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Nieva en las montañas y la vida se para más allá de los muros de la casa. La familia se recoge, se reúne en interminables horas mientras todo se vuelve blanco por las ventanas. Pero incluso ahí no hay descanso: es tiempo de preparar la comida del próximo año. Es tiempo de matanza. Y también de cultivos, de preparar la tierra. Y mientras la vida sigue, la meteorología cambia, el hielo se convierte en agua y el paisaje se vuelve verde. La familia hace cada vez más su día a día fuera de casa. Y llega el momento de la cosecha, el pastoreo, de esquilar las ovejas. Llegó la primavera. La muerte y la vida siempre están presentes en la vida en el campo.
Es el nombre de la estación más alérgica y hormonal la que da nombre al segundo documental de Christophe Farnarier, que ayer se proyectó en el Teatro Echegaray dentro de la Sección Oficial de Documentales del Festival. El fotógrafo y cineasta francés afincado en Barcelona vuelve a introducirse en el mundo rural para contar. Lo hace casi como una contraposición a su anterior cinta, El somni. "En realidad son como un ying y un yang. En aquella ocasión era un hombre que hacía un viaje trashumante, alguien que hablaba mucho. Y ahora es una mujer que no se mueve de su entorno y apenas habla", explicó ayer Farnarier. Y el director se acerca a esa mujer, Carme, y su familia, que residen en las montañas de la Sierra Cavallera en Cataluña, con quienes ha prácticamente convivido con su cámara durante dos años, en los que obtuvo 200 horas de material.
El director participa en la película de una manera casi invisible, silenciosa, para así retratar con las menores interferencias los tiempos, el trabajo, la cotidianeidad. Lo importante del tiempo y las estaciones. De cómo la vida depende de ello allá en las montañas mientras en las ciudades lo que preocupa es la estacionalidad del turismo. "Es una inmersión en el mundo rural donde el sonido tiene muchísima importancia, es una sinfonía rural" afirmó el realizador francés, que acude a Málaga directamente desde el festival de Abu Dhabi y tras participar en el Idfa de Amsterdam.
Alejadas del ruido del día a día ("La actualidad no me interesa nada", dice Farnarier), este tipo de películas, más allá de su indudable calidad, se conforman como valiosísimos documentos de la vida rural, de esa que cuesta ya encontrar, de la que los más jóvenes pueden no ver jamás; y que no suele interesar demasiado más allá del turismo rural, de esas escapadas con las que muchos se creen expertos en las labores campestres y crean un pequeño y mal cuidado huerto en la terraza de casa: "Creo que estas películas van ganando con el tiempo, dentro de 20 años serán más potentes que ahora", subraya Farnarier. Porque la vida en el campo es otra cosa. Y no es fácil. La Primavera nos demuestra que la vida de Carme y su familia -como la de otros muchos- no lo es, ni mucho menos. Madrugar ahí es lo de menos: las horas de trabajo, lo que más. Farnarier parece entender que personas como ellos son los que dan dignidad a la raza humana, que el nexo con la tierra existió una vez; que, hay quien aún lo mantiene. Porque la senda de las nuevas tecnologías no es la buena. Ni mucho menos.
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