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Expresaba ayer Bernard Ruiz-Picasso, presidente del Consejo Ejecutivo de la Fundación Museo Picasso Málaga. Legado Paul Christine y Bernard Ruiz Picasso y a la sazón nieto de Pablo Picasso, su preocupación por la imagen que a menudo se proyecto desde la prensa europea del artista. "Mucha veces lo tratan como si fuera Paris Hilton. Pero Picasso no es Paris Hilton. Su vida fue larga y en ella se mezclaron muchas personas, muchas historias, mucho arte. Así que tenemos la obligación de dar a conocer quién es realmente Picasso". Esta inquietud responde a la vocación pedagógica de la que ha hecho gala siempre el Museo Picasso Málaga y que ayer quedó poderosamente refrendada por sus más ilustres próceres. Es decir, como explicó ayer el director artístico del centro, José Lebrero, la colección ofrecerá a partir de marzo una lectura distinta de la obra de Picasso y por tanto del propio Picasso, una lectura propia e inédita en la medida de lo posible y cercana a la estética contemporánea. No es difícil: con Picasso ocurre como con Shakespeare en la literatura, su obra lo explica y lo abarca todo, desde la Antigüedad hasta la rebeldía más recalcitrante de la actualidad. Baste recordar la exposición con la que el Museo Whitney de Nueva York revisó recientemente la relación del malagueño con los grandes artistas norteamericanos del siglo XX, a través de obras de Roy Lichtenstein, Willem de Kooning, Jasper Jones, Jackson Pollock, y Max Webber, entre otros. Comparaciones similares se pueden realizar con los artistas del Renacimiento, los maestros españoles y flamencos del siglo XVII y las pinturas bizantinas del siglo VI. La cuestión es: ¿Qué Picasso puede verse en su museo malagueño? O mejor: ¿Qué Picasso se verá a partir de marzo? ¿En qué medida el demiurgo dejará de ser un desconocido para quienes visiten la colección permanente?
Si Paris Hilton es una sola, Picasso, como el diablo, es legión. Optar por una determinada lectura siempre entraña el riesgo de la tacañería respecto a las otras posibles. Aunque desde una perspectiva contemporánea, los dibujos, grabados y libros ilustrados (éstos especialmente interesantes: Sueño y mentira de Franco de 1937, Dos cuentos y Carmen de 1947 y La tauromaquia o el arte de torear de 1959) adquiridos vendrán a reforzar la narración biográfica y estética que la colección venía mostrando hasta ahora. Así, dibujos realizados en la adolescencia como Mujer con mantón (1896) y Calle con coches (1897) completarán y continuarán en línea cronológica lo que ya muestran obras anteriores y muy primerizas en el museo, como Estudio doble del ojo izquierdo (1892) y Grupo de mujeres (1901), realizados por el Picasso estudiante a modo de trabajo de clase en los que ya daba cuenta de su virtuosismo y su abrumadora capacidad para reproducir los moldes clásicos en cuanto a volumen, sombras y perspectiva. Sin salir de esta misma época, el dibujo Dos hombres alimentando una estufa (1902), incluido en las donaciones, prefigura de alguna manera la prometida etapa rosa, mientras que la adquisición Dos personajes (1898), apunta, o al menos hace previsible, lo que será la etapa azul algunos años después. En retratos como Estudio de rostro (Cabeza de mujer) (1909-1910) Picasso hace algunos avisos de cuanto dará de sí el cubismo, ya representado en la colección permanente del museo con pinturas como Frutero (1919), Naturaleza muerta con guitarra sobre velador (1922) y Naturaleza muerta con gallo y cuchillo (1947). Otros dibujos, como la nueva compra Guitarra (1919), servirán para confirmar estos supuestos.
Conforme avanzamos en la madurez del artista, las posibilidades se multiplican. El Picasso grecorromano y mitológico, contenido ya en las paredes de los fondos del Palacio de Buenavista mediante minotauros y bacanales, se verá reforzado con obras como los grabados Flautista y mujer desnuda (1932) y Minotauro haciendo el amor (1933), ambos adquiridos, además del donado En el cabaret (1934), en el que, si bien no aparecen motivos clásicos propiamente, la composición de la escena y la configuración de los personajes bebe indudablemente de las mismas fuentes. Estas piezas completarán un discurso ya iniciado en la colección con dibujos como Flautista y desnudo recostado (1932) y Pintor trabajando, observado por una modelo desnuda, así como la cerámica Busto de fauno (1957). Y en lo que corresponde a la etapa final del creador, grabados como Joven soñando: las mujeres (1968) y Tres viejos compañeros de viaje: el señor fuma, la señora vigila (1968) añadirán nuevos argumentos a lo que ya venían diciendo en Málaga obras como el monumental y conmovedor lienzo Hombre (1972).
Son muchos los argumentos picassianos que las obras que llegarán al museo reforzarán o añadirán al discurso ya existente. Especialmente significativo resulta el grabado Toros en Vallauris (1954), que conecta con una muy singular y extraña cerámica ya custodiada en la colección, también de tema taurino y titulada Corrida (1957), realizada igualmente en Vallauris. Por lo demás, resultará oportuno profundizar en el estudio de la relación de Picasso con otros artistas a la luz de otros grabados como Pensando en Goya: mujeres en prisión (1968), Alrededor del Greco y de Rembrandt: retratos (1968) y Prostituta gorda y hombre con boina al estilo de Rembrandt y con bulldog (1968). La fértil relación entre el malagueño y la literatura gana también aliados en el Museo Picasso con La Celestina. Huida bajo la luna (1968), Variaciones sobre el tema de Don Quijote y Dulcinea (1968) y Hombre barbudo soñando con una escena de Las mil y una noches, detrás de los ancestros reprobadores (1968), además de los libros ilustrados ya señalados. A las representaciones de las mujeres del artista ya ganadas para la pinacoteca en los últimos seis años se suman Retrato de Dora Maar con moño I y II (1936) y Retrato de Jacqueline con sombrero de paja (1962), también grabados. No faltan curiosidades que abren perspectivas verdaderamente inéditas en el museo, como el dibujo Guitarra y botella sobre una mesa cuadrada. Proyecto para una escultura (1913, nuevo argumento para el discurso cubista), ilustrativo del trasvase de formatos, y el aguafuerte Televisión: carrera de carros a la antigua II (1968), auténtico capricho más allá de cualquier apreciación crítica. Picasso, en fin, vuelve en más cantidad y en más personalidad. Corresponde ahora a la ciudad disfrutarlo como se merece.
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