Otro flotador es posible
Exposición en el Centro Pompidou Málaga
El museo acoge hasta el 10 de febrero la muestra 'Construir el aire', que revisa las arquitecturas hinchables que prendieron en los años 60 y 70 en Europa como mecanismo de intervención y utopía
Málaga/Desde la misma invención de las ciudades como sujetos del capital burgués allá por el Renacimiento, la posibilidad de construir viviendas baratas y accesibles en un tiempo razonable para su uso popular, frente a la especulación derivada de la restricción de la habitabilidad a las clases con mayor poder adquisitivo, ha sido una tentación constante en manos de quienes han pretendido cambiar las reglas del juego en pro de la utopía. Lo mismo cabe decir de los elementos complementarios de las viviendas, desde los mobiliarios a los espacios públicos: la búsqueda de formas de democratización material de los mismos ha sido constante. A comienzos de los años 60, cuando la propia especulación inmobiliaria ya era un hecho en las formas reconocibles del presente y las grandes ciudades europeas emprendían su transformación en marcas comerciales hasta alcanzar las consecuencias hoy ampliamente conocidas, la búsqueda de alternativas para alumbrar una arquitectura, un urbanismo y un diseño más humano y más sostenible se convirtió en una cuestión urgente. La filosofía situacionista que prendió en el Mayo del 68 hacía de los nuevos modos de habitabilidad, contrarios a la lógica mercantilista y más favorables al medio ambiente, un compromiso político ineludible. Para entonces jóvenes arquitectos apenas recién salidos de las universidades en Francia, Italia en Inglaterra, se habían atrevido a dar un paso que parecía definitivo: el empleo el aire como material de construcción a través de arquitecturas hinchables. Exacto: de flotadores. Medio siglo después, parece una locura. O tal vez un sueño. Pero aquel delirio abrió puertas inesperadas al desarrollo de las ciudades. Ahora, el Centro Pompidou Málaga revisa aquella historia de genialidad y radicalismo político en la exposición Construir el aire. Arquitectura y diseño hinchable, 1960-1975, que podrá verse hasta el 10 de diciembre.
La muestra, presentada este jueves por el presidente del Centre Pompidou de París, Serge Lasvignes; el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre; la comisaria de la exposición, Valentina Moimas; el director del Centro Pompidou Málaga, José María Luna; y la concejal de Cultura, Gemma del Corral, revisa a través de maquetas, proyectos y piezas hinchables aquella arquitectura neumática que pusieron sobre la mesa en aquellos años arquitectos como Jacques Rougerie, Hans Hollein, Graham Stevens, Gernot Nalbach (pionero de las casas neumáticas baratas ya en 1961), Jean Aubert, el diseñador Quasar, y dos colectivos fundamentales: el parisino Utopia, en el que dieron sus primeros pasos algunos de los arquitectos (además de diseñadores y filósofos) más influyentes del siglo y que proponía nada menos que una nueva piel para la ciudad del Sena hecha de estructuras hinchables; y el británico Archigram, que llevaba la invención de las instant cities al extremo a través de ciudades portátiles. España no fue un caso aparte en esta corriente. Más bien al contrario, el país fue testigo de un acontecimiento fundacional: en octubre de 1971, Ibiza acogió el Congreso Internacional de Sociedades de Diseño, que se desarrolló inevitablemente bajo la todavía caliente influencia del Mayo del 68. Fueron dos jóvenes arquitectos españoles, Carlos Ferrater y Fernando Bendito, los que propusieron la construcción de un camping con estructuras hinchables para acoger a los participantes llegados de los distintos países, lo que derivó en una febril conquista que transformó la ciudad durante varios días a base de flotadores. Algún medio de comunicación se refirió al encuentro como "un Woodstock en el que la música había sido sustituida por el diseño y la arquitectura".
Eran, al cabo, los tiempos de la utopía hippie y de la convicción de que la actividad artística no debía conformarse con su transformación: debía cambiar el mundo. A partir de esta premisa, la arquitectura se convirtió en materia política de primer orden. Buena parte de los arquitectos reunidos en la exposición del Pompidou (como el grupo anarquista italiano UFO) eran activistas radicales cuya intención no era otra que dilapidar el orden establecido y poner patas arriba el sistema económico. Para ello, nada como crear espacios hinchables en los que cualquier familia pudiera vivir con todas las comodidades por muy poco dinero. Eso sí, tal y como apuntaba ayer Moimas, la mayoría no tuvieron más remedio que pactar tarde o temprano con el mismo sistema en un sentido pragmático. Quienes aspiraban a transformar las ciudades por completo, pasaron a conformarse con completar las urbes históricas a base de añadidos neumáticos. En lo referente a la arquitectura, la dependencia absoluta de la presión del aire no garantizaba precisamente las condiciones básicas de seguridad y, al mismo tiempo, exigía la incorporación de máquinas que aportaran el aire de forma constante y que encarecían notablemente la jugada, de modo que los arquitectos optaron por incluir elementos complementarios de madera y metal.
A pesar de lo hilarante que pueda parecer la cuestión, conviene tomársela en serio. De hecho, tal y como recordó Lasvignes, el Centre Pompidou de París estuvo a punto de construirse con estructuras neumáticas, tal y como demuestra en la exposición el Proyecto nº 404 para el Concurso Internacional para la realización del Centre Beaubourg (1971) del arquitecto japonés Minoru Takayama y su equipo. Y también el reconocido Richard Rogers, uno de los arquitectos participantes en el proyecto ganador, fue uno de los principales impulsores de la arquitectura hinchable en todo el mundo. "Aquellos arquitectos hicieron de su libertad y su espontaneidad una voluntad irrenunciable", explicó el presidente. Proyectos como Un podio itinerante para 5.000 espectadores de Jean Aubert (1966-67) dejaban claro hasta dónde querían llegar estos arquitectos a través de los elementos neumáticos, aunque fueran sólo complementarios. En pleno 1968, la exposición Estructuras hinchables en el Museo de Arte Moderno de París servía de reconocimiento a la revolución urdida por el colectivo Utopia y sus correligionarios. Y, en 1970, la presentación del imponente pabellón del grupo Fuji diseñado por Yutaka Murata en la Exposición Universal de Osaka demostraba de una vez por todas que la posibilidad de desarrollar una arquitectura a gran escala basada en estos principios era real. Al mismo tiempo, diseñadores como Quasar y el artista Bernard Quentin ideaban piezas de mobiliario y objetos más o menos probables marcados por lo efímero y la desechabilidad, que en los 70 representaba una verdadera exigencia en círculos intelectuales, a la vez que arquitectos como Graham Stevens intervenían en desiertos, lagos y otros paisajes proponiendo una relación nueva y respetuosa con el medio ambiente a través de estructuras hinchables. La cualidad flotante de estos materiales tampoco era inadvertida: en 1974, Jacques Rougerie presentó un pueblo submarino capaz de autoabastecerse sostenido en enormes flotadores.
Tal y como recordó la comisaria de la muestra, los primeros usos de las arquitecturas hinchables son en realidad anteriores a los 60 y tienen su origen en las campañas militares y la ingeniería espacial, "pero fue entonces cuando los arquitectos decidieron emplear este recurso para cambiar la lectura de la realidad y para hacer de la visión del artista un mecanismo de transformación real". Cabe recordar que el mismo principio que guió a estos arquitectos se mantiene vivo hoy día, aunque con otros materiales. En 2014, el arquitecto japonés Shigeru Ban ganó el Premio Pritzker por sus casas de papel, económicas, resistentes, muy fáciles de instalar y por tanto idóneas para su empleo en situaciones especiales como las catástrofes naturales y los campos de refugiados. Actualmente, diversos laboratorios informáticos trabajan en el desarrollo de impresoras 3D capaces de construir viviendas unifamiliares en menos de 24 horas. La utopía, por tanto, continúa. El sueño, o la locura, siguen haciendo su trabajo.
Lasvignes: "Nuestra relación con los demás museos no es de competencia, sino de cooperación"
Tal y como suele, el presidente del Centre Pompidou de París, Serge Lasvignes, aprovechó su visita a Málaga para alabar la gestión de la sede de la institución que acoge el Cubo del Puerto y para dar cuenta del modo en que el Pompidou malagueño "ha contribuido a cambiar la imagen de la ciudad en muy pocos años, algo que quizá podemos percibir con más claridad desde fuera". Lasvignes se refirió a un reciente encuentro con el director del Museo Picasso Málaga, José Lebrero, y explicó que la relación del Pompidou con los demás museos de la ciudad "no es de competencia, sino de cooperación. Lebrero me confirmó que el Museo Picasso ha crecido en afluencia y en número de visitantes desde que abrió el Pompidou, y eso me parece muy positivo. Comparto la idea de que, cuanto mayor sea la oferta, más público vendrá. Pero lo importante es asegurar la diversidad, que no ofrezcamos todos lo mismo. Y, desde luego, la responsabilidad del Centro Pompidou Málaga es la de mantener su pluridisciplinariedad como su principio de identidad".
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