el puente se quedó roto. De aquél solo se conserva un arco y los pilones originales del siglo II a.C. El resto del puente son unas pasarelas metálicas que permiten su uso.
Cuando llegamos a la isla Vasari continuó con su explicación:
–La Isola Tiberina tuvo muy mala fama entre los romanos. Según decían, la isla se formó sobre el cuerpo de Tarquinio el Soberbio, último rey de Roma, cuyo cadáver fue arrojado al Tiber. Hasta tal punto era mala su fama que los romanos no la pisaban y solo los criminales eran condenados a vivir en ella. Pero ocurrió que durante una peste que asoló Roma, el Senado decidió dedicarle un templo a Asclepio (Esculapio), dios griego de la medicina, por lo que enviaron una expedición a Epidauro, una ciudad del Peloponeso famosa por el santuario dedicado al citado dios, para traer de allí una escultura suya. De regreso, cuando la delegación navegaba por el Tiber bordeando la isla, del barco saltó una serpiente y nadó hasta ella. Este suceso fue interpretado por el Senado como que el lugar elegido por el dios para su templo era la Isola Tiberina. Con el templo se acabó la mala fama de la isla, a la que dieron forma de barco con muros de mármol. Aún se pueden apreciar algunos restos de ellos. Desde entonces la isla ha acogido varios hospitales y ha tenido una importancia enorme en épocas de epidemias. En ella se encuentra la Chiesa (Iglesia) di San Bartolomeu que fundara el papa Honorio III en el siglo XIII.
Abandonamos la Isla Tiberina y Vasari nos llevó por la Vía del Pórtico D’Ottavia en la que nos encontramos con el lateral del Teatro Marcelo. Nos señaló nuestro guía que desde allí podíamos apreciar bastante bien su estructura:
–El teatro lo construyó Augusto para dedicárselo a su sobrino Marcelo, hijo de Octavia, que murió prematuramente. Sus arquerías tienen dos órdenes clásicos superpuestos, dórico en la inferior y jónico en la superior. La tercera planta es el palacio renacentista construido por el arquitecto Peruzzi para la familia Savelli en el siglo XV. En el XVIII pasó a ser propiedad de la familia Orsini. Y en la Edad Media fue convertido en fortaleza. Hoy en día el palacio se ha convertido en un bloque de viviendas.
Muy cerca están las ruinas del Pórtico d’Ottavia, ante las que Vasari nos contó que:
–En el siglo II a.C. fue construido el Pórtico di Metello que fue restaurado por Augusto y dedicado a su hermana Octavia. Pórtico que servía de tal para el Templo de Juno Reina, el Templo de Júpiter Stator (el calificativo Stator dado a Júpiter significa “el que detiene a los fugitivos”) y, además, a dos bibliotecas públicas. El propileo y la parte del pórtico que vemos en la actualidad pertenecen a la época de Augusto. En la Edad Media este pórtico fue lonja de pescados y después una iglesia cuyo nombre recuerda la anterior utilidad: Sant´Angelo in Pescheria.
No anduvimos mucho para llegar a la Piazza Mattei, un precioso rincón de Roma con una fuente para la que Vasari no tuvo más que elogios:
–Esta fuente se llama Fontana delle Tartarughe. Fue diseñada por Giacomo della Porta, construida por el escultor y arquitecto renacentista Taddeo Landini, que hizo los efebos en bronce y, finalmente, Barberini le añadió las tortugas que parecen beber de las manos de los efebos. El conjunto es magistral, un monumento de una manufactura descomunal en el que se ha conseguido una coreografía tal que, tanto los efebos como las tortugas, parecen estar en movimiento.
Seguimos la ruta marcada por Giorgio Vasari, asombrándonos de que en cada rincón, detrás de cada esquina, nos encontrábamos con una joya de todos los tiempos, de cada época, de la Roma intemporal, única, absoluta, eterna e increíble. Decía el emperador Adriano que “Roma es bella con sus calles estrechas, sus foros amontonados y sus ladrillos de color de carne vieja”. Vasari le replicaba que ahora Roma era mucho más que bella, era bellísima, porque además de todo aquello que placía a Adriano, sumaba sus calles anchas, sus fontanas esculpidas en travertino, sus palacios epatantes, sus templos magnificentes y su humanismo. Sobre todo su humanismo, porque según decía nuestro guía:
–Me satisface lo humano, pues en él lo encuentro todo, hasta lo eterno.
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