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El primer Goya fue malagueño
Los Premios Goya en Málaga
Miguel Berrocal creó el busto de Goya que se empleó como trofeo en la primera gala, en 1987, pero fue sustituido después por su abultado peso
Málaga/La designación de Málaga como sede de la gala de los Premios Goya que se celebrará el 25 de enero de 2020 ha garantizado ya para la posteridad el vínculo que unirá a la ciudad con los galardones más importantes del cine español. No obstante, este vínculo viene de lejos: en realidad, desde los mismos orígenes de los premios con los que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, constituida en 1986, decidió reconocer el talento que el séptimo arte era capaz de generar en un país que justo entonces atravesaba serios problemas para definir, promover y defender su cinematografía. El vínculo, además, tiene un nombre propio: el del escultor malagueño Miguel Ortiz Berrocal (Villanueva de Algaidas, 1933 – Antequera, 2006), creador del busto de Goya que sirvió como trofeo en la primera edición de los premios, en 1987, y que después de otras dos ediciones en las que la Academia optó por una versión modificada fue finalmente descartada en 1990, cuando la misma institución encargó al también escultor José Luis Fernández el trofeo que desde entonces, y hasta hoy, reciben los agraciados.
Fue en el mismo 1986 cuando los académicos escogieron, votación mediante, el nombre de Goya para sus premios: el título hacía referencia a un genio de resonancia universal y además era lo suficientemente corto para competir con el Óscar de EEUU y el César francés. Con vistas a la primera gala, que habría de celebrarse en 1987 (y para la que sin embargo sus organizadores, Jaime de Armiñán y Teo Escamilla, ya venían trabajando desde 1985, antes incluso de que se constituyera la Academia), y una vez confirmada la opción por Goya, se acudió a Miguel Berrocal a modo de apuesta sobre seguro: el malagueño se había convertido ya para entonces en un artista de talla internacional, con obras en las colecciones de los primeros museos del mundo (incluido el MoMA neoyorquino), la admiración de contemporáneos del calibre de Salvador Dalí y Andy Warhol y una autoridad labrada desde su residencia en Verona antes de su ya tardío regreso a Villanueva de Algaidas. Berrocal, que acababa de protagonizar con gran éxito una exposición en El Retiro, recibió el encargo de la Academia y decidió rendir homenaje en su busto tanto a Goya como al mismo cine, pero sin renunciar un ápice a su bien señalado estilo personal. Así, aquella estatuilla, la misma que recibieron los premiados en la gala de 1987, era una escultura desmontable (lo que representaba todo un santo y seña en la obra de Berrocal, que hizo de la categoría desmontable un eje esencial en su escultura matemática) dotado con un curioso mecanismo que, una vez accionado, hacía aparecer sobre la cabeza del pintor un pequeño reproductor cinematográfico tallado con la silueta del mapa de España. Además, el trofeo incluía una minúscula reproducción que podía ser lucido a modo de pin.
El carácter desmontable del busto fue ampliamente comentado en aquella primera gala de 1987, pero la escultura de Berrocal llegó a convertirse en protagonista mayor de la velada a cuenta de su abultado peso. Y es que la pieza, realizada en bronce, gastaba cerca de quince kilos, lo que puso a algunos de los ganadores en un serio compromiso a la hora de recibirla en sus manos. Las crónicas de entonces se detienen sobre todo en Fernando Fernán Gómez, que se llevó tres premios por El viaje a ninguna parte y que se vio en un brete para trasladar los tres con éxito, algo que sólo pudo resolver con ayuda logística (“¡El peso de la gloria!”, afirmó al recoger el tercero). Cundieron sin remedio chistes sobre las carretillas recomendadas a los nominados para las siguientes ediciones con tal de que la recepción resultara menos fatigosa. La Academia tomó nota y, además, decidió retirar el mecanismo que hacía aparecer el proyector sobre la cabeza de Goya dado que las baterías necesarias elevaban considerablemente el precio de cada pieza, con lo que en las dos siguientes ediciones los galardonados recibieron una versión más discreta, sin elementos desmontables, pero todavía demasiado pesada. Finalmente, en 1990, la Academia decidió encargar un nuevo diseño al escultor asturiano José Luis Fernández, quien presentó un busto en bronce basado en el del valenciano Marià Benlliure i Gil y con un peso de algo menos de tres kilos. Éste es el diseño que se emplea en la actualidad para fabricar los diversos cabezones, a través de un proceso que incluye el modelado, la creación del molde madre de silicona, la colada, los retoques manuales, el montaje del árbol, el revestimiento, la fundición, el cincelado y la pátina. El trofeo, por cierto, tampoco ha quedado exento de críticas en los últimos años, especialmente entre quienes claman por una renovación significativa de la emblemática talla.
Referente clave de la escultura, ahora a través de la Fundación que custodia su legado en Villanueva de Algaidas, Berrocal firmó el primer Goya malagueño. El original.
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