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Ya se sabe que Arturo Pérez-Reverte es un fijo en las listas de ventas, que es el escritor español que más novelas vende, una bomba de oxígeno para el negocio editorial, maltratado últimamente por el precio del papel, la crisis y el pirateo del libro electrónico. Su nombre es garantía de éxito y esta vez sólo se ha visto superado en ventas por Cincuenta sombras de Grey. Claro que en el tercer puesto está Jorge Javier Vázquez, así que todo esto de las listas es tan relativo...
Si usted es seguidor del escritor cartaginés y aún no se había comprado su última novela por sus propios medios, es más que probable que los Magos de Oriente hayan dejado en su casa un ejemplar de El tango de la guardia vieja. Si Pérez-Reverte no figura entre sus gustos literarios y los reyes de la ilusión le trajeron el regalo equivocado, igual esta reseña, si la quiere seguir leyendo, le sirva para darle una -merecida- oportunidad.
Esta vez Pérez-Reverte cuenta una historia de amor, la del bailarín Max Costa y Mercedes Inzunza. Lo hace en tres tiempos, en tres momentos distintos de la historia: un crucero por el Atlántico con el Buenos Aires de los años 20 como destino; la Riviera francesa en 1937, en plena Guerra Civil española y a un paso de la Segunda Guerra Mundial; y en la costa napolitana a mediados de los años sesenta, donde se disputa una partida internacional de ajedrez en la que luchan no sólo dos ajedrecistas sino los dos bloques de la Guerra Fría y sus maneras de entender el mundo.
El autor no avisa de dónde sitúa la narración en cada momento. Obliga así al lector a adivinar si está en Argentina, en Francia o en Italia. Si a la Guerra Civil española le faltan quince años todavía, si está siendo ahora mismo o si hace ya casi treinta que terminó. Si el lector entra en ese juego, probablemente se zampe este novelón de 500 páginas en menos de una semana. Si no, le costará algo más. Aun así, la cosa no es demasiado complicada y en unas líneas ya sabe uno si está ante el Max Costa bailarín, ante el ladrón de guante blanco o ante un viejo venido a menos que se gana la vida como chófer.
Son, sin duda, los personajes los que sostienen la novela. Max Costa puede ser la creación más compleja -y también más completa- de Pérez-Reverte desde aquella Teresa Mendoza de La Reina del Sur. Bailarín mundano, delincuente criado en los barrios bajos de Buenos Aires, ladrón por encargo, siempre seductor, perdedor elegante... Su evolución a lo largo de la novela es como la que sufren los personajes de las grandes series de televisión, esas que ahora dicen que han sustituido a la novela de folletín del siglo XIX.
El tango de la guardia vieja tiene mucho de folletín. Mercedes Inzunza, Mecha, es la némesis de Costa. Rica, hermosa, elegante, la historia de amor entre ambos está condenada al fracaso desde el principio. Y no porque ella fuera la señora de Armando de Troeye, un compositor que viaja a Argentina en busca del tango antiguo, el que se baila en los locales de mala muerte, metiendo pierna y cintura y con quiebros y cortes. Quería componer el tango perfecto por una apuesta con Ravel después de que éste revolucionara las formas del bolero.
Se mezclan el amor y la infidelidad con los espías y con el mundo del ajedrez, convertido en esta novela en el deporte más sucio del mundo por mucho que de cara a la galería se guarden las formas. Ha dicho en varias ocasiones Pérez-Reverte que es una obra que concibió hace veinte años pero que no se atrevió a escribirla porque le faltaba una mirada más reposada, más propia de la vejez, quizás para comprender ese último periodo de la pareja protagonista. También ha dicho infinididad de veces que los libros son su guarida, su refugio cuando algo va mal. El tango de la guardia vieja supone justamente eso: pura evasión. Y habrá muchos que la necesiten para combatir tanta zozobra como ofrece el momento actual.
Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara. Madrid, 2012. 504 páginas. 21 euros
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