La Roma Borghese (III)

El jardín de los monos

Vía Veneto comienza a subir nada más nacer en la Plaza Barberini y acaba en una de las puertas de Villa Borghese: la Puerta Pinciana

Una intrigante historia (II)

Una de las obras que se exponen en la Galería.
Juan López Cohard

06 de agosto 2022 - 05:00

VÍA Veneto comienza a subir nada más nacer en la Plaza Barberini y acaba en una de las puertas de Villa Borghese: la Puerta Pinciana. Abierta en la Muralla Aureliana en el siglo V por el emperador Honorio, debe su nombre a la gens Pincia, antiguos propietarios de la colina homónima. En realidad la vía se llama Vittorio Veneto, nombre que recuerda la batalla celebrada en el pueblo del mismo nombre, en 1918, en la que el ejército italiano derrotó definitivamente al ejército del Imperio Austro-Hungaro, lo que supuso el armisticio entre Italia y Austria, la secesión de Hungría y la disolución del Imperio.

Esta calle es el mayor exponente de “la dolce vita” romana de mitad del siglo XX que tan magistralmente supo expresar cinematográficamente Fellini. Quizá le diga poco a nuestros jóvenes, especialmente a los millennials, pero aún hoy, no hay personaje famoso que no presuma de haber estado en alguno de sus lujosos hoteles, haber tomado unas copas en sus bares o haber cenado en sus restaurantes.

La familia Borghese era una familia de comerciantes procedente de Siena. A comienzos del siglo XVI, un tal Marcantonio I, político y abogado al servicio del Papa, se trasladó a Roma, dando comienzo el poder político y económico que llegó a tener esta familia. Para hacernos una idea y por curiosidad veamos las dignidades obtenidas por algunos de sus miembros: Un hijo de Marcantonio I, Camilo, fue cardenal y adquirió el palacio Borghese, y más tarde fue Papa bajo el nombre de Paulo V. A partir de ahí toda la familia obtuvo nombramientos poderosos: duques, generales, gobernadores, cardenales, etc. Uno de ellos, su sobrino Scipione fue cardenal y compró Villa Borghese. Otro sobrino del papa, Marcantonio II, fue nombrado por Felipe III, príncipe de Sulmona y grande de España, y un sobrino nieto, Marcantonio III, fue virrey de Nápoles. Así llegamos hasta Camilo Filipo Ludovico Borghese (1775-1832), príncipe de Sulmona y general al servicio de las tropas de Napoleón. Fue cuñado de éste al casarse con Paulina Bonaparte. Esos esponsales le valieron el nombramiento de Príncipe del Imperio Francés, Comandante de la Guardia Imperial y Gobernador del Piamonte, además de una espléndida cornamenta que le amargó la vida. A la caída del emperador se quedó descansando. Se separó de la excéntrica Paulina, se retiró a Florencia, abandonó la vida pública y convivió con una amante hasta su muerte en 1832. Tuvo la amabilidad de aceptar ser el cicerone de nuestro primer paseo de la Roma Borghese que comienza precisamente en su Villa.

Nos contó que la finca abarcaba la totalidad de la colina Pinciana y que fue comprada a comienzos del siglo XVII por su antepasado el cardenal Scipione Borghese. El cardenal, además de ser sobrino del papa Paulo V, fue un reconocido mecenas de las artes. De hecho, el palacio lo había destinado, más que a residencia, a contener su fabulosa colección de arte que conforma la Galería Borghese.

Pasado, presente y futuro se entremezclaban en sus explicaciones como si el tiempo hubiese transcurrido en un solo instante. Fue enseñándonos los jardines mientras recorríamos el vial que nos llevó hasta el Casino que es el Palacio de la Villa donde se encuentran la Galería y el Museo. Nos hizo un recorrido por el Museo y la Galería llamando nuestra atención sobre las piezas más señaladas. En el Museo sorprende que cada sala sea un auténtico festival de mármol y bronce donde el arte romano, el renacimiento y el barroco compiten en belleza. Sobriedad y fastuosidad forcejean por alcanzar la perfección divina.

-Mi antepasado, el cardenal Scipione, fue el mayor mecenas y protector de Gian Lorenzo Bernini, sin duda el mejor escultor de su tiempo y digno sucesor de Miguel Ángel Buonarotti. Por eso en casi todas las salas del Museo el grupo escultórico central es de este artista, el padre creador del Barroco. Sin embargo, mirad y fijaros que en esta primera sala la escultura central es de Antonio Canova. Fue encargo mío. Conforme íbamos paseando por el museo nos iba señalando las obras más importantes o que tenían un interés especial.

-Aquí tenéis a la “Venus victoriosa”, no es otra que mi esposa Paulina. Yo quise que fuese representada como la diosa Diana, pero ella se empeñó en ser la diosa del amor, y no le faltaba razón. Pero esa belleza neoclásica, esculpida por Cánova, fue mi desdicha. Sus devaneos amorosos fueron tan numerosos como famosos. No dejéis de leer la novela de Alejo Carpentier “El reino de este mundo” para conocer bien a mi Paulina. Esta magnífica escultura me avergonzaba, tuve que tenerla oculta a los ojos de quienes nos visitaban.

-Pero, hecho este paréntesis, sigamos con la obra encargada por el cardenal Scipione. Contemplad este grupo formado por “Plutón y Proserpina”, o esta otra escultura de ”David con la honda”, fijaros bien en su cara, en la expresión que tiene David, mordiéndose el labio al lanzar el proyectil, consciente de que no se podía permitir errar ante Goliat.

-Pasamos a la Sala de los Emperadores. Mirad que bello anacronismo, (nos dijo Camilo Borghese), observad como los emperadores romanos, desde su hornacina están extasiados contemplando el espléndido grupo escultórico de Bernini. Deleitaros que todas sus esculturas, son divinas: “Eneas”, “Anquises y Ascanio” o “El rapto de Proserpina”. También es divino el sensual y provocativo el ”Hermafrodita durmiente”, escultura romana, probablemente copia de un original de bronce del siglo II a.C., al que Bernini, creo que más que por piedad por provocación, le añadió un colchón. Continuamos la visita y pasamos a la colección de pinturas.

-Contemplad estos dos cuadros bellísimos, de finales del XVI y principios del XVII: “Muchacho con canasto de frutas” y “Virgen de los Palafreneros”. Son de Caravaggio. Camillo Fllippo Ludovico continuó la visita subiendo a la planta alta de la Galería. La colección de pinturas de su antepasado no era menor, ni en calidad ni en cantidad, que la colección de esculturas del Museo. Se detuvo en varias obras que consideró las más importantes o, al menos, las más bellas a su parecer: “La dama del unicornio”de Rafael Sanzio, “Danae” de Correggio, “La Piedad” de Rubens y “Amor sacro y amor profano” de Tiziano.

Dimos por terminada nuestra visita al “Museo e Galería Borghese” y Camilo nos dirigió hacia el lago central de los jardines de la Villa. --Quiero, nos decía mientras paseábamos, que os deis cuenta del gran amor que llegaron a tener los próceres romanos al arte clásico a partir del Renacimiento. Fijaros que todos los monumentos que nos vamos a encontrar son reproducciones del mundo romano. Si no te lo advierten, estando en Roma, lo normal es que pienses que son ruinas arqueológicas e incluso monumentos de la época extraordinariamente bien conservados.

Y, efectivamente, lo primero que nos encontramos fue la ruina del “Templo de Faustina” y después, al llegar al lago, en su orilla opuesta a la nuestra, vimos un perfecto “Templo de Esculapio”. Camilo nos aclaró que las ruinas del verdadero Templo de Faustina (Antonio y Faustina) están en el Foro Romano, que éstas eran obras decorativas neoclásicas incorporadas a los jardines en el siglo XVIII.

Nos condujo después por el Viale delle Belle Arti hasta que divisamos a nuestros pies, en el valle que une Villa Borghese y Villa Giulia, el Palacio de Bellas Artes, hoy Galería Nacional de Arte Moderno que contiene una excelente muestra de la pintura de los siglos XIX y XX y que, según nos dijo nuestro cicerone, fue construido para la Exposición Internacional de 1911.

En este punto se despidió de nosotros volviendo sobre sus pasos. Le vimos marchar con su apesadumbrada eternidad por haber vendido una gran parte de la colección de sus antepasados a Napoleón Bonaparte. Colección que hoy puede verse en el Museo del Louvre. Tristes andares, pero sin abandonar su gran porte de Príncipe, con su sombrero emplumado, calzas plateadas, y vestido y capa de terciopelo azul con ricos bordados en oro. Desde allí bajamos la colina y nos adentramos en Villa Giulia. Comprende ésta el palacio y los jardines que se hizo construir el Papa Julio III como residencia de recreo a mediados del siglo XVI. A comienzos del siglo XX fue unida a Villa Borghese para crear la más grande zona verde de Roma.

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