Retrato de familia griega
La hecatombe de Grecia tiene una particularidad única en el mundo: Ana R. Cañil y Joaquín Estefanía la exploran por medio de una saga cretense
Primero fueron los árabes sediciosos, llegados desde Córdoba. Después, bajo el viento de las cruzadas, vino el dominio veneciano (1204-1669). Más tarde llegaría el alfanje de los turcos (1669-1913). Luego, como funesto corolario, se produjo la ocupación nazi en plena Segunda Guerra Mundial. Acto seguido sobrevino otro ciclo funesto: la guerra civil griega. Oriunda de Creta, la familia Tyrakis refleja el inveterado denuedo, la lucha del griego -y del cretense en particular- contra el sino aciago de los tiempos. La cita de Tolstoi resulta obligada aquí: "Todas las familias felices se parecen entre sí; las infelices lo son cada una a su manera". La familia Tyrakis podría parecernos muy tolstoiana al inicio. Después, leído el libro, nos lo sigue pareciendo, pero con matices. Atrás quedan tres generaciones del clan, el árbol genealógico que podría ser el reflejo de todo un país.
Los Tyrakis sobreviven hoy al derrumbe económico de Grecia (incluso ahora con el Gobierno de Syriza). El clan, formado por el pope Manolis, su esposa Penélope y sus nueve hijos (tres varones y seis hembras), siempre supo salir adelante. Los autores de este familiar corifeo convierten su trabajo periodístico en una rica gavilla de evocaciones personales. Penélope -heroína y matriarca- recuerda siempre con pavor los terribles años de la ocupación nazi en Creta. Sobre todo cuando ve por televisión la jeta torva y malvada de herr Wolfgang Schäuble, el ministro de finanzas alemán. Sus hijos le dicen que no debe confundir a los nuevos alemanes con los nazis de aquella lúgubre hora. Pero...
La primera parte del libro aborda el orto de la crisis griega y su gigantesca bola posterior: la deuda. La mitad del volumen se centra en la odisea particular de cada miembro de la familia Tyrakis (muy al estilo del periodismo anglosajón o, también, del reporterismo de personajes al modo de nuestro Chaves Nogales). La última parte airea las contradicciones derivadas del colapso griego. Toda una hecatombe que tiene una particularidad única en el mundo.
Grecia, país de pobres cotidianos por culpa de la crisis, acoge por fuerza a miles de pobres severos. Son los huidos por las guerras o por la amortización de todo futuro en sus países de origen (sirios, iraquíes, afganos, eritreos, somalíes). Ni siquiera la Gran Depresión estadounidense de los años 30 del siglo XX desmadejó tanto el nudo social de un país como lo lleva haciendo la crisis en Grecia. Los turistas siguen acercándose a contemplar la Acrópolis, las piedras del oráculo de Delfos, el resabio del esplendor bizantino, los benditos ocasos sobre el mar de las islas griegas. Pero hay ya quien acude a Grecia para ver in situ cómo funciona, qué atractivo depara este laboratorio social de Europa. En Atenas, en la plaza Omonia, se concentran los parias huidos de la guerra, pasean los griegos empobrecidos, mientras los botarates de Amanecer Dorado amenazan con poner orden a palos. Los pabellones levantados para las Olimpiadas de Atenas 2004 sirven hoy también de albergues irónicos para los que sobreviven a la singladura por el Egeo y cruzan de Turquía a Grecia.
La plaza Omonia forma parte del gran laboratorio estético. Tanto o más que la plaza Sintagma, el ágora donde se suicidó un 4 de abril de 2012 el boticario jubilado Dimitris Christoulas. Se descerrajó un tiro porque no podía soportar el giro ruinoso que había tomado su vida. Fue el icono de la nueva tragedia griega, la de los nuevos menestrales. Salvando las fúnebres distancias, los Tyrakis son como los apéndices de esta misma tragedia colectiva.
Convertido en pope ortodoxo, Manolis Tyrakis hizo padecer a la estirpe con sus viajes de iglesia en iglesia, su insufrible rigor y sus manías persecutorias (le fue diagnosticado muy tarde un severo cuadro de bipolaridad). De Creta a Atenas, luego a la friolenta Macedonia. Y luego la travesía a Estados Unidos y a la Argentina de la guerra de las Malvinas. Como queda ya antedicho, cada miembro de la saga cuenta su avatar individual y lo hace casi siempre sin perder el cálido fulgor: el humor.
¿Vivir los griegos por encima de sus posibilidades? Ningún Tyraki entiende el reproche. Asumen su cuota de culpa. Pero no el salvaje precio a que los somete el emporio de Bruselas. Para un griego no hay peor humillación cultural que la de verse privado de techo propio. El escritor Nikos Kazantzakis -oriundo también de Creta- hablaba de los tres grandes gritos que definen al genuino cretense. Amor a la libertad y no esclavizar el alma ni siquiera por el Paraíso. Ser valientes por encima del amor, el padecimiento y la muerte. Y romper los antiguos moldes, incluso los más sagrados, si estos se han quedado estrechos. Los Tyrakis son ejemplo de este grito de fuerza.
Como en el mito del Minotauro, Grecia sigue perdida en su laberinto: la deuda y sus circunvoluciones. Eso sí, los monstruosos cruceros siguen llegando a las ambrosías blancas y azules de Hidra, Mikonos o Santorini. Pero nada se sabe ya del otrora pugnaz y seductor ministro de Syriza, Yanis Varoufakis (alias Varoufucker). ¿Dónde andas, Yanis?
LOS TYRAKIS. UNA SAGA FAMILIAR PARA ENTENDER LA CRISIS DE GRECIA
Ana R. Cañil y Joaquín Estefanía. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2016. 224 páginas. 19 euros
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