Luz y sombra del planeta Goya
Premios Goya en Málaga
Larga de más, tediosa en ocasiones y emocionante en otras, olvidadiza en ciertas cuestiones esenciales, deslumbrante en su puesta en escena y con ciertos problemas logísticos, la gala que acogió el Martín Carpena fue un fidedigno retrato del cine español
Málaga/La gala de los Premios Goya celebrada el sábado en Málaga, en la edición número 34 de los galardones, revestía algunas novedades de altura y de consecuencias en cierta medida imprevisibles. Era mucho, y en varios sentidos, lo que la Academia del Cine Español se jugaba en su renovada tentativa de itinerancia para los premios antes de que el propio encuentro empezara, y el balance, como corresponde, arroja luces y sombras. De entrada, la opción por Málaga, una ciudad sin auditorio y sin la infraestructura adecuada, pasaba necesariamente por el Palacio de los Deportes Martín Carpena, lo que ya entrañaba una anomalía: la Academia ha evitado a lo largo de estas tres décadas las instalaciones deportivas para sus galas y, más aún, ha manifestado abiertamente su escasa confianza en esta solución. Pero la reivindicación malagueña como sede para los Goya, a todas luces justa dado su papel benefactor para el cine español a través del Festival de Málaga, obligaba, digamos, a pasar por el aro. Y lo cierto es que la intervención en la infraestructura, resuelta en diez días con una inversión municipal de 700.000 euros, se saldó con un puesta en escena brillante, tanto en los accesos y la alfombra roja (deslucida, sin remedio, por la lluvia) como en el interior del recinto, donde un aforo para 12.000 espectadores quedó perfectamente acotado como un teatro para 3.500 con eficacia y limpieza (de paso, el vídeo en el que aparecía el Unicaja jugando al baloncesto en el interior del Cine Albéniz, proyectado al comienzo de la gala, resultó hilarante y tuvo su gracia). Otras singularidades fueron menos esperadas y aún menos deseables: precisamente, la lluvia que deslució la alfombra roja correspondía al resto de una tromba que por la mañana había hecho estragos en varios distritos de la ciudad, especialmente en Campanillas, donde hubo viviendas y locales anegados, coches amontonados, muros derribados en colegios y algunas personas heridas. Es bien sabido que el Martín Carpena es un inmueble sensible a las goteras, aunque el esmerado y continuo trabajo de acondicionamiento evitó filtraciones engorrosas. Pero digamos que el mundo del cine español pudo haber mostrado más sensibilidad con la ciudad que lo había acogido y prefirió no hacerlo: únicamente el presidente de la Academia, Mariano Barroso, dedicó unas palabras a la cuestión al comienzo de su discurso. Nadie más, malagueño o no, quiso aprovechar el púlpito dispuesto para lanzar mensajes de ánimo. Otra vez será.
Por lo demás, la gala fue larga, en ocasiones tediosa, otras emocionante. La conducción de Andreu Buenafuente y Sílvia Abril, por más que el papel de los presentadores quedara recortado respecto al modelo habitual, ganó mayor altura en la ironía política y en los pasajes musicales, aunque se hizo un tanto aburrida cuando de ironizar sobre el cine se trataba (el chiste sobre las cero nominaciones de El crack cero, de José Luis Garci, difícilmente pudo ser menos afortunado). El homenaje a Pepa Flores con motivo del Goya de Honor, dada la previamente anunciada ausencia de la artista, tuvo su principal caché en la actuación de Amaia, que interpretó una hermosa versión de la Canción de Marisol; pero, después, ni la intervención de las hijas de Pepa Flores, ni el montaje audiovisual orquestado ni el tono general del acto estuvieron a la altura de lo que un símbolo como Marisol hubiera merecido, tal vez con más color, más pop y menos nostalgia. Acertó el presidente de la Academia, Mariano Barroso, al proponer como modelo a una Pepa Flores que en su momento “renunció a la fama”, como premisa para el merecido tributo a los trabajadores anónimos del cine, los cientos de artistas y técnicos que trabajan en el medio y se dejan la vida para sacar sus proyectos sin popularidad ni reconocimientos, reservados éstos a una élite cada vez más selectiva. Atinó en esta clave durante su discurso el presidente, quien, sin embargo, volvió a ofrecer un balance innecesariamente triunfalista: es cierto, como afirmó, que 2019 fue el segundo de mayor asistencia a las salas de cine en España en la pasada década; pero también lo es que la cuota de pantalla del cine español el año pasado fue del 15%, el peor dato desde 2013. Es decir, en 2019 acudieron más espectadores al cine, pero menos lo hicieron para ver cine español. Barroso no se dirigió una sola vez al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, presente en la gala. Sí lo hizo Pedro Almodóvar, quien reclamó una protección “de Estado” para las películas “más independientes y por tanto más frágiles” que se ruedan en España; esto es, como explicó en rueda de prensa, “las que nacen por necesidad del mero hecho de hacer cine, las que no reclaman las plataformas ni las televisiones”. En cuanto a intervenciones, emocionantes fueron los discursos de agradecimiento de Julieta Serrano (verdadero signo de elegancia en la gala con su primer premio a los 87 años) y Javier Ruibal, que reivindicó a Andalucía y su cultura cantando. Pero, por lo general, la mayoría de los premiados se extendieron con cierta abulia y sin demasiado criterio en sus monólogos, y tal vez la Academia debería tomar cartas en el asunto y proponer medidas más concretas para aligerar la gala. La intención de terminar antes de la una de la madrugada es cada vez más una quimera. Mención aparte merece Pablo Alborán por su conmovedora versión de Sobreviviré de Manzanita: su actuación no ejerció el impacto viral que dejó Rosalía tras su actuación en la gala del año pasado en Sevilla, pero firmó una de las páginas más memorables de la noche.
En lo logístico, la atención a los invitados fue eficaz y bien resuelta a su llegada, a pesar de la lluvia, así como a la prensa (si bien la sala reservada a los redactores no fue la más feliz de las posibles). El problema llegó después: durante el catering que pudieron disfrutar los invitados tras la gala, hubo quejas ya desde el cocktail servido inicialmente en los pasillos, colapsados y condenados a la estrechez. Algunos de los presentes señalaron a este periódico que el servicio, compuesto por unos 250 camareros (que se veían obligados a hacer malabarismos para hacer llegar las bandejas a los consumidores), resultó a todas luces insuficiente, así como el mismo catering. Las quejas fueron en aumento con las consecuentes deserciones, lo que demostró que si el Martín Carpena podía convertirse satisfactoriamente en un teatro para la gala, que sirviera con tanta eficacia para la fiesta de después estaba por ver. A eso de las tres y media de la madrugada, las colas de invitados a la espera de un taxi eran kilométricas. Para la prensa, además, la excesiva distancia entre la sala de redactores, el photocall y la alfombra roja puso más obstáculos a la carrera a contrarreloj que tuvieron que cubrir todos los medios. La gala de los Goya en Málaga contó una afluencia histórica (la Academia tuvo problemas para ubicar a todos los miembros que no querían perderse una escapada a Málaga) y también esta novedad entrañó una puesta a prueba con resultados dispares. Respecto a lo cinematográfico, por cierto, el triunfo rotundo de Dolor y gloria fue recibido en la sala de prensa con aceptación general, entusiasmo mayoritario y salpicadas ovaciones, pero lo cierto es que la puerta a un palmarés más repartido había estado abierta hasta pocas horas antes de la gala. Entre no pocos académicos cundía la sospecha de que el entuerto finalizaría con un podio salomónico, al igual que el año pasado, tal vez con el Goya al mejor director para Pedro Almodóvar pero con el Goya a la mejor película para Mientras dure la guerra de Alejandro Amenábar, un director muy del gusto de la Academia que salió sin premios del Festival de San Sebastián y se fue de los Goya con una cosecha de premios muy inferior a sus aspiraciones.
Desde la Junta de Andalucía se hizo una lectura en clave victoriosa para el cine andaluz, merced a los Goyas para Antonio Banderas, Belén Cuesta y Benito Zambrano, entre otros. El 25% de los nominados que llegaron a la gala eran andaluces y el resultado final dejaba bien parada semejante representación, pero lo importante es preguntarse ahora, como el año pasado en Sevilla, en qué medida las galas de los Goya en suelo andaluz servirán para afianzar, proyectar y reforzar la industria cinematográfica de la comunidad, más allá del escaparate. El final de la gala con A Chorus Line invitaba al optimismo, pero el trabajo por hacer es mucho. Salvo que al final esto del cine no sea tan importante.
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